El biólogo catalán Joan Massagué descubrió la manera en que los tumores mamarios y pulmonares acaban atacando el sistema nervioso central. El hallazgo, de confirmarse con posteriores investigaciones, está llamado a revolucionar la terapia contra las enfermedades oncológicas y, según los expertos consultados, podría suponerle a su descubridor la consecución del Premio Nobel.
El propio Massagué se mostró cauto al valorar el alcance del descubrimiento, aunque tampoco ocultó la esperanza y la satisfacción que le produce anunciar al mundo algo de semejante calado. “El éxito no está asegurado”, reconoció prudente. “Habrá que diseñar un fármaco, probarlo, demostrar su eficacia, que sus efectos secundarios son tolerables y ver la reacción que provoca el tratamiento si se prueba en enfermos”.
El especialista catalán, que recibió el Príncipe de Asturias de Investigación en 2004 junto a otros cuatro oncólogos, lleva más de diez años intentando desenmascarar los secretos de la metástasis, aplicando a su trabajo una lógica que de sencilla que parece asombra hasta a los más grandes científicos.
Su último estudio, publicado en la revista Cell, explica el mecanismo por el que las células cancerígenas se desprenden de los tejidos tumorales y fijan su residencia en el cerebro. Lo que hacen es instalarse en las venas capilares, que son las de menor diámetro, pero que desarrollan en el organismo labores tan básicas como transportar sangre desoxigenada hacia el corazón para depurarla y transportar la ya saneada a los diferentes órganos y tejidos.
Massagué describe en su trabajo cómo estás células se separan del tumor original para entrar en el torrente sanguíneo y, finalmente, cruzar la barrera de sangre del cerebro hasta lograr asentarse en los lugares donde podrán desarrollarse. Conseguirlo no es tarea fácil.
Cuando las células metastatizadas llegan al órgano rector se encuentran con otras células, denominadas 'astrocitos', que actúan como un escudo de defensa y las fuerzan a autodestruirse. Las defensas, sin embargo, fallan. “El cáncer no es más que un acumulo de células erróneas que han extraviado su forma de comportamiento”, describe el científico.
Su descubrimiento tiene dos protagonistas, que se llaman plasmina y L1CAM. En medio de esta especie de batalla campal hay una proteína, la plasmina, que actúa como el héroe de la película. Es una enzima conocida por su efecto anticoagulante de la sangre, que desarrolla frente a las células cancerosas una doble estrategia consistente en impedir que se peguen a la pared externa de las venas y provocar al mismo tiempo que se autodestruyan, es decir, que se suiciden.
El 'malo' de la historia es esa otra molécula bautizada como L1CAM. Un grupúsculo rebelde de células tumorales se vale de ella para crear un escudo natural que las proteja de la plasmina y las permita anidar en el cerebro y multiplicarse. Una vez que lo logran, la metástasis ha comenzado. Las células supervivientes se enganchan a los capilares sanguíneos “como un oso panda abraza el tronco de un árbol”. El cáncer original se complica.
La identificación de estos dos protagonistas, la plasmina y el L1CAM, podría favorecer el desarrollo de fármacos que evitarían no sólo las metástasis de cáncer de mama y de pulmón en el cerebro, sino también de otras formas tumorales. “Es posible que existan otras proteínas que intervengan en el desarrollo de otros cánceres, incluso de éste, pero también es factible que estos mismos elementos favorezcan la expansión de otras enfermedades”, destacó el jefe de Oncología Clínica del hospital de Cruces, Guillermo López Vivanco, quien no dudó en calificar el trabajo de esperanzador y sumamente interesante.
Fuente: El Comercio
El especialista catalán, que recibió el Príncipe de Asturias de Investigación en 2004 junto a otros cuatro oncólogos, lleva más de diez años intentando desenmascarar los secretos de la metástasis, aplicando a su trabajo una lógica que de sencilla que parece asombra hasta a los más grandes científicos.
Su último estudio, publicado en la revista Cell, explica el mecanismo por el que las células cancerígenas se desprenden de los tejidos tumorales y fijan su residencia en el cerebro. Lo que hacen es instalarse en las venas capilares, que son las de menor diámetro, pero que desarrollan en el organismo labores tan básicas como transportar sangre desoxigenada hacia el corazón para depurarla y transportar la ya saneada a los diferentes órganos y tejidos.
Massagué describe en su trabajo cómo estás células se separan del tumor original para entrar en el torrente sanguíneo y, finalmente, cruzar la barrera de sangre del cerebro hasta lograr asentarse en los lugares donde podrán desarrollarse. Conseguirlo no es tarea fácil.
Cuando las células metastatizadas llegan al órgano rector se encuentran con otras células, denominadas 'astrocitos', que actúan como un escudo de defensa y las fuerzan a autodestruirse. Las defensas, sin embargo, fallan. “El cáncer no es más que un acumulo de células erróneas que han extraviado su forma de comportamiento”, describe el científico.
Su descubrimiento tiene dos protagonistas, que se llaman plasmina y L1CAM. En medio de esta especie de batalla campal hay una proteína, la plasmina, que actúa como el héroe de la película. Es una enzima conocida por su efecto anticoagulante de la sangre, que desarrolla frente a las células cancerosas una doble estrategia consistente en impedir que se peguen a la pared externa de las venas y provocar al mismo tiempo que se autodestruyan, es decir, que se suiciden.
El 'malo' de la historia es esa otra molécula bautizada como L1CAM. Un grupúsculo rebelde de células tumorales se vale de ella para crear un escudo natural que las proteja de la plasmina y las permita anidar en el cerebro y multiplicarse. Una vez que lo logran, la metástasis ha comenzado. Las células supervivientes se enganchan a los capilares sanguíneos “como un oso panda abraza el tronco de un árbol”. El cáncer original se complica.
La identificación de estos dos protagonistas, la plasmina y el L1CAM, podría favorecer el desarrollo de fármacos que evitarían no sólo las metástasis de cáncer de mama y de pulmón en el cerebro, sino también de otras formas tumorales. “Es posible que existan otras proteínas que intervengan en el desarrollo de otros cánceres, incluso de éste, pero también es factible que estos mismos elementos favorezcan la expansión de otras enfermedades”, destacó el jefe de Oncología Clínica del hospital de Cruces, Guillermo López Vivanco, quien no dudó en calificar el trabajo de esperanzador y sumamente interesante.
Fuente: El Comercio
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