viernes, 12 de febrero de 2016

EL BAMBÚ JAPONÉS VS EL ALOE VERA DE MI CASA


Me encanta la historia acerca del bambú japonés. Es una bonita metáfora que nos enseña a no abandonar nuestros objetivos aunque no obtengamos de forma inmediata los resultados que deseamos. Puedes leerla en este enlace con las reflexiones de Guadalupe de la Mata, que es experta en hábitos para el cambio y felicidad personal.

A mí me hace pensar en torno a dos aspectos. El primero es que perseverar y tener paciencia son imprescindibles para alcanzar nuestros objetivos en la vida. Recordemos la cita de Baltasar Gracián:

“Nada en el mundo sustituye a la constancia. El talento no la sustituye, pues nada es tan corriente como los inteligentes frustrados. El genio tampoco, ya que resulta ser tópico el caso de los genios ignorados. Ni siquiera la educación sustituye a la constancia, pues el mundo está lleno de fracasados bien educados. Solamente la constancia y la decisión lo consiguen todo”.

Pero tan importante como la constancia es tener claro el camino a transitar, que a veces no se ajusta a nuestro deseo, o no es bueno ni nos hace crecer como personas. De igual forma es importante tener claras las acciones porque a veces, pueden ir contra de lo que queremos conseguir.

También me hace reflexionar en que no existe una única manera de cambiar. Que el cambio puede darse de una manera progresiva, mesurando los pequeños cambios día a día, o como en el caso del bambú permanecer larvado (sí, de larva) hasta que se acumula suficiente trabajo y se desarrollan unas fuertes raíces para verlo luego explotar como una mariposa que despliega las alas por primera vez…




LA HISTORIA DEL ALOE VERA ABANDONADO

En estas reflexiones andaba yo cuando me cambié de piso y vi el escuálido Aloe vera que la anterior inquilina había dejado sobre el mueble del salón. Vale que es una planta que no necesita de demasiada agua, pero aquella tierra no había visto una mísera gota en semanas. Me apiadé de aquella planta pero un poco también de su anterior dueña que se marchaba apresuradamente a Alemania en busca de un futuro más prometedor.

Empecé a regar con regularidad al aloe. Nada sucedía. Seguía con el mismo aspecto mustio, solo que ahora rodeado por un agua encharcada. Esta pobre no chupa una gota pensé. ¿Y si no es al agua? Ahora tiene de sobra…

Lo cierto es que en aquel mueble del salón solo daba el sol un rato por las mañanas. Sí, puede que fuera eso, falta de sol. Así que ni corto ni perezoso moví el tiesto a una mesita de mi cuarto que daba al sur-este y recibía sol la mayor parte del día. Y además le voy a abrir las cortinas, pensé.

Cuando regresé esa noche la poca presencia que le quedaba al pobre aloe había sido machacada por un exceso de horas de sol, al que hacía mucho tiempo que no estaba acostumbrado. ¡Ahora sí que la he rematado! Lo mismo se le han podrido las raíces con tanto agua, y ahora el sol ha rematado las hojas, que se veían en un tono marrón bastante sospechoso. La cogí de una de esas hojas y tiré suavemente. Seguro  que se desprende. No se desprendía. Tiré un poco más fuerte como para confirmar mis suposiciones, pero la planta aguantó.

Entonces me vino a la mente el bambú japonés. Qué demonios, pensé. Vale que las has pifiado, pero ten paciencia y dale una oportunidad. Esta vez haciendo las cosas como es debido. Así que durante las siguientes semanas dejé al aloe como él mismo me lo había indicado, con mucha claridad, pero sin luz directa, adecuadamente protegido por la cortina, y regándolo solo cuando la tierra volvía a secarse un poco.

Esperé, y nada sucedió. Ni a mejor, pero tampoco a peor. Seguí esperando, regando y cuidando. Sabiendo que quería recuperar aquella planta y que haría las cosas lo mejor que pudiera. Y entonces un día, por fortuna antes de esos 7 años de cierto bambú japonés, el aloe sonrió con un nuevo brote Aloe vera

Ahora feliz y orgulloso, solo puedo decir: ¡Gracias querido aloe! Me has enseñado una buena lección, ¡y sin tener que viajar hasta el lejano oriente!

Aquí os dejo con una foto de los nuevos brotes de mi aloe. ¿Y a ti? ¿Qué lección te ha enseñado alguien o algo que no esperabas? ¡Un abrazo a todos y buena semana!


FUENTE:
http://www.menteenpositivo.com/historias-alternativas-el-bambu-japones-vs-el-aloe-vera-de-mi-casa/






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EL ARTE DE ESPERAR



-¿Iñaki, qué puedo hacer para mejorar antes?
-Esperar.
-Pero algo tendré que hacer…
-Esperar es hacer algo.

Leo este pequeño diálogo que acabo de escribir… ¡y parezco un monje zen!


Lo cierto es que esta situación se repite mucho con las personas a las que ayudo. Al principio se encuentran bloqueadas, atascadas en su problema, sin encontrar una dirección por la que avanzar. Y una vez que empiezan a dar los primeros pasos sienten la necesidad de seguir haciendo cosas que les ayuden a mejorar más, y hacerlo más rápidamente. Es lógico.


Pero hay un concepto que debemos tener presente y que me gusta aplicar en estos casos. Todas las cosas (y las personas) tienen su tiempo. A veces es un poco mayor y otras menor. Lo podemos favorecer, pero no lo podemos forzar. 

Así que para que los cambios se den hay que hacer dos cosas:

1- Poner los medios adecuados
2- Esperar.

Cogemos la semilla, preparamos la maceta con tierra fértil y abono. La plantamos a la profundidad adecuada, cerca de la ventana para que le de el sol, y la regamos con regularidad.


Limpiamos la herida con suero, quizá necesite un punto o dos de sutura. Ponemos con cuidado un poco de desinfectante usando un algodón. Luego una gasa estéril que sujetamos con un esparadrapo.

Acudimos al funeral, rodeado de amigos y familiares. Lloramos, nos despedimos. Hablamos de esa persona querida que nos ha dejado, recordamos sus anécdotas, vemos sus fotos. Tratamos de mantener la rutina en el trabajo, de salir y distraernos a pesar de la pena.

Y entonces esperamos. Esperamos a que la semilla brote, a que la herida cicatrice y a que el duelo y la pena pasen. No importa todo lo que queramos acelerar el proceso. Por triste, molesto, doloroso que sea, todo proceso curativo lleva su tiempo. Y si somos conscientes de esto, sabremos que aunque parezca que no hacemos nada, estamos haciendo algo muy importante: estamos dando lugar a que las cosas sucedan.

Un amigo traumatólogo me decía:

“No hay nada peor para curar una fractura, que alguien empeñado en que el hueso suelde cuanto antes. Le pones la escayola y en cuatro días ya quiere empezar a apoyar la pierna. Hace extrañas contracciones en los músculos, no para de moverla, se masajea alrededor… pensando que así hace algo para que todo vaya más rápido. ¡Pero solo consigue lo contrario! Yo les digo, no hagas nada. No apoyes, con contraigas no muevas. Dile a tus amigos que firmen la escayola, que tus hijos le hagan dibujitos, tacha los días en un calendario, visualiza cómo tus células van soldando e imagínate cuando vuelvas a participar en la carrera del domingo. Y ya está. ¿Te parece eso poca tarea?”.

Visto así es todo un trabajo, ¿verdad?

Quiero señalar algo importante que extraigo de las palabras de mi colega. La espera no es algo pasivo. Es algo que hacemos con voluntad. Sabemos de su utilidad, de su importancia. Y esperamos “intencionadamente”. Visualizamos cómo las células sueldan, la planta brota, las heridas cicatrizan. Hacemos bien nuestro trabajo: ponemos las mejores condiciones y esperamos con la mejor intención.
Cuando todo está dispuesto, esperar, es hacer algo.



FUENTE:
http://www.menteenpositivo.com/historias-alternativas-el-bambu-japones-vs-el-aloe-vera-de-mi-casa/




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