Dos millones de mujeres ven cada día cómo sus hijos se marchan con el hombre que las maltrató. Temen acabar corriendo la misma suerte que Ruth Ortiz
Día 16/09/2012 - 16.40h
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El caso de Ruth Ortiz no es único, pero ha vuelto a poner en la palestra uno de los mayores males de la sociedad. Dos millones de mujeres se enfrentan cada día a la misma situación: librarse de su agresor, del que una vez estuvieron enamoradas, pero condenar a sus hijos a seguir soportándolo.
No es fácil saber cuándo comenzó, pero a menudo encuentra un único final: alguien muere. Los expertos lo llaman «la pasión de la venganza». La psicóloga clínica Raquel Rivas Diez lo define como «la violencia que es capaz de ejercer un hombre contra sus propios hijos e hijas sólo como un medio más para hacer daño a su pareja». Los hijos son el arma por excelencia del agresor sexista.
Ruth Ortiz acababa de separarse de su marido cuando sus dos hijos, de dos y seis años, desaparecieron. Tardó tres meses en apuntar sus sospechas hacia José Bretón, su marido, y dos más en denunciarlo por malos tratos psicológicos, insultos y vejaciones. En abril acabó pidiendo, por fin, el divorcio, y solicitando que se le retirara a Bretón la patria potestad de los niños. Pero ya era tarde. El juez le ha imputado el doble asesinato alevoso de sus dos hijos, a los que presuntamente quemó en una pira funeraria improvisada en la finca de su familia.
«Ruth sabía que él había matado a sus hijos, porque sabe que no podría haberlos perdido. Ella conoce a su agresor y sabe que a los niños los paralizaría con una mirada, que no pudieron escaparse», apunta Pérez del Campo. No le sorprende el fatal desenlace. Tres niños han sido asesinados por sus padres en lo que va de año, dos de ellos por sus padres biológicos. «Este no es un caso aislado, aunque sea el más mediático».
Violencia y amor
«La violencia es incompatible con el amor». Parece una tesis obvia, pero la justicia a menudo la olvida. Pérez del Campo defiende que un agresor nunca puede ser un buen padre. Los hijos son tomados como rehenes del chantaje al que el maltratador somete a su víctima: «Te quitaré a tus hijos». Unos hijos que a menudo han crecido expuestos a esa violencia, ya sea presenciándola o incluso sufriéndola. Cuando una mujer da el paso y decide separarse, divorciarse o poner una denuncia por violencia de género, se desencadena el drama.
«Los hijos son también víctimas. Su agresor los destruye e inmoviliza y les hace perder su identidad». Al final, aunque la mujer logre una orden de alejamiento, cada día tendrá que ver cómo sus hijos se marchan con el hombre que la maltrató. De ahí la eterna pregunta: «¿Cómo me voy a salvar yo condenando a mis hijos a soportarlo?».
«Asómate y mira esto»
La Asociación que preside Pérez del Campo lleva años denunciando el aumento de asesinatos de niños a manos de sus padres. El pasado mes de julio, un hombre llamó al timbre de su ex mujer y le dijo: «Asómate y mira esto». «Esto» era el coche en el que viajaba con el hijo común de la pareja estrellándose en una rotonda y comenzando a arder. En febrero, otro hombre asesinó a su hijo en Palma de Mallorca. Sobre los dos filicidas recaían sentencias penales que acreditaban reiterados malos tratos a sus respectivas mujeres, pero ello no impidió que conservaran el derecho a visitar a sus hijos.
Ante tales estadísticas, las víctimas acaban por no denunciar y desarrollan estrategias para intentar aumentar su seguridad y la de sus hijos. Rivas explica el proceso de la «evitación, por el que la mujer intenta hacer todo lo que el agresor desea para no provocarle». «Siente culpa, vergüenza. Desamparo e impotencia», asegura Rivas.
Una vez estuvo enamorada del asesino de sus hijos. Vengarse de ella es el motivo por el que los mató. Que se pueda liberar de esa culpa es lo principal. «Tiene que entender que la única responsabilidad recae sobre el asesino», añade Pérez del Campo.
¿Y ahora qué?
«El sufrimiento de una madre que pierde a sus hijos es incalculable», indica Rivas. Más allá del propio duelo por una pérdida que parece imposible de superar, las condiciones en las que se ha producido lo hacen todavía mas inasumible. Según explica la psicóloga, «las mujeres pueden desarrollar síntomas del trastorno de estrés postraumático, que incluyen la reexperimentación de la agresión sufrida, evitación de lugares asociados al hecho traumático, hiperactivación en forma de dificultades para concentrarse, irritabilidad o problemas de sueño... Ello se une a sentimientos depresivo, rabia, baja autoestima, culpa y rencor. También suelen presentar problemas somáticos y dificultades en sus relaciones personales». Ese dolor no se acaba, pero «tienen que aprender a vivir con él, con la pérdida», añade Pérez del Campo.
En muchos casos, ese miedo las paraliza y les impide denunciar. Pueden soportar todo tipo de vejaciones porque se activa un mecanismo de supervivencia que les ayuda a minimizar el dolor. «Los objetivos del tratamiento son, entre otros, hacerle comprender que ella no es la responsable de las conductas violentas de su pareja y ayudarle a afrontar los sentimientos de pérdida y duelo», añade Rivas.
Las terapias son individuales y en grupo. «Es importante explicarles los papeles de género para entender su culpabilidad, considerar los mensajes de socialización que recibimos las mujeres y los hombres para que se puedan liberar de esa culpa».
Desde la Federación de Asociaciones de Mujeres Separadas y Divorciadas piden cambios legislativos que acaben con el crimen de la violencia de género y que protejan a los hijos de las víctimas. Algunas de éstas son que el agresor pierda la patria potestad sobre los hijos en casos de violencia de género y que no pueda hablarse de custodia compartida si se aprecia violencia de género en alguna de sus modalidades. Las presidentas de las diez asociaciones que componen la federación han firmado un manifiesto exigiendo al Gobierno medidas de protección más efectivas. En él concluyen: «El interés primordial de los hijos empieza por salvar sus vidas cuando ya han nacido; lo demás no deja de ser, en el mejor de los casos, una hipocresía».
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