Los grandes ideales políticos nos prometen sentido para nuestras vidas, justicia para el pueblo, un futuro feliz y perfecto. Y, sin embargo, los ideales son peligrosos. Lo que hacen por nosotros lo hemos pagado siempre extremadamente caro. Su supremacía durante los últimos siglos arroja un balance estremecedor: violencia, asesinatos en masa, guerras totales, terrorismo, limpiezas étnicas, campos de concentración, exterminios, genocidios... Parece que la profundidad de la fe en los ideales es directamente proporcional a la crueldad y el horror que se utilizan para hacerlos realidad.
Cada uno de los grandes ideales analizados en este libro -emancipación, autenticidad, democracia- son el centro de constelaciones ideológicas y movimientos muy diversos:
A pesar de las diferencias que existen entre ellos, algo les une: cómo creen lo que creen. Sus ideales son absolutos, ciertos e ineludibles. Guiados por una fe ciega, los militantes del exceso suponen que algo más alto está de su lado: un dios, una ciencia exacta, un racismo científico, unas raíces ancestrales, una identidad indudable, la libertad de todos.
- nacionalistas,
- fascistas,
- racistas,
- fundamentalistas,
- terroristas islámicos,
- imperialistas ilustrados,
- cristianos milenaristas y providencialistas,
- neoconservadores.
A pesar de las diferencias que existen entre ellos, algo les une: cómo creen lo que creen. Sus ideales son absolutos, ciertos e ineludibles. Guiados por una fe ciega, los militantes del exceso suponen que algo más alto está de su lado: un dios, una ciencia exacta, un racismo científico, unas raíces ancestrales, una identidad indudable, la libertad de todos.
Con esta crítica de las ideologías, Rafael del Águila busca entender cómo los ideales cimientan la violencia y qué es lo que impulsa, a través de la historia, la proliferación del asesinato político.
1. LA ERA DE LA VIOLENCIA IDEALISTA
UN SIGLO DESPIADADO
Se ha escrito que el siglo XX ha sido el peor siglo de nuestra historia conocida. El más brutal, despiadado y terrible. Para quien aún tenga dudas sobre esta afirmación ahí van algunos datos. La Primera Guerra Mundial, en nombre de diversas patrias, dejó más de 8 millones y medio de muertos en las trincheras y 10 millones entre la población civil (de entonces a acá, inconteniblemente, las guerras han sido cada vez más «civilizadas», es decir, han tendido crecientemente a matar civiles: en las guerras actuales el porcentaje de muertos civiles sobre el total quizá llegue a ser del 90 por ciento).
En los primeros años del siglo XX, más de un millón y medio de armenios fueron objeto de un genocidio por parte de los turcos. En la URSS la revolución del año 1917 y la subsiguiente guerra civil dejaron tras de sí 5 millones de muertos; las represiones inmediatamente posteriores y las hambrunas organizadas sobre territorios desafectos añadieron a esas cifras al menos otros 10 millones más. El desarrollo posterior del «archipiélago Gulag» en nombre de la emancipación humana elevó esas cifras en varias decenas de millones. Claro que la Guerra Civil española, pletórica de brutalidad y asesinatos, añadió también unos cuantos grados más a la crueldad y la muerte en Europa. Pero aún estaba por llegar lo peor. La Segunda Guerra Mundial costó 35 millones de vidas y, lo que quizá fue todavía más estremecedor, inauguró la etapa de los exterminios étnicos, sistemáticos, burocratizados y organizados con total frialdad y al calor del ideal de la eugenesia racial: más de 6 millones de judíos, además de homosexuales, discapacitados o deficientes mentales, pasaron por sus pulcras cámaras de gas. Esto por no hablar de lo que ocurrió en los campos auspiciados por el imperio japonés, donde, como en los campos nazis, se llevaron a cabo interesantes experimentos científicos con seres humanos. Claro que los aliados también bombardearon a la población civil en Alemania con el objetivo de aterrorizar al enemigo, y a ellos se debió el uso «disuasorio» de la bomba atómica, ese moderno crimen cometido desde la lejanía. Ciertamente, quien tenía conocimiento de las guerras coloniales en, digamos, África, ya sabía de algunas de esas cosas. En este caso, las cifras de exterminio son menos seguras (ya se sabe... siempre hay problemas con la contabilidad imperial) aun cuando no menos estremecedoras. Hemos continuado después con la proliferación de guerras étnicas, aunque siempre que se ha podido se ha tratado de superar a las originales: en Camboya, por ejemplo, dos millones de personas (un cuarto de su población) son exterminadas por los jemeres rojos; o bien, si se prefiere, en la región africana de Los Lagos, hace no mucho, alrededor de un millón de personas fueron exterminadas «a machete» en poco más de un par de semanas. Todo un récord «artesano».
http://www.elboomeran.com/obra/77/critica-de-las-ideologias/
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