Mariposas, ranas y otros mentirosos. Lo cuenta el diario New York Times. Y lo explican los científicos así:
Biólogos y matemáticos estudian los comportamientos deshonestos en el mundo animal
CARL ZIMMER - Nueva York - 17/01/2007
Si se topan con un estanque lleno de ranas verdes que croan, escuchen atentamente. Puede que algunas estén mintiendo. El croar es la manera que tienen las ranas verdes macho de indicar a otras ranas lo grandes que son. Cuanto mayor es el macho, más grave es el croar. El sonido que emite un gran macho es suficiente para espantar a otros machos y que no le desafíen por su territorio.
- La selección natural puede favorecer una mezcla de verdad y mentira
- La sinceridad vence a la larga porque la mentira conlleva un coste relativamente alto
Aunque la mayoría de los cantos son sinceros, en ciertos casos no es así. Algunos machos pequeños dan un tono más grave a su voz para parecer más grandes. Sus corpulentos cantos intimidan a ranas que les vencerían en un combate limpio.
Las ranas verdes son sólo una de las numerosas especies engañosas. La deshonestidad se ha documentado en criaturas que van desde los pájaros a los crustáceos y los primates, incluyendo, por supuesto, al Homo sapiens. "Cuando piensas en la comunicación humana, está plagada de engaños", señala Stephen Nowicki, un biólogo de la Duke University y coautor del libro The evolution of animal communication, publicado en 2005. "Sólo hace falta leer una o dos obras de Shakespeare para darse cuenta".
Como describía Nowicki en su libro, hace mucho tiempo que los biólogos se sienten desconcertados por el engaño. La insinceridad debería minar la confianza entre los animales. Por ejemplo, ¿por qué las ranas verdes siguen creyendo que un gran croar equivale a un macho grande? Una nueva investigación ofrece algunas respuestas: la selección natural puede favorecer una mezcla de verdad y mentiras, sobre todo cuando un animal tiene un público amplio. Puede que la sinceridad no sea la mejor política, dependiendo del oyente. "Creo que eso podría explicar muchos misterios en la evolución de la comunicación en animales, incluidos los humanos", afirma Stephen P. Ellner, biólogo matemático de la Universidad de Cornell (EE UU).
Las historias sobre engaños por parte de animales se remontan como mínimo a las fábulas de Esopo. A finales del siglo XIX, el naturalista George Romanes realizó un estudio semicientífico sobre animales engañosos. En su libro de 1883, La evolución mental en los animales, Romanes escribía sobre cómo uno de sus corresponsales le había enviado "varios ejemplos de las muestras de hipocresía de un perro de aguas del rey Carlos".
A mediados del siglo XIX, los científicos documentaron el engaño en casos en los que una especie tomaba el pelo a otra. Por ejemplo, algunas mariposas no venenosas desarrollaban los mismos dibujos en las alas que utilizaban las especies venenosas para ahuyentar a los pájaros. Sin embargo, dentro de una misma especie normalmente prevalecía la honestidad.
Los animales emitían llamadas de alarma para advertir a los demás sobre los depredadores, los machos indicaban su destreza en el combate, y las crías comunicaban a sus padres que estaban hambrientas. La honestidad beneficiaba tanto al emisor como al receptor. "El objetivo de las señales era transmitir información", comenta Nowicki. "El engaño prácticamente no era un problema".
Esta componenda sólo tenía una pega: que ofrecía una gran oportunidad a los mentirosos. Por ejemplo, los alcaudones habitualmente utilizan las llamadas de alarma para avisar a otro de la presencia de depredadores. Pero en ocasiones los pájaros utilizan la falsa alarma para asustar a otros alcaudones y alejarlos de la comida.
Imaginen que un alcaudón engaña a otros con una falsa alarma. Éste come más y, por tanto, puede empollar a más crías. Por su parte, los alcaudones crédulos y menos nutridos incuban a menos crías. Si las falsas alarmas se vuelven habituales, la selección natural debería favorecer a los alcaudones que no se dejan engatusar por ellas.
Cuando los científicos crearon modelos matemáticos de esta teoría, descubrieron que la deshonestidad podía socavar muchos tipos de comunicación vital. Por tanto, el desafío era descubrir cómo contrarrestaba la sinceridad la ventaja del engaño. "Los mentirosos deberían ser capaces de aprovecharse del sistema, de modo que serían seleccionados los oyentes que ignoraran las señales", dice Jonathan Rowell, investigador de la Universidad de Tennessee (EE UU).
Amotz Zahavi, biólogo de la Universidad de Tel Aviv (Israel), propuso un sistema para que prevaleciera la sinceridad. Su idea era que la sinceridad vencía porque la mentira conllevaba un coste relativamente alto. Su teoría finalmente llevó a elaborados modelos y experimentos matemáticos que la confirmaron.
Los gallos, por ejemplo, atraen a las gallinas con sus grandes crestas rojas. Las gallinas se benefician de la elección de machos en buenas condiciones, porque sus crías también tenderán a estar en buenas condiciones. En teoría, un gallo débil podría embaucar a las gallinas desarrollando una cresta engañosamente grande, pero le cuesta más desarrollar una gran cresta. Esta compensación lleva a señales honestas tanto de gallos débiles como fuertes. Pero si habían explicado por qué el engaño no acababa triunfando, ¿por qué seguía prosperando? "No pudimos explicar por completo la insinceridad", responde Ellner.
H. Kern Reeve, un biólogo evolutivo de Cornell, comenta que "el engaño aparece con una frecuencia sorprendente". Hasta los crustáceos pueden mentir. Los estomatópodos macho cavan guaridas, a las que intentan atraer hembras. Algunos machos optan por intentar desahuciar a otros estomatópodos de sus guaridas. Estos conflictos son peligrosos, porque los estomatópodos pueden propinar golpes apabullantes con unos apéndices similares a una garra. Pero rara vez llegan a las manos. Por el contrario, los machos se yerguen y extienden los apéndices, como cuando un boxeador levanta los guantes.
Sin embargo, incluso el estomatópodo más grande y mezquino tiene sus momentos de debilidad. Como todos los crustáceos, deben mudar de caparazón. Un estomatópodo que acaba de cambiar de caparazón presenta un exoesqueleto suave y blando. Sin embargo, aun en este estado vulnerable, los machos levantan las garras en un atrevido farol crustáceo.
Recientemente, Rowell creó un modelo más complejo de señales animales que podría explicar por qué el engaño es tan habitual. Los modelos anteriores sólo estudiaban cómo un único animal enviaba una señal a un único receptor. Pero las verdaderas señales casi nunca son tan privadas.
Un emisor de señales puede tener relaciones distintas con diferentes usuarios. En algunos casos, las señales sinceras son las mejores, pero los indiscretos podrían sacar provecho de ellas. Para reproducir este estrato adicional de complejidad, Rowell creó un modelo matemático con dos receptores en lugar de uno. El animal que emitía la señal podía optar por ser sincero o deshonesto. Los receptores podían responder como si se tratase de una señal sincera o insincera.
Rowell descubrió que la sinceridad y el engaño pueden alcanzar una coexistencia estable en el modelo, publicado en The American Naturalist. Los emisores a veces pueden ser deshonestos, y sin embargo los receptores siguen creyendo las señales a pesar del engaño. Rowell afirma que los casos reales de engaño, como los faroles, secundan el modelo. Cuando una rana verde macho o un estomatópodo se marca un farol, otros machos deben decidir si hacen caso de la señal o la ignoran y atacan. El ataque es arriesgado, porque es posible que el emisor no esté mintiendo. "El contrincante no quiere correr ese riesgo", señala Rowell.
© The New York Times.
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