Negación, rechazo, furia, permisividad o simple indiferencia. Todas estas reacciones se ponen en marcha ante el descubrimiento de una infidelidad, y nadie puede estar seguro de cómo va a actuar ante dicha situación. Podemos pensar que este descubrimiento sería, ipso facto, el final de nuestra relación, pero finalmente, cuando ocurre, optamos por dar una segunda oportunidad a la otra persona. Otras personas se muestran completamente seguras de que cualquiera puede tener un desliz y, sin embargo, cuando este se produce, causa tal impacto que todas las ideas preconcebidas se van al garete.
La razón para que ello ocurra es, como indica la doctora Lisa Firestone en un reciente artículo publicado en Psychology Today, que las parejas raramente se sientan a hablar sobre ello. Quizá se planteen posibilidades en las que en ningún caso podría admitirse una infidelidad –quizá una larga serie de encuentros sexuales apasionados a lo largo de décadas–, pero raramente se entra en detalles, argumenta la fundadora de Psych Alive.
No se trata de la única dificultad que tienen que afrontar las parejas contemporáneas a la hora de negociar los límites de lo permisible y, por lo tanto, regular su conducta. Las nuevas relaciones que han emergido con la proliferación de la tecnología han provocado que la satisfacción inmediata que obtenemos de las interacciones de las redes sociales (o del móvil) nos empujen a una especie de perpetuo flirteo virtual que, en demasiadas ocasiones, puede traspasar los límites de lo admisible.
La ley del embudo
Lo que sí parecemos tener claro, según muestran las encuestas, es que somos mucho menos permisivos con los demás que con nosotros mismos. Como puso de manifiesto una ponencia realizada por la investigadora Erin Holley durante el congreso del pasado año de la Asociación de la Psicología Americana, “cuando afectaba a uno mismo, los consultados pensaban que un espectro más amplio de comportamientos no cumplían sus criterios para ser una infidelidad, mientras que para su pareja, consideraban casi cualquier conducta como una infidelidad”. En definitiva, la ley del embudo: lo ancho para mí, lo estrecho para ti.
Una investigación publicada el pasado verano por la Universidad de Texas puso de manifiesto que las redes sociales “habían cambiado nuestro comportamiento” y avisaba sobre algunas conductas que podían resultar particularmente sospechosas, como minimizar constantemente la pestaña del navegador, limpiar la caché cada vez que se utilizaba internet o utilizar contraseñas. Sin embargo, no hay que fomentar la desconfianza, sino tomar una decisión respecto a lo que constituye una infidelidad.
En ese sentido, Firestone sugiere que nos comportemos con nuestra pareja como querríamos que se comportasen con nosotros. Si nuestra conducta eserrática, sospechosa y poco honesta, tarde o temprano conseguiremos que la otra persona se termine comportando de una manera semejante. Además, mantener constantemente una actitud íntegra nos ayudará a sentirnos mejor en el caso de que la tragedia se produzca. Sólo en dichos casos podremos sentirnos bien al haber mantenido nuestros principios, lo único que, en última instancia, es completamente nuestro.
Reglas poco realistas, mentiras y traiciones
Firestone recuerda que, en muchos casos, son las duras reglas acerca de aquello que se puede y no puede hacer lo que, paradójicamente, dan lugar a una situación más proclive para ser infieles. Es un círculo vicioso: uno se permite ciertas actitudes porque no se ha debatido sobre los límites, pero al mismo tiempo, el control excesivo de la pareja puede suponer un yugo demasiado pesado. “Tenemos que preguntarnos: ¿estoy creando un ambiente de resentimiento? ¿Estoy poniendo límites a mi pareja de una forma que interfiere con su espíritu?”
Es considerar todo como una potencial infidelidad lo que conduce a muchas parejas a la tragedia, sugiere Firestone. “Puede ser limitador e hirientecastigar a alguien cada vez que manifiesta una atracción o mira a otra persona que nos resulta amenazadora”, señala la psicóloga. Las reacciones que comportan un excesivo miedo o celos dicen más de la inseguridad de quien las plantea que de la realidad de una infidelidad o no. Por ello, la paranoia respecto al comportamiento de la otra persona y sus comportamientos de infiel debe ser sofocada (o será fatal).
Un último y adecuado recurso es comprender la naturaleza de la infidelidad. Como recordaba en un artículo la psicóloga Andrea Bosh, esta no quiere decir que no se ame a la pareja, sino que más bien, se echa a faltar algo en la relación de pareja que intenta volverse a encontrar en otras personas. Por ello, las traiciones más habituales se producen no con desconocidos, sino con gente cercana a los círculos de la pareja (trabajo, amigos, familia). Quizá el mejor método de control, como explica Charles J. Orlando, autor de The Problem with Women Is… Men (BookSurge Publishing), es la culpa, pues todas las infidelidades conllevan un sentimiento negativo. “Al fin y al cabo, está traicionando a otro ser humano que asegura amar, lo que causa estragos en su psique”.
FUENTE: El Confidencial
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FUENTE: El Confidencial
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