Circulan numerosas leyendas urbanas sobre personas célebres que se encuentran hibernadas o congeladas. Estas personas, generalmente adineradas, se apuntarían a la nevera con la esperanza de poder superar enfermedades incurables cuando la ciencia haya avanzado lo suficiente. Uno de ellos —repito, es leyenda urbana— es Walt Disney.
La conservación de la vida a bajas temperaturas ha sido un aspecto de la biología que ha interesado mucho por las perspectivas que puede tener a diversos niveles, y no solo me refiero a aspectos biológicos. ¿Quién no ha visto las películas en las que los astronautas se tienen que meter en cámaras para hacer sus viajes interplanetarios más breves al pasarlos durmiendo, en un estado de letargia, durante incluso años?
En el mundo científico real no es posible congelar a un animal sin que este sufra daños irreparables durante el proceso. Sin embargo, las células que usamos en el laboratorio sí se pueden congelar a -80ºC y luego descongelar. Quedan perfectas y funcionales para experimentar. Probablemente, la congelación de las células sin que se deterioren responda a que estas son relativamente sencillas, mientras que los animales tienen estructuras más complejas, como los órganos. Los animales y sus estructuras internas pueden sufrir daños físicos debidos fundamentalmente a que el agua se congela en su interior formando agujas y cristales de hielo que rompen los tejidos y los órganos.
Parece claro que en un principio no va a ser posible congelar a ningún animal con garantías de éxito en cuanto a su supervivencia a lo largo de los años. Sin embargo, la naturaleza nos vuelve a sorprender. Existen dos tipos de ranas, la de la madera (Rana sylvatica) y la Hyla crucifer, que se ubican en agujeros de troncos o grietas de rocas, donde se llegan a congelar durante el invierno por las bajísimas temperaturas. Al volver la primavera, regresan a la vida con total normalidad. ¿Cómo lo hacen?
Estas ranas, y probablemente otros organismos que pueden congelarse, hacen uso de algo muy conocido en los coches durante el invierno. No, no me refiero a la calefacción, sino al anticongelante. Lo que utilizan estas ranas para que no se formen los terribles cristales de hielo son elevadas concentraciones de glucosa en diferentes partes de su cuerpo y nucleoproteínas en su torrente sanguíneo. Con este contenido elevado de glucosa evitan que los órganos vitales se puedan congelar y se dañen. Estos batracios dejan incluso de respirar y su corazón de latir, pero solo hasta que la temperatura ambiental vuelve a ser suave; en ese momento el animal comienza a respirar y su corazón a latir.
Imagino que los científicos estarán intentando mimetizar estas situaciones en el laboratorio para conseguir, de manera artificial y controlada, hibernar o congelar a mamíferos en lugar de anfibios. Sería el paso previo para conseguir unas condiciones idóneas para congelar a personas… tanto por cuestiones médicas como por motivos interplanetarios.
Jesús Pintor
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