Por Kate Kelland
Los niños que padecen violencia familiar muestran el mismo patrón de actividad cerebral que los soldados expuestos al combate, señalaron científicos.
En un estudio publicado en la revista Current Biology, los investigadores emplearon pruebas cerebrales para evaluar el impacto del abuso físico o la violencia doméstica sobre el desarrollo emocional de los niños y hallaron que estaba relacionado a una mayor actividad en dos zonas del cerebro.
Estudios previos que controlaron los cerebros de soldados expuestos a situaciones violentas de combate mostraron el mismo patrón de actividad elevada en estas dos regiones -la ínsula anterior y la amígdala-, que los expertos indican que están asociadas con la detección de posibles amenazas.
Esto sugiere que tanto los chicos maltratados como los soldados se habrían adaptado para estar "hiper-atentos" al peligro en su ambiente, dijeron los investigadores.
"La reacción mejorada a una (...) amenaza como el enojo representaría una respuesta adaptativa de estos niños en el corto plazo, lo que los ayuda a mantenerse alejados del peligro", manifestó Eamon McCrory, del University College de Londres, quien dirigió la investigación.
Pero el experto añadió que este tipo de respuestas también estarían mostrando un factor de riesgo neurobiológico subyacente que incrementa la susceptibilidad del niño a enfermedades mentales futuras, como la depresión.
La depresión ya es una de las principales causas de mortalidad, discapacidad y carga económica a nivel mundial y la Organización Mundial de la Salud (OMS) prevé que para el 2020 será el segundo contribuyente más importante a la carga global de enfermedad en todas las edades.
Se sabe que el maltrato infantil es uno de los factores ambientales de riesgo más potentes relacionados con los problemas de salud mental a futuro, como los trastornos de ansiedad y la depresión.
Un estudio publicado en agosto reveló que las personas que padecían maltrato en la niñez eran dos veces más propensas que aquellas con infancias normales a desarrollar depresión persistente y recurrente, y menos proclives a responder bien o rápidamente al tratamiento para su enfermedad mental.
McCrory manifestó que aún se sabe relativamente poco sobre cómo este tipo de adversidad temprana "se internaliza y aumenta la vulnerabilidad futura de los niños, incluso en la adultez".
En la investigación, 43 chicos se sometieron a controles cerebrales a través de imágenes por resonancia magnética funcional (IRMf). Veinte niños que se sabía que habían estado expuestos a abuso físico en el hogar fueron comparados con 23 que no habían experimentado violencia familiar.
La edad promedio de los chicos maltratados era de 12 años y todos habían sido derivados a servicios sociales locales en Londres.
Cuando los niños estaban en el resonador se les mostraron fotos de rostros de hombres y mujeres con expresiones de tristeza, calma o enojo.
Los investigadores hallaron que aquellos chicos que habían experimentado violencia presentaban mayor actividad cerebral en la ínsula anterior y en la amígdala como respuesta a las caras enojadas.
"Ahora simplemente estamos comenzando a comprender cómo el abuso infantil influye en el funcionamiento de los sistemas emocionales del cerebro", dijo McCrory.
"Esta investigación (...) brinda nuestros primeros indicios sobre cómo regiones en el cerebro del niño se adaptarían a las experiencias tempranas de abuso", finalizó.
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