martes, 27 de diciembre de 2011

"El aparente confort de la derrota"


SÁBADO 29 DE ENERO DE 2011


por Marcelo Vázquez Avila

Viendo el comportamiento de algunos personajes televisivos del momento, he reflexionado sobre algo tan común hoy día como es la “victimitis”.

El victimismo es una manera de vivir. Cuando una persona necesita culpar a los demás de sus problemas y creerse victima de todo lo malo que le pasa. Cuando una persona decide de forma consciente o inconsciente que los demás están en su contra. Cuando en cualquier situación ella elige que va a resultar herida. En estos casos la persona padece “victimitis”.

Todos nosotros somos sujetos de padecer algún problema, de cualquier tipo, nadie está exento, pero la manera de verlos y de tratarlos, nos convierte o bien en “victimas” o bien en “supervivientes”. Pero la “victimitis” se puede dar no solo en el aspecto sentimental de las relaciones humanas, también se aplica en el ambiente y clima familiar. Cuántas veces una madre o un hijo han usado el victimismo para salirse con la suya y por medio del chantaje emocional conseguir que la otra persona ceda a sus demandas. Cuántas veces en el ambiente laboral hemos visto a un compañero, actuar con victimismo para conseguir que le hagamos parte de su trabajo, o le cambiemos un día libre.

Y es que el victimismo está implantado en nuestra sociedad con bastante fuerza, lo que tenemos que hacer si no queremos caer en manos de estos enfermos del alma, es no ceder ante su chantaje emocional y saber decir “no” cuando nos damos cuenta de que nos están manipulando, ya que una persona de padece “victimitis” conoce todas las herramientas para hacernos sentir culpables.

El victimista suele ser un modelo humano mezquino, de poca vitalidad. Una mentalidad que hace que todas las dificultades del vivir del hombre, hasta las más ordinarias, se vuelvan materia de pleito. El victimista se autocontempla con una blanda y consentidora indulgencia, tiende a escapar de su verdadera responsabilidad, y suele acabar pagando un elevado precio por representar su papel de maltratado habitual.

El victimista difunde con enorme intensidad algo que podríamos llamar cultura de la queja, una mentalidad que —de modo más o menos directo— intenta convencernos de que somos unos desgraciados que, en nuestra ingenuidad, no tenemos conciencia de hasta qué punto nos están tomando el pelo.

El éxito del discurso victimista procede de su carácter incomprobable: no es fácil confirmarlo, pero tampoco desmentirlo. Es una actitud que induce a un morboso afán por descubrir agravios nimios, por sentirse discriminado o maltratado, por achacar a instancias exteriores todo mal que nos sucede o nos pueda suceder.

Y como esta mentalidad no siempre logra alcanzar los objetivos que tanto ansía, conduce a su vez con facilidad a la desesperación, al lloriqueo, al vano conformismo ante el infortunio. Y en vez de luchar por mejorar las cosas, en vez de poner entusiasmo, esas personas compiten en la exhibición de sus desdichas, en describir con horror los sufrimientos que soportan. La cultura de la queja tiende a engrandecer la más mínima adversidad y a transformarla en alguna forma de victimismo. Surge una extraña pasión por aparecer como víctima, por denunciar como perversa la conducta de los demás. Para las personas que caen en esta actitud, todo lo que les hacen a ellos es intolerable, mientras que sus propios errores o defectos son sólo simples sutilezas sin importancia que sería una falta de tacto señalar.

Hay básicamente dos maneras de tratar un fracaso profesional, familiar, afectivo, o del tipo que sea. La primera es asumir la propia responsabilidad y sacar las conclusiones que puedan llevarnos a aprender de ese tropiezo. La segunda es afanarse en culpar a otros, buscar denodadamente responsables de nuestra desgracia. De la primera forma, podemos adquirir experiencia para superar ese fracaso; de la segunda, nos disponemos a volver a caer fácilmente en él, volviendo a culpar a otros y eludiendo un sano examen de nuestras responsabilidades.

Cuando una persona tiende a pensar que casi nunca es culpable de sus fracasos, entra en una espiral de difícil salida. Una espiral que anula esa capacidad de superación que siempre ha engrandecido al hombre y le ha permitido luchar para domesticar sus defectos; un círculo vicioso que le sumerge en el conformismo de la queja recurrente, en la que se encierra a cal y canto. La victimización es el recurso del atemorizado que prefiere convertirse en objeto de compasión en vez de afrontar con decisión aquello que le atemoriza.

Mirando hacia atrás, vemos que las veces que hemos triunfado ha sido gracias a no negar el miedo, a identificar la sombra, enfrentarnos a nosotros mismos y dar el paso hacia adelante como una aventura.







FUENTE: VAZQUEZAVILA









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1 comentario:

Anónimo dijo...

realmente hay mas de los que cabria esperar, hasta incluso pienso que es una forma de escurrir el bulto, como bien explicas... me ha gustado, aunque no entiendo mucho de psicologia, tus palabras me enriquecen. gracias. clara.