jueves, 26 de junio de 2014

Mario Alonso Puig: Médico

«La naturaleza nos recuerda nuestros orígenes, que somos uno, que todo está conectado; los que se intentan aislar no pueden sobrevivir.»
Mario Alonso Puig es médico especialista en cirugía general y del aparato digestivo, fellow en cirugía por la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, miembro de la Academia de Ciencias de Nueva York y de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia. Es sorprendente que una persona de su currículo haya optado por «dedicar su vida a explorar el impacto que tienen los procesos mentales en el despliegue de nuestros talentos, niveles de salud, energía y bienestar que experimentamos» tal y como aparece reflejado en la solapa de uno de sus libros. Al conocerlo, una se contagia de su entusiasmo y de su claridad mental. Una mente bien ordenada, entrenada sin duda, pero al servicio de una consciencia despierta. Si entendemos la vida como él la expresa, lo cierto es que de repente encajan todas las piezas del puzzle. No podía ser de otra manera. Su propia trayectoria vital ha sido, en realidad, lo que le ha brindado las oportunidades precisas para colocarse donde está y conseguir su actual grado de lucidez y de humildad. Es una persona abierta a la experiencia, que aboga por un cambio de paradigma y despliega todo su potencial con las personas que tienen la suerte de cruzarse con él o con sus trabajos. Al terminar la entrevista, siento la magia de un encuentro clarificador. Esa sensación que a uno le embarga cuando alguien logra expresar en palabras aquello que uno sabe intuitivamente verdadero.
¿Cómo un médico general, especialista en el aparato digestivo, acaba adentrándose en temas de desarrollo personal?
Tomé la decisión de hacerme médico porque quería hacer algo por aliviar el sufrimiento del ser humano. El verano antes de empezar la carrera de medicina, me compré un libro de historia de la medicina. Leí algo curioso: en el siglo IV a. C. había médicos capaces de curar a través de la palabra. Eso me impresionó. Aquellos médicos descubrieron que interaccionando con los enfermos de una manera determinada, éstos empezaban a mejorar, incluso podían curarse de enfermedades muy graves. Como los médicos no sabían lo que ocurría no podían llamar a aquello ciencia médica porque no había allí un método científico, pero también sabían que no había sido un método quirúrgico ni farmacológico; había sido algo distinto que estaba relacionado con el mundo de la comunicación. Le llamaron “el arte médico” y la verdad es que me pareció precioso. Entré en la carrera y vi que no había ni media hora dedicada a hablar de la relación médico-enfermo. Y me dije que esto no era posible. Por ello me dediqué a estudiar temas de psicología y filosofía por mi cuenta y a aplicar estos conocimientos, interactuando con mis pacientes como médico. Pasó el tiempo y lo cierto es que siento que hice dos carreras paralelas: una la de médico tradicional, y otra, la que yo iba completando a través de la compresión del ser humano. En mi consulta empecé a aplicar el apoyo a través de la comunicación con gente que sufría problemas digestivos a las que no se encontraba ninguna solución. Y el caso es que empezamos a notar mejorías físicas. Una señora que había pasado por una situación muy dura y a la que yo había ayudado me dijo de forma muy directa: «Doctor, usted tendría que llevar esto a más gente». Yo le di las gracias y le comenté que ya me lo habían dicho otras personas, a lo que ella me contestó: «¿Y usted qué ha hecho?». No supe que responder. Entonces empecé a impartir cursos acordes con esta filosofía, mientras seguía ejerciendo la medicina. Hace unos 6 años me di cuenta que era imposible seguir compatibilizando las dos cosas, porque ambas me exigían mucha dedicación. Me sentía tremendamente ilusionado con esta nueva vertiente de mi carrera, pues veía que ayudaba a la gente no sólo a nivel de salud, sino también de alegría vital; así que decidí dejarlo todo y dedicarme plenamente a mi verdadera vocación.
¿Cómo compatibiliza una visión holística, casi mística, con otra científica más cartesiana y determinista?
De una forma muy natural. Yo creo que hay muchas cosas que vemos como dilemas cuando en realidad son contrastes, es decir, no es lo uno o lo otro, sino que es lo uno y lo otro. No creo que esté reñida la visión de la ciencia con otra más espiritual del ser humano. Creo que nos aferramos a un punto de vista y no nos abrimos a otros. En este sentido, creo que la ciencia tiene que aprender a ser humilde y entender que hay cosas que no se pueden medir todavía y que sin embargo existen. Por otra parte, el mundo que se aleja de la ciencia tiene que entender que la apreciación cuantitativa y cualitativa de las cosas también tiene un valor. Es la arrogancia la que nos mata. Yo creo que desde la humildad, que viene de humus, lo que fertiliza la tierra, podemos abrirnos a la idea de que la ciencia es un valor muy importante, pero que no puede determinar todo lo que es la realidad, la mente no está limitada a un único punto de vista.
¿Qué papel cree que juega la naturaleza en ese viaje al verdadero ser?
Para mí la naturaleza es la obra maestra de un creador. Cuando ves la naturaleza, algo en tu interior reconoce que eso es una obra que no ha podido ser hecha por un hombre. La emoción que sientes ante un paisaje o el movimiento de un animal, es de una cualidad diferente a la que normalmente sentimos frente a la obra de un hombre. Y cuando, ante un cuadro, una escultura o una obra musical, sentimos que algo se remueve en nuestro interior, creo que estamos siendo un poco como un prisma. En tanto el ser humano se vea ajeno a la naturaleza está perdido. La naturaleza nos recuerda nuestros orígenes, que somos uno, que todo está conectado; los que se intentan aislar no pueden sobrevivir. Creo que la naturaleza es un mensaje permanente de nuestros orígenes y sé por experiencia que cuando pasamos tiempo en la naturaleza los procesos mentales se hacen mucho más eficientes y más claros. Así pues, es un regalo que tenemos ahí y que necesitamos cuidar.

¿Qué opina de los valores que promueve la actual sociedad capitalista de consumo con relación a la felicidad y a la realización del ser?
Yo creo que primero tenemos que diferenciar dos conceptos: el bienestar subjetivo y la felicidad. Son dos cosas totalmente diferentes y cometemos un error al igualarlas. Una persona puede tener un bienestar subjetivo aparentemente claro y manifiesto, pero en su interior no estar en una situación de serenidad, no tener paz. Otra persona puede tener un bienestar subjetivo aparentemente más reducido y sin embargo tener una experiencia interna totalmente distinta. Ésta es una de las cosas que tenemos que matizar. Otra es que no creo que exista ningún problema con el dinero en sí, sino que el problema surge cuando ponemos el dinero en el centro de la vida. Cuando el dios es el mercado, el ser humano es rebajado a la condición de objeto. Cuando rebajas al ser humano pierdes toda la belleza que ese ser humano trasmite. Nosotros generamos esos problemas.
¿Qué relación existe entre la enfermedad y el estado emocional de las personas?
Ésta es una pregunta interesantísima a la cual ya podemos contestar con una base científica. Se ha podido fotografiar cómo cuando una persona empieza a ser invadida por sentimientos negativos, ese proceso que empieza en áreas más cognitivas, más intelectuales, va derivando y acaba produciendo cambios en la química sanguínea. Somos muy responsables de nuestros estados emocionales, muy capaces de darles una respuesta. Por ejemplo: cuando una persona empieza a pensar de forma positiva, a animar a la gente que le rodea, a trasmitirles la idea de que siempre hay un camino ante la dificultad, se ha podido corroborar la presencia en su sangre de un neuropéptido, una hormona de corta cadena que tiene dos efectos: el primero es analgésico, y el segundo es capaz de desconectar el conducto del miedo. Y esa respuesta se puede observar en el que tiene esa actitud positiva pero también en las personas a las que anima y apoya. ¿Qué quiere decir esto? Si, ante un desafío, el circuito del miedo me envuelve, no es que yo tenga miedo, es que el miedo me tiene a mí, con lo cual no soy operativo, me bloqueo. Que yo pueda producir un cambio hormonal a través de «yo creo en ti», es maravilloso porque eso tiene dimensiones absolutamente inimaginables. Podemos hablar de hormonas como la dopamina, la serotonina... Es decir, los estados mentales y corporales son dos caras de una misma moneda del inconsciente.
Por ejemplo, cuando una persona está presa de la ira, el resentimiento o la desesperanza, sabemos que suben en sangre los niveles de cortisol, que es una hormona muy saludable cuando sigue los llamados ritmos circadianos; pero cuando se rompe ese ritmo y el cortisol está alto, su concentración dificulta el funcionamiento de un linfocito, de una célula blanca especializada en luchar contra bacterias, virus y tumores, que se llama linfocito asesino. No tenemos pruebas actualmente de que los estados de ánimo negativos favorezcan el crecimiento de tumores malignos pero sí de que dificultan la lucha contra ellos. También sabemos que nuestros estados de ánimo negativos reducen la producción de una enzima de una estructura molecular llamada telomerasa. La función de ésta es reparar los telómeros que son algo así como unos pequeños capuchones que hay en los cromosomas para evitar que éstos se abran. Si el cromosoma se abre, las hebras de ADN se desflecan y si eso ocurre, la longevidad podría reducirse. Queda mucho por descubrir porque, así como se produjo un gran avance en neurociencia, sobre todo a partir de la última década del siglo pasado y principios del actual, hacen falta nuevos aparatos para seguir investigando en un campo infinito y fascinante. Y lo que es bastante impresionante es que la física cuántica, la neurobiología, etc., están dando una explicación científica a cosas que filósofos presocráticos y ciertos místicos ya venían describiendo en un lenguaje más poético pero no menos real. Ellos ya sabían cosas como ésta: que el observador afecta a lo observado, algo que el mundo de la física subatómica acaba de desvelar. La palabra “filosofía” significa ni más ni menos que amor a la sabiduría y los conocimientos sin sabiduría no se pueden utilizar correctamente.
Los nuevos descubrimientos científicos muestran la existencia de la regeneración neuronal. ¿De qué depende que se puedan crear nuevos circuitos neuronales y restaurar zonas adormecidas?
Cuando yo estudiaba medicina, se sostenía que las neuronas no se reproducían por su extraordinaria complejidad. Tengamos en cuenta que una neurona tiene entre 10.000 y 250.000 conexiones. Imaginemos una estructura que recibe 250.000 impulsos, rodeada de 250.000 cables, y que además tiene que hacer una ponderación más-menos y en función de eso decidir si dispara o no dispara un impulso. Nuestra visión ha cambiado radicalmente con el descubrimiento de dos factores fundamentales. Del primero ya hablaba Santiago Ramón y Cajal, quien dijo: «Todo ser humano, si se lo propone, puede ser escultor de su propio cerebro». Esta bellísima frase es literalmente correcta. Cajal describió las espinas dendríticas, unos pequeños botones dentro de las ramificaciones neuronales; se sabe que cuando una persona es valiente, se entrena, estudia, aprende un instrumento musical, se interesa por las cosas, aumentan las espinas dendríticas. Eso se llama neuroplasticidad. Es muy importante que las neuronas estén muy conectadas. Podríamos decir de una manera muy simple que, a mayor grado de concentración neuronal, mayor inteligencia. Por otro lado, si bien es cierto que las neuronas no se reproducen, sí se regeneran. ¿Cómo lo hacen? Hay células madre que están localizadas en unas cavidades llamadas ventrículos. Cuando un ser humano entra en un entorno incierto, tiene que aprender deprisa, tiene que controlar su pánico… Hay una señal química que le dice a la célula madre: «Desplázate al hipocampo». La distancia del ventrículo de la cavidad cerebral al hipocampo es de un milímetro, es decir, nada. La célula madre se desplaza y allí empieza a convertirse en una nueva neurona, de tal manera que en tres semanas se ha diferenciado y conectado con la red neuronal. Este proceso se llama “neurogénesis”. Esto quiere decir que el ser humano tiene esa capacidad. El segundo factor a que aludía está relacionado con un descubrimiento muy reciente sobre las células de Glia. Por cada neurona, hay nueve células de Glia, y se había considerado siempre que éstas sólo eran células de sostén nutricional para las neuronas. Hoy en día se sabe que colaboran en el proceso de pensamiento y de creatividad. Y las células de Glia sí que se reproducen.
¿Es cierto que sólo utilizamos un pequeño potencial de nuestro cerebro? ¿Qué alberga la parte no utilizada? ¿Cómo se puede acceder a ella?
Esta parte es muy curiosa, pero no hay muchos datos científicos al respecto. Normalmente se repite con frecuencia que sólo se utiliza el 10% del cerebro. ¿Cómo vamos a saber cuál es el 10% si no sabemos cuál es el 100%? Sí sabemos del cerebro lo siguiente: sabemos que los dos hemisferios, que son áreas de asociación, funcionan de forma radicalmente diferente en unas cuantas cosas muy importantes y que, por el sistema educativo, uno de los dos hemisferios, el derecho, experimenta una atrofia funcional. Pasamos de ser niños con una muy buena coordinación hemisférica a entrar en el mundo de la lengua y las matemáticas, donde compartir, reír, experimentar... parece quedar fuera de juego, y el hemisferio derecho pierde protagonismo. Sí sabemos que el ser humano tiene un cerebro de una capacidad espectacular, pero el programa mental, los hábitos de pensamiento lo limitan. Aunque realmente son cosas que no se puede comparar, imaginemos por un momento que el cerebro es un ordenador. Pero ni siquiera el mejor ordenador producirá resultados satisfactorios si le introducimos un programa basura, y eso no será culpa del ordenador. Tenemos en el cerebro muchos programas basura que es muy difícil suprimir y sustituir por otros que funcionen bien. Hay muchas partes de nosotros que están bloqueadas. Somos herederos de la visión de René Descartes, que en el siglo XVII preconizaba que las capacidades cognitivas son las importantes y que las emociones están en un segundo nivel. Esto es absurdo y contraproducente. Sabemos perfectamente que la mente muestra lo que el corazón quiere sentir. Una persona apasionada se convierte en un transformador de la ciencia. La creatividad es hija de la pasión.
¿Es importante la emoción para desarrollar el potencial del cerebro?
En cuanto a la posibilidad de desarrollar ese potencial, son varias las cosas que se pueden hacer. Lo primero es centrarse en lo que se quiere y no en lo que se teme. Es decir, dar mucho más valor y prestar más atención a la solución que al problema. El concepto del vaso medio lleno o medio vacío hay que matizarlo muy bien. Cuando se lo ve como medio lleno, el vaso empieza a llenarse más, y a la inversa, porque lo que creemos lo creamos. Nuestro juego interno se convierte en juego externo. El ser humano influye en su realidad, aunque no sea consciente de ello. El ser humano necesita soñar. Lo segundo es potenciar muchísimo la comunicación, no sólo como trasvase de información sino como forma de compartir sueños. Tercero, es fundamental el humor. Cuarto, es igualmente importante el ejercicio físico que, como se ha demostrado, mejora la neurogénesis. En quinto lugar, habría que estar muchísimo más en contacto con la naturaleza y no ser un rey Sol, como si todo girase alrededor de uno. Hay que ocuparse de lo cercano, hay que ver cómo se puede llegar a alguien para que su experiencia de la vida sea un poco más hermosa; ver cómo se le puede quitar un poco de sufrimiento y añadir algo de alegría. No somos concientes del poder que tiene una sonrisa cuando una persona se siente sola y aislada. Son pequeñas cosas que marcan grandes diferencias. No somos concientes de lo que podemos influir para crear nuevas circunstancias.
Usted asegura que empeñarse en rechazar una emoción puede contribuir a darle todavía más fuerza. ¿Se podría aplicar este mismo principio a nivel de la humanidad y a la manera de afrontar sus aspectos más negativos?
Hay otra frase que intento hacer mía y bajo la que intento vivir. En la vida no hay amigos y enemigos, sino sólo maestros. Si yo me encuentro con una persona que es extremadamente desagradable, esa persona está siendo mi maestro, que me ofrece la ocasión para ejercitar mi compasión y mi paciencia. Si lo veo como algo desagradable, estoy perdiendo una enorme oportunidad de crecer como ser humano. Detrás de la ira está la tristeza y el miedo, y la única manera de ayudar a esa persona es no reaccionar ante la violencia. Eso no significa que tengamos que permitir todo tipo de actitudes, pero hay que evitar ir contra la persona. Un ejemplo muy concreto: cuando a la Madre Teresa de Calcuta le preguntaron que si quería formar parte de una manifestación contra la guerra dijo que no: «Llámenme cuando hagan una manifestación a favor de la paz». Todo lo que sea enfocar lo negativo no conseguirá sino perpetuar la situación. Además, se produce un proceso que se llama “colusión”. He de invertir las cosas para demostrar que él está equivocado y yo tengo razón. Ya no me importa solucionar el problema, sino sólo demostrar quién tiene razón. Y ahí hay una inversión que ya no es neutra, que ya no sirve para encontrar el camino hacia la solución. La colusión invita a la reacción. Es un juego destinado al fracaso. Cuando enfocas lo positivo, llegas a conclusiones como las de Nelson Mandela. Después de pasar años encarcelado, enfocó el resto de su vida hacia la reconciliación. «Tan esclavo es el que está en una celda como el que está prisionero de su odio. Ambos han de ser liberados.»
¿Qué entiendes por liderazgo? ¿Crees que en este mundo globalizado eso sigue siendo necesario?
Tenemos que tener en cuenta que las palabras no son inocentes porque abren cajones emocionales de experiencia. Para mí el liderazgo tiene dos características: una, el líder genera un mundo al que a otras personas les hace ilusión pertenecer; y, dos, el líder es aquella persona que desplegando lo mejor que hay dentro de sí invita a los demás a hacer lo mismo. No es alguien que busque seguidores, ni aplauso, ni reconocimiento. Es alguien que quiere hacer aflorar lo mejor que hay en cada ser humano. Por eso me parece que la senda del liderazgo es transitada por pocas personas. Yo creo que es algo necesario. El liderazgo está basado en la autoridad que las personas te confieren, mientras que la jefatura está basada en el cargo que tienes, en el poder. Y desde la perspectiva de la autoridad que te dan las personas, hay quienes sacan lo mejor del ser humano y otros que ponen en marcha sus aspectos sombríos. Vemos el tipo de líder que es en función del tipo de mundo que crea. El líder que a mí me mueve es aquel que quiere servir a los demás; es una persona sencilla que, cuando ve a otro líder, favorece el camino para crecer y da alas para volar. No pretende controlar o competir, lo que le interesa es la generación de la abundancia.
¿Qué lugar crees que ocupa el hombre en la historia de la evolución de la vida?
El único acercamiento que he encontrado a la respuesta a esa pregunta procede de las filosofías orientales más antiguas. Imaginemos que, de algún modo, hay una conciencia absoluta que puede percibirlo todo, pero no se puede percibir a sí misma. Es a través de esa humanización de la conciencia como se percibe a sí misma. Es un viaje para conocerse a sí misma. ¿Qué ocurre en ese proceso? Pues que el reflejo pensó que podía vivir sin su fuente. Por poner un ejemplo: vivo en un bosque y conozco todo lo que me rodea pero no me puedo ver a mí mismo. Entonces me veo reflejado en el agua clara, pero el reflejo cree que es independiente y que puede existir sin su fuente. Sin duda añoraría el origen y no descansaría hasta llegar a él. Y sólo sería feliz al encontrar su origen.
Para mí la virtud más hermosa es la humildad, porque la arrogancia es la ceguera. La humildad de cuando se acepta ser un reflejo de lo más bello; y si se refleja algo hermoso, el sentido es mayor. Si el ser humano aprende esto y se reconcilia y se une con su origen, se produce la integración. Si se aprende el sentido de la vida, se aprende a crecer en amor. Entendiendo el amor como ese pegamento intangible que es todo.
¿Qué opinión tiene de Félix Rodríguez de la Fuente y de cuáles fueron las claves de su éxito?
Yo creo que fue un hombre profundamente valiente porque, en un momento dado, con una profesión totalmente distinta de lo que luego fu su verdadera carrera, se atrevió a dar un gran salto y se presentó en una cadena de televisión, poniendo unos cráneos en una mesa para hablar a la gente de lo que le hacía vibrar. Yo destacaría de Félix su gran valor y su gran amor a la naturaleza. Y como nadie que ame a la naturaleza puede no amar al ser humano, era un hombre que nos amaba y ese amor se trasmitía en la televisión; por eso para nosotros, los que le queremos, Félix sigue estando vivo. Otra cosa que destacaría era su entusiasmo y su pasión. Era pura efervescencia. Era tal la forma en la que hablaba, que transformaba el conocimiento en experiencia, en su experiencia que invitaba a vivir a los demás a través de él. Por otro lado, creo que fue un hombre que se adelantó a su época, del que cualquier español se tiene que sentir orgulloso. Transcendió su ámbito y se convirtió en un fenómeno social. Ver su programa era una experiencia de evolución personal unida a la naturaleza. Cuando acababas de ver sus programas decías: «!Vaya! Qué bien me siento! ¡Qué contento estoy!». No solo tenía interés desde el punto de vista de la divulgación del conocimiento sino que era un espacio que abría el alma humana. Es muy importante que su figura siga viva… Es impresionante que siga estando en el inconsciente colectivo.
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