domingo, 15 de agosto de 2010

Inteligencia emocional: ¿qué es y para qué sirve?



El término inteligencia emocional lo popularizó el psicólogo Daniel Goleman en 1995, aunque existía en la literatura científica desde algún tiempo atrás. Desde entonces su popularidad no ha cesado de crecer. Goleman no es científico, pero tampoco un mero gurú de la autoayuda: ha sido profesor en Harvard, redactor científico en New York Times y editor de la revista Psychology Today.

Un cerebro anticuado

Basándose en sus conocimientos sobre neurología, Goleman señaló que ningún ser humano es capaz de comportarse todo el tiempo de manera únicamente racional. El córtex, que es la capa exterior y más evolucionada de nuestro cerebro, domina nuestro pensamiento, pero una zona del cerebro mucho más antigua, la amígdala, todavía toma el control de nuestros actos en determinadas situaciones; por ejemplo, cuando nos enfadamos o nos sentimos en peligro.

La amígdala era un órgano muy útil para nuestros antepasados de las cavernas: les ayudaba a responder rápidamente a cualquier ataque. Pero nuestra supervivencia, hoy en día, no depende de que seamos los más impulsivos ni los más fieros, más bien al contrario: para triunfar necesitamos mano izquierda y capacidad de negociación. No obstante, por mucho que sepamos cuál es la conducta adecuada, si nos presionan demasiado, tarde o temprano responderemos gritando, amenazando o huyendo… exactamente igual que nuestros tatarabuelos de la edad de piedra.

El coeficiente emocional

Dicho de otro modo: es imposible controlar nuestros actos o nuestras emociones contando únicamente con la razón. En una situación de estrés, somos capaces de saber qué hay que hacer y, sin embargo, hacer todo lo contrario. Podemos poseer toda la sabiduria y la inteligencia del mundo, y pese a todo equivocarnos.

¿Recuerdan a la doctora Brennan, la protagonista de la serie Bones? Es la antropóloga forense más brillante del mundo, una mujer superdotada con un vasto abanico de conocimientos, y sin embargo necesita ayuda para salir airosa de las situaciones sociales más sencillas. Le cuesta entender una ironía, una frase hecha o una mentira piadosa. ¿Es una mujer inteligente? Sí y no. Según las tesis de Goleman, este personaje tendría un gran coeficiente intelectual pero, en cambio, un coeficiente emocional muy pobre.


Como la mayor parte de nosotros necesitamos relacionarnos en nuestro trabajo con seres vivos y no con huesos, un poco de inteligencia emocional nos facilitará enormemente las cosas. En realidad no existe ningún test fiable para medir el coeficiente emocional, pero hay cinco habilidades básicas que distinguen, según Goleman, a una persona con una gran inteligencia emocional.

Autoconciencia: Comprender nuestras propias emociones, saber en todo momento cómo nos sentimos y por qué. A veces el desencadenante de una emoción y su causa profunda son distintos. Podemos irritarnos mucho por una tontería pero, en realidad, estar enfadados por otra razón, o incluso con otra persona distinta a aquella a la que dirigimos nuestra ira.

Empatía: Comprender cómo se sienten los demás es fundamental para tener éxito en cualquier relación, ya sea personal o profesional.

Autocontrol: Una vez comprendemos nuestras emociones, es importante que sepamos gestionarlas. Dejarse arrastrar por el miedo, la ira o la tristeza raramente resuelve nada. No se trata de dejar de sentirlos, sino de procurar que no condicionen nuestros actos.

Habilidad interpersonal: Si gestionamos bien nuestras emociones y comprendemos las de los demás, el siguiente paso es influir en ellas. Esto es fundamental para negociar, entablar relaciones sólidas, conseguir acuerdos satisfactorios, etc…

Motivación: Las cosas que nos suceden nos afectan, pero nuestro estado de ánimo no puede depender únicamente de las circunstancias o el entorno. Si somos capaces de darnos ánimos a nosotros mismos, superaremos grandes obstáculos. Un fracaso se puede interpretar en clave negativa (“soy un desastre”) o positiva (“aprenderé de este error y lo haré mejor al segundo intento”). A igual inteligencia, una persona que adopte esta segunda actitud tendrá más probabilidades de conseguir su objetivo.

Tanto Goleman como otros psicólogos de la rama cognitivo-conductual consideran que estas habilidades, aunque se dan de forma innata en proporciones distintas de una persona a otra, pueden entrenarse y potenciarse.


Fuente: Iberestudios









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