A la madre Teresa de Calcuta la visitaron, en una ocasión, 40 profesores de distintos países. Uno de ellos se levantó y dijo:
-“Dinos algo que nos cambie la vida”. Quizá no esperaban la prescripción sencilla que la Madre Teresa ofreció.
-“Sonrían unos a otros. Dense tiempo para estar unos con los otros; disfrútense mutuamente. En otras palabras, recuerden al corazón”.
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Una lección que habrá dejado descolocado a más de uno. Aunque tratándose de Madre Teresa y su conocida sencillez, no es para extrañarse . Pero, ¿algo tan simple como sonreírnos unos a otros? Sí. Porque la sonrisa no es una mueca en la cara; hablamos con el corazón a través de una sonrisa. Nos damos, nos entregamos. Tantas veces no podemos dar nada, ni siquiera una palabra. Pero nuestra sonrisa habla, nos transporta hacia el 'otro', es como un puente que dice 'te acepto'. Y no importa que no nos devuelvan la sonrisa, ella se fue para anidar en el corazón de alguien, aunque ese alguien no sea capaz de responder momentáneamente.
Estoy segura que la sonrisa 'rompe hielos', y trato de hacer de ella una práctica constante. En la institución donde trabajo llegó hace un año atrás un compañero que no se daba con nadie. Pasaba delante de todos sin inmutarse, la vista baja y sin saludar. Pero yo no me privaba de saludarlo sonriendo cada día y él respondía entre dientes. A veces cuando pasaba frente a su oficina, casi lo obligaba a levantar la vista porque me hacía notar detrás del vidrio y lo saludaba con la mano en alto. Respondía desganado, pero no sonreía. Hace poco él fue trasladado a otras oficinas a pocas cuadras de donde estoy, y eso hace que por las mañanas forzozamente nos crucemos en la calle. La primera vez que advertí su presencia, él venía caminando -como lo hace habitualmente- por la vereda contraria. Mi sorpresa fue grande cuando, al enfrentar nuestras miradas, él me sonrió gentilmente mientras me saludaba. De ahí en más, cada mañana nos damos nuestra sonrisa.
Torrentes de bendiciones como agua de lluvia,
Jessica Boyer
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