El arma que emplean, con la que hieren y matan, es la palabra. El maltrato psicológico no aparece de un día para otro en la pareja, pero una vez que se instaló, es permanente y sistemático. Comienza con una fase de seducción, porque busca mujeres frágiles a las que les da seguridad. Se aprovecha de la admiración que la mujer siente por él y de la imagen bondadosa que ella le devuelve y que él necesita para su narcisismo. Poco a poco, la mujer va anulando sus defensas y ya no puede rebelarse. A partir de ese momento, la víctima pasa a una relación dependiente y muestra su consentimiento. Comienza la dominación, el “otro” ya no es un igual. Al principio, la víctima no es consciente de este proceso, está atrapada. Con el pasar del tiempo, va perdiendo resistencia, no se opone y ya no critica.
La estrategia perversa consiste en el desarrollo de un juego lento, a diferencia de la trompada. Lo importante es el sometimiento. Es muy intuitivo a la hora de detectar puntos débiles de dolor o inferioridad del otro y allí atacan. A partir de este momento, la víctima comienza a ahogarse, no puede pensar. Sólo obedece... y empieza a tenerle miedo. El perverso da muy poco y pide mucho. Nunca está satisfecho, y si la víctima expresa su descontento o se queja, aparecen las amenazas de abandono y ataque. Pero si la víctima se queda tranquila y dócil, puede permanecer un tiempo “en paz”. Esto va generando un estrés permanente. El perverso le niega a la víctima el derecho a ser oída y cuando habla, adopta un tono frío, la mayoría de las veces sin elevar su voz y su discurso es moralizador, distante e irónico. Normalmente es muy mentiroso y siempre cree tener la razón. Jamás pedirá perdón y si lo hace, dirá que fue “sin intención”. La idea es hacer dudar a la víctima de sus propios pensamientos y afectos hasta el punto de tener que pedir perdón por algo que no hizo o agotarse buscando soluciones que nunca va a satisfacer al perverso. Pero el mecanismo que mejor pone en juego es la descalificación. Una y otra vez le dirá que no vale nada, que no hizo nada, que nadie la quiere, hasta que la víctima se lo cree.
Pero no es sólo el ataque a su autoestima, también descalifica a sus amigos, a su familia, a su trabajo, a su pueblo natal, a su historia. No existe, desde su mundo, ni respeto ni compasión por el “otro”, éste sólo existe en la medida en que pueda utilizarlo para manipular (cosa que hacen a la perfección) y mantenerlo en una posición de dependencia. Núcleo agresivo El maltrato psicológico tiene su núcleo agresivo porque se introduce en el territorio psíquico del otro. La psicopatología da cuenta de que la perversión es una defensa frente a la depresión o la psicosis. De todas maneras, eso no lo justifica, porque lo que está en juego es la identidad del otro que puede llegar a la destrucción moral que en no pocos casos termina en depresión, en enfermedades mentales o físicas (alta tensión, úlceras, trastornos del sueño, etcétera) o en suicidio. El otro no es un cómplice “masoquista” simplemente, no puede defenderse, ama, sufre y se cree que es culpable de lo que ocurre. Jamás se le ocurre pensar que el otro pueda ser tan violento ni tan agresivo.
Al igual que en el maltrato físico, la mujer piensa que “ella” lo va a “ayudar” e instala la esperanza. Las frases agresivas son tan “de todos los días” que hasta parecen normales: ¡otra vez dejaste la azucarera sin tapa y está llena de hormigas...! ¿Alguien puede ser más estúpida que vos?”. “En mi vida futura no estás en mis planes, tengo 10 para reemplazarte”. “No sé cómo podés ser amiga de...”. La víctima calla, se culpa y sufre. El perverso la paraliza, siempre va a dejar claro que el que manda es él, dada su incapacidad de compartir. En la mayoría de los casos, la víctima es excesivamente tolerante, y el origen de la misma proviene de reproducir lo que uno de los padres ha vivido y de la necesidad de reparar. El perverso jamás se va a responsabilizar de ningún fracaso ya sea laboral o personal, la culpa siempre la tiene el otro: “No me das lo que necesito”; “nunca hacés nada por mí”; “todos son unos incapaces”. La víctima oscila entre la angustia y la rabia, por momentos es conciliadora, por momentos intenta defenderse. Si reacciona y desea recuperar un poco de su libertad, el perverso, al ver que su víctima se le está escapando de las manos, reacciona con mayor saña y puede llegar a la violencia física. Nunca aceptará que se queje y no le perdonará que se defienda. El perverso jamás deja libre a su presa y siempre la odiará porque piensa que la víctima lo odia como sólo él es capaz de hacerlo.
Como utiliza el mecanismo de la proyección, la agresión es para siempre. Tampoco se privan de la paranoia: “Hay que atacar primero y gracias a eso sobrevivo”. La víctima desea olvidar, pero él no lo permitirá porque al tenerla como centro de la violencia (vivan juntos o separados) le evita sentirse deprimido o desestructurado. Otto Kernberg (1975) define a esta estructura como “perverso narcisista” y describe a la persona como alguien muy centralizada en sí misma, con falta de empatía hacia los demás, insensible y que no sabe disfrutar de la vida. Es muy envidioso y le falta profundidad emocional. No puede experimentar auténticos sentimientos de tristeza o duelo. Frente al abandono, reacciona con una aparente depresión, pero la realidad es que siente mucho resentimiento cargado de venganza y nunca de verdadera tristeza por la persona a la que ha perdido. Es narcisista porque su existencia está basada en “absorber” al otro ya que son estructuras vacías, por eso buscan parejas alegres, creativas, que aman a la vida. Cuando la víctima ya está “absorbida”, buscan con urgencia otra y se presentan como víctimas que han sido abandonados y nunca comprendidos. Es insensible y no tiene escrúpulos morales. No sufre y es incapaz de amar ya que siempre está presto para destruir momentos de felicidad de la que podría disfrutar con su familia, con su pareja o con sus amigos. Cuando la víctima se da cuenta de la situación en la que se encuentra, tiende a reaccionar de dos maneras: o se somete o se separa. Si se decide por lo segundo, puede esperar más agresión, chantaje y presión en lo económico y siniestra manipulación con los hijos. Para la víctima, olvidar el pasado no es fácil pero tampoco imposible.
La manera de poder salir de esta situación es que primero deje de lado toda la culpa que le ha sido asignada por el agresor, reconozca que la persona a la que amó tiene un trastorno de personalidad que le ha hecho mucho daño, que debe protegerse a diestra y siniestra, que no debe entrar más en el juego perverso ni creer que él va a cambiar, ni justificarse más. Y, fundamentalmente, recibir apoyo terapéutico porque no es fácil superar tanto tiempo de sufrimiento. Es importante rodearse de amigos, de actividades gratificantes y predisponerse para conocer nuevas personas que aumenten su autoestima y el sentimiento de que puede amar de nuevo... pero de manera diferente.
La estrategia perversa consiste en el desarrollo de un juego lento, a diferencia de la trompada. Lo importante es el sometimiento. Es muy intuitivo a la hora de detectar puntos débiles de dolor o inferioridad del otro y allí atacan. A partir de este momento, la víctima comienza a ahogarse, no puede pensar. Sólo obedece... y empieza a tenerle miedo. El perverso da muy poco y pide mucho. Nunca está satisfecho, y si la víctima expresa su descontento o se queja, aparecen las amenazas de abandono y ataque. Pero si la víctima se queda tranquila y dócil, puede permanecer un tiempo “en paz”. Esto va generando un estrés permanente. El perverso le niega a la víctima el derecho a ser oída y cuando habla, adopta un tono frío, la mayoría de las veces sin elevar su voz y su discurso es moralizador, distante e irónico. Normalmente es muy mentiroso y siempre cree tener la razón. Jamás pedirá perdón y si lo hace, dirá que fue “sin intención”. La idea es hacer dudar a la víctima de sus propios pensamientos y afectos hasta el punto de tener que pedir perdón por algo que no hizo o agotarse buscando soluciones que nunca va a satisfacer al perverso. Pero el mecanismo que mejor pone en juego es la descalificación. Una y otra vez le dirá que no vale nada, que no hizo nada, que nadie la quiere, hasta que la víctima se lo cree.
Pero no es sólo el ataque a su autoestima, también descalifica a sus amigos, a su familia, a su trabajo, a su pueblo natal, a su historia. No existe, desde su mundo, ni respeto ni compasión por el “otro”, éste sólo existe en la medida en que pueda utilizarlo para manipular (cosa que hacen a la perfección) y mantenerlo en una posición de dependencia. Núcleo agresivo El maltrato psicológico tiene su núcleo agresivo porque se introduce en el territorio psíquico del otro. La psicopatología da cuenta de que la perversión es una defensa frente a la depresión o la psicosis. De todas maneras, eso no lo justifica, porque lo que está en juego es la identidad del otro que puede llegar a la destrucción moral que en no pocos casos termina en depresión, en enfermedades mentales o físicas (alta tensión, úlceras, trastornos del sueño, etcétera) o en suicidio. El otro no es un cómplice “masoquista” simplemente, no puede defenderse, ama, sufre y se cree que es culpable de lo que ocurre. Jamás se le ocurre pensar que el otro pueda ser tan violento ni tan agresivo.
Al igual que en el maltrato físico, la mujer piensa que “ella” lo va a “ayudar” e instala la esperanza. Las frases agresivas son tan “de todos los días” que hasta parecen normales: ¡otra vez dejaste la azucarera sin tapa y está llena de hormigas...! ¿Alguien puede ser más estúpida que vos?”. “En mi vida futura no estás en mis planes, tengo 10 para reemplazarte”. “No sé cómo podés ser amiga de...”. La víctima calla, se culpa y sufre. El perverso la paraliza, siempre va a dejar claro que el que manda es él, dada su incapacidad de compartir. En la mayoría de los casos, la víctima es excesivamente tolerante, y el origen de la misma proviene de reproducir lo que uno de los padres ha vivido y de la necesidad de reparar. El perverso jamás se va a responsabilizar de ningún fracaso ya sea laboral o personal, la culpa siempre la tiene el otro: “No me das lo que necesito”; “nunca hacés nada por mí”; “todos son unos incapaces”. La víctima oscila entre la angustia y la rabia, por momentos es conciliadora, por momentos intenta defenderse. Si reacciona y desea recuperar un poco de su libertad, el perverso, al ver que su víctima se le está escapando de las manos, reacciona con mayor saña y puede llegar a la violencia física. Nunca aceptará que se queje y no le perdonará que se defienda. El perverso jamás deja libre a su presa y siempre la odiará porque piensa que la víctima lo odia como sólo él es capaz de hacerlo.
Como utiliza el mecanismo de la proyección, la agresión es para siempre. Tampoco se privan de la paranoia: “Hay que atacar primero y gracias a eso sobrevivo”. La víctima desea olvidar, pero él no lo permitirá porque al tenerla como centro de la violencia (vivan juntos o separados) le evita sentirse deprimido o desestructurado. Otto Kernberg (1975) define a esta estructura como “perverso narcisista” y describe a la persona como alguien muy centralizada en sí misma, con falta de empatía hacia los demás, insensible y que no sabe disfrutar de la vida. Es muy envidioso y le falta profundidad emocional. No puede experimentar auténticos sentimientos de tristeza o duelo. Frente al abandono, reacciona con una aparente depresión, pero la realidad es que siente mucho resentimiento cargado de venganza y nunca de verdadera tristeza por la persona a la que ha perdido. Es narcisista porque su existencia está basada en “absorber” al otro ya que son estructuras vacías, por eso buscan parejas alegres, creativas, que aman a la vida. Cuando la víctima ya está “absorbida”, buscan con urgencia otra y se presentan como víctimas que han sido abandonados y nunca comprendidos. Es insensible y no tiene escrúpulos morales. No sufre y es incapaz de amar ya que siempre está presto para destruir momentos de felicidad de la que podría disfrutar con su familia, con su pareja o con sus amigos. Cuando la víctima se da cuenta de la situación en la que se encuentra, tiende a reaccionar de dos maneras: o se somete o se separa. Si se decide por lo segundo, puede esperar más agresión, chantaje y presión en lo económico y siniestra manipulación con los hijos. Para la víctima, olvidar el pasado no es fácil pero tampoco imposible.
La manera de poder salir de esta situación es que primero deje de lado toda la culpa que le ha sido asignada por el agresor, reconozca que la persona a la que amó tiene un trastorno de personalidad que le ha hecho mucho daño, que debe protegerse a diestra y siniestra, que no debe entrar más en el juego perverso ni creer que él va a cambiar, ni justificarse más. Y, fundamentalmente, recibir apoyo terapéutico porque no es fácil superar tanto tiempo de sufrimiento. Es importante rodearse de amigos, de actividades gratificantes y predisponerse para conocer nuevas personas que aumenten su autoestima y el sentimiento de que puede amar de nuevo... pero de manera diferente.
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