lunes, 26 de julio de 2010

U.P. SANAR SU VIDA (Cap2)

Una sesión con Louise

Capitulo 2
¿Cuál es el problema?

«No hay peligro en mirar hacia adentro»





El cuerpo no me funciona

Me duele, me sangra, me molesta, supura, se me tuerce, se me hincha, cojea, me arde, envejece, ve mal, oye mal, es una ruina... Más cualquier otra queja que a usted se le ocurra. Creo que ya las he oído todas.

Mis relaciones no funcionan

Son sofocantes, exigentes, no están nunca, no me apoyan, siempre están criticándome, no me quieren, jamás me dejan tranquilo, están todo el tiempo metiéndose conmigo, no se preocupan por mí, me llevan por delante, jamás me escuchan, etcétera. Más cualquier otra queja que a usted se le ocurra. Sí, todas éstas las he oído también muchas veces.

Mis finanzas no funcionan

Mis entradas son insuficientes, irregulares, no me bastan, el dinero se me va más rápido de lo que entra, no me alcanza para pagar las cuentas, se me escurre entre los dedos, etcétera. Más cualquier otra queja que a usted se le ocurra. ¡Claro que las he oído todas!

Mi vida no funciona

Jamás consigo hacer lo que quiero. No puedo contentar a nadie. No sé lo que quiero. Nunca me queda tiempo para mí. Mis necesidades y deseos siempre quedan postergados. Si hago esto no es más que por complacerlos. No soy más que un felpudo. A nadie le importa lo que yo quiero. No tengo talento. No soy capaz de hacer nada bien. No hago más que postergar decisiones. A mí nada me sale bien. Etc. Más cualquier otra queja que a usted se le ocurra. He oído todas éstas, y muchas más.

Cada vez que le pregunto a una clienta (o a un cliente) nueva qué es lo que le pasa, por lo general recibo una de esas respuestas... o quizá varias. Realmente, ellos creen que conocen el problema, pero yo sé que esas quejas no son más que el efecto externo de formas de pensar, que son internas. Por debajo de las pautas internas del pensamiento se oculta otra pauta, más profunda y más fundamental, que es la base de todos los efectos externos.

Escucho las palabras que usan, mientras les voy haciendo algunas preguntas básicas:

¿Qué está sucediendo en su vida?
¿Cómo anda de salud?
¿Cómo se gana la vida?
¿Le gusta su trabajo?
¿Cómo van sus finanzas?
¿Cómo es su vida amorosa?
¿Cómo terminó su última relación?
Y la anterior a ésa, ¿cómo terminó?

Hábleme brevemente de su niñez. Observo la postura corporal y los movimientos faciales, pero sobre todo, escucho realmente lo que dicen y cómo lo dicen. Las ideas y las palabras crean nuestras experiencias futuras. Mientras las escucho, puedo entender fácilmente por qué esas personas tienen precisamente esos problemas.

Las palabras que pronunciamos son indicadores de lo que interiormente pensamos. A veces, las palabras que usan mis clientes no cuadran con las experiencias que describen. Entonces sé que no están en contacto con lo que realmente sucede, o que me están mintiendo; una de dos. Y cualquiera de las alternativas es un punto de partida, y nos proporciona una base desde la cual comenzar.

Ejercicio: Debería

En segundo lugar, les doy un bloc y un bolígrafo y les digo que escriban en lo alto de la página:


DEBERIA

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Se trata de hacer una lista de cinco o seis maneras de terminar esa oración. Hay personas a quienes se les hace difícil empezar, y otras que tienen tantas cosas para escribir que se les hace difícil detenerse.

Después les pido que vayan leyendo las frases de la lista una a una, comenzando cada oración con un «Debería...», y a medida que las van leyendo, les pregunto: «¿Por qué?». Las respuestas que obtengo son interesantes y reveladoras como las siguientes:

  • Porque me lo dijo mi madre.
  • Porque me daría miedo no hacerlo.
  • Porque tengo que ser perfecto.
  • Bueno, es lo que tiene que hacer todo el mundo.
  • Porque soy demasiado perezoso, demasiado alto, demasiado bajo, demasiado gordo, demasiado tonto (o delgado, feo, inútil...).

Esas respuestas me enseñan cuál es el punto en que están atascados en sus creencias, y cuáles creen que son sus limitaciones. No hago comentarios sobre las respuestas.

Cuando han terminado con la lista, les hablo de la palabra «debería». Creo que «debería» es una de las palabras más dañinas de nuestro lenguaje. Cada vez que la usamos estamos, de hecho, hablando de una «equivocación». Decimos que estamos equivocados, o que lo estuvimos o que lo estaremos. No creo que necesitemos más equivocaciones en nuestra vida. Lo que necesitamos es tener más libertad de elección. A mí me gustaría hacer desaparecer para siempre de nuestro vocabulario la palabra «debería», y reemplazarla por «podría». «Podría» nos permite una opción, y nunca nos equivocamos.

Después pido a mis clientes que vuelvan a leer las frases de la lista una a una, pero que esta vez empiecen cada oración diciendo: «Si realmente quisiera, podría...». Eso arroja sobre el tema una luz completamente nueva.

Mientras van respondiendo, pregunto con dulzura a mis clientes por que no lo han hecho. También aquí podemos oír respuestas reveladoras:

  • Porque no quiero.
  • Tengo miedo.
  • No sé cómo.
  • Porque no sirvo para nada. Etc

Con frecuencia me encuentro con personas que se reprochan desde hace años algo que, para empezar, jamás quisieron hacer. O que se critican por no hacer algo que en realidad no fue idea de ellas, sino de otra persona que alguna ve?, les dijo que «deberían...». Cuando se dan cuenta de eso, ya pueden ir borrando aquello de su «lista de deberías», ¡y con qué alivio!

Fíjense en toda la gente que durante años intenta estudiar una carrera que ni siquiera les gusta, sólo porque los padres les dijeron que deberían ser dentistas o maestros. Piensen cuántas veces nos hemos sentido inferiores porque cuando éramos niños nos dijeron que deberíamos ser más despiertos o más ricos, o más creativos, como el tío tal o la prima cual.

¿Qué tiene usted en su «lista de deberías» que ya podría ir borrando con sensación de alivio?

Después de pasar revista a esta breve enumeración, los clientes empiezan a considerar su vida desde un ángulo nuevo y diferente. Se dan cuenta de que mucho de lo que pensaban que deberían hacer son cosas que ellos, en realidad, jamás habían querido hacer, y que al intentarlo sólo procuraban complacer a alguien. En muchos casos, se dan cuenta de que si no hacen lo que quieren es porque tienen miedo de no ser lo bastante capaces.

Ahora el problema ha empezado a cambiar. He conseguido que inicien el proceso de dejar de sentir que «están equivocados» porque no están ajustándose a ninguna norma externa.

Después empiezo a explicarles mi filosofía de la vida, tal como la presenté en el primer capítulo. Yo creo que la vida es realmente muy simple. Lo que recibimos del exterior es lo que antes enviamos.

El Universo apoya totalmente cada idea que decidimos pensar y creer. Cuando somos pequeños, de las reacciones de los adultos que nos rodean aprendemos nuestras creencias y nuestros sentimientos hacia nosotros mismos y hacia la vida. Sean cuales fueren esas creencias, al crecer las reeditaremos como experiencias. Sin embargo, se trata solamente de formas de pensar, y el momento del poder es siempre el presente. Los cambios se pueden iniciar en este mismo momento.

Amarse a sí mismo

Luego explico a mis clientes que, independientemente de lo que parezca ser el problema, siempre centro mi trabajo en una única cosa, y es Amarse a sí mismo. El amor es la cura milagrosa: si nos amamos, aparecen los milagros en nuestra vida.

No estoy hablando de vanidad ni arrogancia ni engreimiento, porque nada de eso es amor: no es más que miedo. De lo que hablo es de tener un gran respeto por nosotros mismos, y de estar agradecidos por el milagro de nuestro cuerpo y de nuestra mente.

Para mí, «amor» es apreciación llevada a un grado tal que me llena el corazón hasta rebosar. El amor puede orientarse en cualquier dirección, yo puedo sentir amor por:

  • El proceso de la vida como tal.
  • El júbilo de estar viva.
  • La belleza que veo.
  • Otra persona.
  • El conocimiento.
  • El funcionamiento de la mente.
  • Nuestro cuerpo y la forma en que funciona.
  • Los animales, aves y peces.
  • La vegetación en todas sus formas.
  • El Universo y la forma en que funciona.

¿Qué puede añadir usted a esta lista?

Veamos algunas formas en que no nos amamos:
  • Nos regañamos y criticamos interminablemente.
  • Maltratamos el cuerpo con la mala alimentación, el alcohol y otras drogas.
  • Aceptamos creer que no somos dignos de amor.
  • No nos atrevemos a cobrar un precio digno por nuestros servicios.
  • Creamos enfermedades y dolor en nuestro cuerpo.
  • Nos demoramos en hacer las cosas que nos beneficiarían. Vivimos en el caos y el desorden.
  • Nos creamos deudas y obligaciones.
  • Atraemos amantes y compañeros que nos humillan.
  • Piense cuáles son algunas de sus maneras.

Si, de la manera que sea, negamos nuestro bien, ése es un acto en que no nos amamos a nosotros mismos. Recuerdo a una clienta mía que usaba lentillas. Un día se libró de un antiguo miedo que le venía de la infancia, y a la mañana siguiente, al despertarse, se dio cuenta de que las lentes de contacto le molestaban demasiado para ponérselas. Miró a su alrededor y comprobó que veía con perfecta claridad.

Sin embargo, se pasó el día entero diciéndose para sus adentros: «Pues no me lo creo». Al día siguiente volvió a usarlas. Nuestro subconsciente no tiene sentido del humor. Mi clienta no podía creer que se hubiera creado una vista perfecta.

El desconocimiento del propio valor es otra forma de expresar que no nos amamos a nosotros mismos.

Tom era un pintor excelente, y tenía algunos clientes adinerados que le pedían que les pintase murales en sus casas. Sin embargo, no se sabía por qué él siempre se quedaba corto en sus honorarios. Su factura jamás llegaba a cubrir el tiempo que le había llevado el trabajo. Cualquiera que ofrece un servicio o crea un producto que es único en su género puede fijarle cualquier precio.

A los ricos les encanta pagar mucho por lo que compran; sienten que eso da más valor al artículo.

He aquí algunos ejemplos más:

Mi compañero está cansado y de mal humor, y pienso qué habré hecho yo para que así sea.
Alguien me invita a salir un par de veces y después no vuelve a llamar. Supongo que yo debo de haber cometido alguna incorrección.
Mi matrimonio se deshace, y me quedo convencida de que el fracaso es mío.
Mi cuerpo no está a la altura de los de las revistas de moda, femenina o masculina, y me siento inferior.
Si no «hago la venta» o no «consigo el papel», estoy seguro de que «no sirvo para nada».
Como me asusta la intimidad, no permito que nadie se me acerque demasiado y me refugio en los contactos sexuales anónimos.
No puedo tomar decisiones porque estoy seguro de equivocarme.

¿Cómo expresa usted su desconocimiento de su propio valor?

La perfección de los bebés

¡Qué perfecta era usted cuando era bebé! Los bebés no tienen que hacer nada para ser perfectos; ya lo son, y actúan como si lo supieran. Saben que son el centro del Universo. No tienen miedo de reclamar lo que quieren. Expresan libremente sus emociones. Uno sabe cuándo un bebé está enojado, y además lo sabe todo el vecindario. También se sabe cuándo están contentos, con esa sonrisa que ilumina toda la habitación. Los bebé están llenos de amor.

Los más pequeñitos pueden morirse por falta de amor. Cuando ya somos mayores, aprendemos a vivir sin amor, pero los bebés no son capaces de resistirlo. Además, aman todo su cuerpo, incluso sus propias heces. Tienen una entereza increíble. Usted ha sido así; todos hemos sido así.

Después empezamos a escuchar a los adultos que nos rodeaban, que habían aprendido a tener miedo, y empezamos a negar nuestra propia magnificencia.

Yo nunca me lo creo cuando los clientes intentan convencerme de lo terribles y poco dignos de amor que son. Mi trabajo consiste en devolverlos a aquella época en que realmente sabían amarse a sí mismos.

Ejercicio: El espejo

Después pido al cliente que tome un espejito, se mire a los ojos, pronuncie su nombre y se diga: «Te amo y te acepto exactamente tal como eres».

Esto es tremendamente difícil para muchas personas. Es muy raro que alguien reaccione con calma, y no digamos con placer, ante este ejercicio. Algunos lloran o llegan al borde de las lágrimas, otros se encolerizan, hay quien resta méritos a sus rasgos o cualidades y quien insiste en que no puede hacer algo así. Hasta hubo un hombre que arrojó el espejo al otro lado de la habitación y trató de huir. Necesitó varios meses para ser capaz de establecer una relación consigo mismo en el espejo.

Durante años, yo me miré en el espejo sólo para criticar lo que veía. Ahora me divierte recordar las horas interminables que me pasaba depilándome las cejas en el intento de hacerme por lo menos aceptable. Recuerdo que solía darme miedo mirarme a los ojos.

Este ejercicio tan simple me enseña muchas cosas. En menos de una hora puedo llegar a algunos de los problemas fundamentales subyacentes por debajo del que aparece como problema manifiesto. Si trabajamos solamente en el nivel de este último, podemos pasarnos un tiempo interminable resolviendo todos los detalles, y en el momento en que creemos haberlo «arreglado», vuelve a saltar donde no lo esperábamos.

«El problema» casi nunca es el verdadero problema

Una clienta estaba tan preocupada por su aspecto, y especialmente por los dientes, que iba de una dentista a otra, y decía que lo único que conseguía era que cada vez se le viera peor. Cuando fue a hacerse arreglar la nariz, no se lo hicieron bien. Cada profesional reflejaba su propia convicción de que era fea. El problema no estaba en su apariencia, sino en su convencimiento de que eso era un problema.

Otra mujer tenía un aliento muy desagradable; era incómodo estar cerca de ella. Estaba estudiando para ser predicadora, y por debajo de su porte espiritual y piadoso había una furiosa corriente de cólera y celos que estallaba ocasionalmente, cuando ella temía que alguien pudiera estar amenazando su posición. Lo que interiormente sentía se expresaba en su aliento, ofensivo incluso cuando ella procuraba demostrar amor. Nadie la amenazaba, a no ser ella misma.

Un día vino a verme un chico de quince años, acompañado de su madre; tenía la enfermedad de Hodgkin, y le concedían tres meses de vida. Comprensiblemente, la madre estaba histérica y era de trato difícil, pero el muchacho, despierto e inteligente, quería vivir. Se mostró dispuesto a hacer todo lo que le dije, incluso a cambiar su manera de pensar y de hablar. Sus padres, separados, estaban siempre discutiendo, y en realidad el joven no tenía una vida hogareña estable.

Deseaba desesperadamente ser actor. La persecución de la fama y la fortuna pesaba en él mucho más que su capacidad para el júbilo. Creía que sólo podía ser aceptado y reconocido en su valor si se hacía famoso. Le enseñé a amarse y aceptarse como era, empezó a ponerse bien y ahora, ya adulto, actúa con regularidad en Broadway. A medida que aprendía a aceptar el gozo de ser quien era, le fueron ofreciendo diversos papeles.

El exceso de peso es otro buen ejemplo de cómo podemos desperdiciar muchísima energía en el intento de corregir un problema que no es el real. Es frecuente que la gente se pase años y años combatiendo el fantasma de la grasa, sin poder rebajar de peso. Entonces culpan de todos sus problemas al exceso de peso, que en realidad no es más que un efecto externo de un profundo problema interior, que, por lo que he podido comprobar, es siempre miedo y necesidad de protección.

Cuando se siente asustada o insegura, o le parece que «no sirve para», mucha gente se refugia en los kilos extra como una protección.

Insistir en acusarnos de pesar demasiado, sentirnos culpables con cada bocado que comemos, repetir todos los rituales a que nos sometemos cuando aumentamos de peso, todo eso no es más que una pérdida de tiempo. Dentro de veinte años podemos seguir en la misma situación, si no hemos abordado jamás el verdadero problema. Lo único que habremos hecho será asustarnos más y sentirnos más inseguros, y entonces necesitaremos pesar más para compensar y obtener cierta protección.

Por eso yo me niego a concentrarme en el exceso de peso y en las dietas, porque las dietas no funcionan. La única dieta que da resultado es mental: privarse de pensamientos negativos. «Por el momento vamos a dejar de lado ese problema -les digo a mis clientes- mientras trabajaremos antes con otras cosas.»

Es frecuente que me digan que no pueden amarse porque son tan gordos que, como decía una chica, «son demasiado redondos en los bordes». Entonces les explico que son gordos porque no se tienen amor a sí mismos. Cuando empezamos a amarnos y aprobarnos, es sorprendente la forma en que desaparece el exceso de peso.

A veces los clientes llegan incluso a enojarse conmigo cuando les explico lo simple que es cambiar su vida. Quizá sienten que no entiendo sus problemas. Una mujer se puso muy mal y me dijo que había acudido a la consulta para que le ayudara a preparar su tesis, y no para aprender a amarse a sí misma. Para mí era obvio que su problema principal era un enorme odio hacia sí misma, que invadía todos los aspectos de su vida, incluso la preparación de la tesis. Aquella mujer no podría tener éxito en nada mientras se sintiera tan indigna de todo.

Incapaz de escucharme, se fue llorando, para volver un año más tarde con el mismo problema, amén de muchos otros. Hay personas que aún no están listas, y decir esto no es juzgarlas. Todos empezamos a cambiar en el momento, el lugar y el orden adecuados para nosotros. Yo no empecé hasta después de los cuarenta.

El verdadero problema

He aquí, pues, con un cliente o una clienta que acaba de mirarse en el inocente espejito, y está en plena conmoción. Con una sonrisa de deleite, lo animo:

Bueno, ahora que estamos viendo el «verdadero problema» podemos empezar a despejar lo que realmente le está obstruyendo el camino.

Y le sigo hablando del amor a uno mismo, de cómo para mí el amor a uno mismo comienza con la disposición a no criticarse nunca, jamás, por nada.

Observo su expresión cuando les pregunto si ellos se autocritican. Es mucho lo que me dicen sus reacciones:

  • Pero claro que sí.
  • Continuamente.
  • Ahora no tanto como antes.
  • Bueno, ¿cómo voy a cambiar si no me critico?
  • ¿Acaso no lo hacen todos?

A esto último les respondo que no estamos hablando de todos, sino de ella (o de él). E insisto:

¿Por qué se autocrítica? ¿Qué hay de malo en usted?

Mientras hablan, voy haciendo una lista, y lo que dicen coincide a menudo con su «lista de deberías».

Sienten que son demasiado altos, demasiado bajos, demasiado gordos, demasiado flacos, demasiado tontos, demasiado viejos, demasiado jóvenes, demasiado feos. (Esto último lo dicen con frecuencia los más apuestos y guapos.) O si no, para ellos es demasiado tarde, demasiado pronto, demasiado difícil, demasiado... Casi siempre es «demasiado» algo. Finalmente, cuando llegamos a tocar fondo, me dicen: «Es que no sirvo para nada».

¡Por fin! Después de todo, hemos llegado al problema central. Se critican porque han aprendido a creer que «no sirven para nada». Los clientes siempre se quedan pasmados ante la rapidez con que hemos llegado a este punto. Ahora ya no tenemos que preocuparnos por efectos secundarios como los problemas corporales, o de relación o de dinero, ni por la falta de expresiones creativas.

Y podemos consagrar todas nuestras energías en disolver la causa del problema: ¡No se aman a sí mismos!


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