Frente al hábito continuado de relaciones de ‘usar y tirar’, una perspectiva a largo plazo nos permite gozar de la relación de pareja en toda su profundidad. “Aprendemos a amar no cuando encontramos a la persona perfecta, sino cuando logramos mirar de manera perfecta a una persona imperfecta.” Sam Keen
Sucede a veces que los intercambios amorosos de corta duración son elegidos voluntariamente. Es el caso de los singles vocacionales. Pero también ocurre a menudo que la persona se ve empujada hacia relaciones temporales que desgastan su ilusión en un proyecto de mayor compromiso. Por Francesc Miralles
La irrupción de internet como vehículo para establecer contactos ha hecho que muchas personas, especialmente a partir de los 30 años, empiecen por el sexo y piensen luego en la intimidad. Así, lo que al principio es un juego divertido y excitante acaba siendo una fuente de frustración. Porque hay que decir que incluso los singles más convencidos sueñan, antes o después, con una pareja estable con la que compartir la vida.
¿CUANTO DURA EL AMOR?
Al buscar el porqué del carácter efímero de muchas relaciones amorosas, algunos científicos se han centrado en el estudio de las feromonas –las hormonas de la felicidad–, que, al parecer, sólo garantizan siete años de pasión. Esta expectativa discutible es reducida aún más por algunos pesimistas, como Fréderic Beigbeder, el polémico autor de 13,99 euros. En su novela El amor dura tres años, Beigbeder prevé la siguiente hoja de ruta en el desarrollo de toda relación: en el primer año, el enamoramiento hace que los miembros de la pareja disfruten de los aspectos positivos de la relación. En el segundo, hacen cada vez menos el amor, pero no lo consideran grave. En el tercer año, emergen los verdaderos problemas, que, o bien se saldan con la ruptura, o bien, con la apatía. Si la pareja no se atreve a romper, según el autor francés, empieza el juego de las infidelidades para compensar las carencias de la relación. Precisamente, sobre esta vía de escape se ha hecho recientemente una encuesta entre hombres y mujeres, y los motivos más mencionados para buscar satisfacción fuera de la pareja fueron la decepción con el compañero, la falta de actividad sexual, una baja autoestima o, simplemente, la curiosidad.
Beigbeder afirma que nuestra poca tolerancia hacia las limitaciones de la pareja es lo que nos lleva al zapping amoroso, cambiando de compañero o compañera como quien cambia de canal. Según el autor, “existe una gran contradicción entre el amor y el mundo actual, donde la civilización del deseo, siempre hedonista, destruye los sentimientos. Es un rasgo generacional y especialmente masculino esta enorme dificultad para pasar el resto de la vida junto a la misma persona. Entre el placer a corto plazo y la felicidad, la sociedad nos impulsa a elegir lo primero. Vivimos en la era del zapping amoroso. Consumimos muchos productos constantemente y eso nos conduce a consumir también personas.”
LA RESILIENCIA SENTIMENTAL
Al igual que sucede con la televisión, el zapping amoroso puede provocarlo el aburrimiento o la saturación de estímulos. Sin embargo, existe otro factor que puede ser incluso más destructivo en las relaciones estables: la falta de paciencia.
Con todos sus defectos y limitaciones, las parejas de la generación de nuestros padres y abuelos tenían una visión compartida a largo plazo. Sobre todo en los países en los que no existía la posibilidad de divorciarse, por muchos problemas que tuviera la pareja, a menudo no quedaba más remedio que armarse de paciencia y esperar a que pasara la borrasca. Es cierto que la imposibilidad de separarse generaba frustración en muchos casos, pero hay que reconocer que, en otros, permitía una regeneración basada en la paciencia y el esfuerzo. Muchas parejas de ancianos que hoy nos causan admiración por el respeto y armonía que demuestran pasaron por todo tipo de crisis emocionales.
En el extremo opuesto de la resiliencia sentimental está la baja tolerancia de las parejas actuales ante los problemas cotidianos. Así como en el pasado un matrimonio podía pasar por periodos de desencuentro que se prolongaban meses, hoy en día, a veces basta con un par de conflictos que no se resuelvan en seguida para tirar la toalla. Tal vez eso se deba a que se espera encontrar una situación más favorable con otro compañero o compañera de vida. Pero lo cierto es que con la ruptura, se evita muchas veces afrontar una carencia personal que hará fracasar otras relaciones. Se entiende erróneamente que la culpa viene de fuera, con lo que se anula cualquier esfuerzo para cambiar.
Antes de que eso suceda, merecería la pena preguntarnos qué hemos hecho mal o, mejor aún, qué es lo que no hemos hecho para salvar la relación. Sobre esto, la escritora Anaïs Nin opinaba: “El amor nunca muere por causas naturales. Muere porque no sabemos rellenar su fuente. Muere de ceguera emocional, de nuestros errores y traiciones. Muere a causa de nuestras enfermedades y heridas del corazón, de cansancio, por falta de riego. Cuando se vuelve opaco y deja de brillar, entonces el amor muere.” Esta visión del amor es una invitación a tomar parte activa en su vitalidad. Así, en lugar de medir su ciclo natural en años o feromonas, se trata de decidir cómo queremos que sea nuestra relación.
Boris Cyrulnik asegura en sus ensayos sobre la resiliencia que, por pésima que sea la situación de partida –por ejemplo, a causa de un pasado traumático–, nadie está condenado a fracasar en su trayectoria vital. Del mismo modo, toda pareja tiene la capacidad de superar sus dificultades, aprender de ellas e iniciar una nueva etapa con más sabiduría y complicidad. De hecho, este neurólogo francés que conoció los campos de concentración incide en la importancia de la pareja estable para sanar las heridas más profundas. Y es que tras estudiar cientos de casos, llegó a la conclusión de que un vínculo afectivo fuerte puede devolver la confianza en la vida a personas que han padecido grandes maltratos y humillaciones. Esto es así, en palabras del propio Cyrulnik, porque “el amor es fundamental para reconstruirnos”. Para ello, sin embargo, es necesario apostar por un compromiso emocional sólido.
MIEDO AL COMPROMISO
Buena parte de los abonados al zapping amoroso no llegan a profundizar nunca en sus relaciones por el endémico miedo al compromiso. En especial, aquellas personas que vienen de experiencias de pareja traumáticas se cierran en banda y huyen despavoridas ante el intento del otro de lograr una mayor implicación.
Según la psicóloga Silvia Salinas, coautora del libro Amarse con los ojos abiertos, detrás del miedo al compromiso se oculta, en realidad, el temor a entregarse al otro incondicionalmente. Como no podemos prever qué sucederá en la relación ni si resultaremos dañados, muchos adoptan una postura defensiva.
Es una problemática en la que convergen dos temores que se complementan: el miedo al abandono y el miedo a la invasión. La terapeuta apunta que “la situación más conocida, aunque bien puede darse al revés, es aquélla donde la mujer sufre el miedo al abandono y el hombre a la invasión. En este caso, la mujer, que abriga el temor a ser abandonada, se protege de esa posibilidad mediante la acción y despliega estrategias de acercamiento que supuestamente evitan el abandono. Ese movimiento hace que el hombre se sienta invadido, golpeando justamente en su miedo básico y se genera un alejamiento preventivo que realimenta la sensación de abandono cerrando el círculo vicioso”. Se trata de una dinámica compleja, sobre todo por la manera en la que repercute en posteriores relaciones. A quien ha sufrido el abandono se le encienden todas las alarmas al menor signo de duda por parte del otro, mientras que quien está condicionado por el miedo a la invasión se pone a la defensiva cada vez más pronto. Para evitar ambos extremos, la solución es hallar un equilibrio en el que haya una zona de encuentro y otra de intimidad personal.
COMPARTIR LA LIBERTAD
En su libro El secreto de la seducción, María del Carme Banús explica que, además de la falta de comunicación y de confianza, una pareja puede entrar en crisis porque ha levantado sus cimientos en una de estas situaciones extremas:
1. Todo es común. Dos personas que tratan de hacerlo todo juntas y raramente dejan entrar en el círculo a terceras personas. Aspiran a pensar y a actuar como un solo organismo, hablan siempre en plural y nunca muestran desacuerdo en nada. Pero la pareja un día se rompe. ¿Qué ha sucedido? Probablemente se han asfixiado, porque el mundo de la pareja era tan estrecho que no permitía a cada uno desarrollar su individualidad. Cuando el aire se ha hecho irrespirable, uno de los dos pincha la burbuja.
2. Todo es privado. Dos personas que tienen tanto miedo a perder la libertad que, aunque son pareja, tienden a actuar por separado. Cada miembro tiene su propio círculo de amigos y sale con ellos por su lado. Raramente comparten hobbies e intereses, y basan la relación en el respeto por el espacio del otro. Todo parece ir de maravilla hasta que un día se termina. ¿Qué ha sucedido? Ambos se han desarrollado de un modo tan individual que se han distanciado. Cada uno ha seguido su evolución egoístamente y ahora no hay un espacio común mínimo sobre el que construir la relación.
Para evitar el zapping amoroso de una forma inteligente, hay que huir de ambos extremos y buscar el equilibrio entre la vida privada y la de pareja. Disponer de un 50% de mundo propio permite alimentar el otro 50% –el de la pareja–, con lo que al final, los descubrimientos de cada uno acaban revirtiendo en el núcleo afectivo y reforzando los lazos.
Naturalmente, este equilibrio no nos garantiza un trayecto en común libre de baches y sobresaltos, pero nos ayudará a minimizar los altibajos porque cada persona se apoyará sobre sus propios pies. Cuando en lugar de dos medias naranjas, cada miembro de la pareja es una naranja entera, los dramas se relativizan, así como la tendencia a culpabilizar al otro.
Inevitablemente, en toda relación de largo recorrido hay altibajos; es decir, momentos en los que nos sentimos más cerca de la pareja y periodos en los que nos refugiamos en nuestro espacio individual. Si somos conscientes de ellos y los aceptamos con naturalidad, tendremos una visión a largo plazo que nos permitirá vivir la más excitante aventura al alcance de un ser humano.
La escritora Madeleine L’Engle lo resume así: “Hay tiempos en los que el amor parece haber terminado, pero estos desiertos del corazón son simplemente el camino hasta el próximo oasis, que es mucho más frondoso y bello después de haber cruzado el desierto.”
RITUALES PARA MANTENER VIVA LA RELACIÓN
Además de la paciencia y de una actitud receptiva para afrontar los problemas, toda pareja necesita establecer unos rituales como punto de encuentro que les libere del estrés y la monotonía cotidiana. Éstas son sólo algunas propuestas:
- Establecer, al menos, una cita semanal. Las parejas que llevan juntas muchos años corren el riesgo de ser engullidas por la inercia. Para evitarlo, vale la pena organizar una noche a la semana una cena romántica o bien regalarse una salida al cine para dos.
- Leer por partida doble. Un libro compartido puede ser una rica fuente de diálogo. Es, además, una manera de romper con las conversaciones cotidianas que pueden llegar a aburrir.
- Sorprender con un regalo. No es necesario esperar a los días señalados para hacer el regalo de rigor. Un pequeño detalle inesperado puede hacer más por la relación que recordar el cumpleaños de nuestra pareja, aunque es conveniente que no se nos pase de largo.
- Expresar el amor. Además de mostrar respeto y cercanía, es importante verbalizar lo que se siente en el día a día. Sin abusar, un correo electrónico enviado al trabajo del compañero puede alegrar su jornada y estrechar los vínculos.
- Apagar el televisor. En vez de dejarse abducir por la pantalla, hacer algo interactivo como charlar, practicar un deporte o cocinar juntos. Es la mejor manera de mantener viva la relación.
- Prohibido quejarse. Transmitir cotidianamente lo que sale mal contribuye a crear una pesada nube de negatividad sobre la pareja. Para evitarlo, se puede declarar prohibido protestar un día a la semana y reservar esa jornada para hablar únicamente de cosas agradables. La prohibición puede ampliarse progresivamente hasta abarcar toda la semana.
JUNTOS, PERO NO A TODAS HORAS
Compartir actividades une a la pareja, pero siempre se necesita un espacio privado de libertad para que ninguno de los dos se sienta asfixiado por el otro. Tanto los descubrimientos comunes como los individuales enriquecen la pareja.
Fuente: Revista Integral
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