Hace años, en un programa de intervención comunitaria en barriadas, un grupo de mujeres con buena voluntad quiso colaborar en educación para la salud. Se les ocurrió hacer panfletos “contra el juego patológico”. Por su cuenta, sin formación específica ni acompañamiento técnico, elaboraron mensajes duros, moralizantes y estigmatizantes. Frases como “¡No seas un vicioso!”, “El juego destruye familias: ten vergüenza”, aparecían en sus folletos.
Cuando les hice ver lo que realmente estaban provocando, se sorprendieron. Les expliqué que ese enfoque, lejos de ayudar, fomentaba el juego patológico. Porque un jugador que se siente culpable, señalado y despreciado, suele buscar alivio de su malestar… jugando. Justo eso es una adicción: una vía equivocada de autorregulación emocional. Más culpa, más juego. Un círculo vicioso alimentado por el rechazo social.
Hace poco recordé este caso al ver un post en redes que, con un tono cruel, se burlaba de las personas con obesidad. Un mensaje que disfrazaba de “conciencia saludable” lo que era en realidad un desprecio condescendiente. Como si humillar fuera una herramienta terapéutica.
Y me dije: es lo mismo.
Ambas situaciones comparten un mismo error:
❌ Confundir la crítica moral con la educación en salud
❌ Creer que hacer sentir mal a alguien lo va a cambiar
❌ Usar la culpa como herramienta, cuando la culpa paraliza
Ni la obesidad ni la ludopatía se resuelven con frases hirientes ni miradas de superioridad. Quien sufre necesita comprensión, no sermones. Necesita apoyo, no escarnio público.
> La crueldad nunca fue una herramienta de transformación. La verdadera ayuda no humilla: acompaña. Y el verdadero educador no señala con el dedo: escucha, entiende, propone y sostiene.
Como sociedad, todavía nos cuesta distinguir entre tener buenas intenciones y hacer bien las cosas. Pero si queremos ser parte de la solución, necesitamos dar un paso más allá del juicio fácil.
Porque el cambio verdadero no nace del castigo, sino del encuentro.
Psi Juan Carlos M
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