- Desconocer qué significa el éxito para uno mismo.
Si
éxito es el logro de un objetivo y no se tiene ninguno claro, es muy
poco probable que se consiga.
Normalmente
estas personas saben lo que no quieren y, por supuesto, tienen
deseos, incluso poderosos, los cuales son importantes como punto de
partida pero se quedarán en humo si no se hace nada al respecto, y
para hacer algo habrá que convertirlos en objetivos concretos.
- Ignorar qué hay que hacer.
Hay
personas que tienen muy claro lo que quieren (o al menos eso creen)
pero no saben qué hay que hacer para conseguirlo. Muchos piensan que
ésta es la mayor dificultad, pero en realidad apenas tiene
importancia. Si tiene un objetivo claro y un deseo ardiente de
lograrlo, tendrá en su subconsciente a un poderoso aliado que le
dará las respuestas, incluso me atrevería a decir que sin darse
cuenta estará caminando hacia su éxito. El subconsciente es una
herramienta maravillosa que está deseando servirnos y sólo necesita
que le digamos exactamente qué es lo que queremos sin mezclar
mensajes contradictorios (lo volveríamos loco, sería como conducir
un coche con un pie en el freno y otro en el acelerador) y a ello
habría que agregar un segundo ingrediente: un fuerte deseo, que
es catalizador que provocará el resultado.
- No saber cómo hacerlo.
A
veces se sabe lo que se quiere y lo que hay que hacer, pero aparecen
los miedos y nos hacen esperar a que llegue el momento perfecto o a
tener las herramientas adecuadas. ¿Sabe cuando vendrá el momento
perfecto? ¡Nunca! O hará demasiado frío o demasiado calor o la
economía no será la adecuada o el mercado no está maduro o no
tendrá los medios...
¿Sabe
cuál es el momento perfecto?, ¡¡¡ahora!!! Ahora es el único
momento en que puede hacer algo. Si no es capaz de moverse ahora que
sabe lo que quiere, lo que hay que hacer y cómo hacerlo, debería
revisar sus metas, a lo mejor no valen nada, pero si son importantes
para usted, muévase. Hay dos formas de subir a una encina, elegir la
más hermosa y trepar por ella o plantar una bellota, sentarse encima
y esperar a que crezca
(esta última no se la recomiendo).
- Creerse, a pesar de superar todo lo anterior, que no son capaces de hacer aquello, simplemente porque otros se lo han dicho tantas veces que se lo han creído
He conocido a miles de personas extraordinarias que habrían logrado grandes éxitos personales y profesionales si hubieran creído más en ellas mismas. Como también he tenido el privilegio de ayudar a otras a descubrir su verdadero potencial y hoy es para mí un orgullo ver el cambio radical que han tenido en sus vidas y en sus negocios. Después de más de treinta años estudiando el éxito, uno descubre que no es un problema de edad ni de sexo ni de creencias políticas o religiosas; no depende de ningún elemento externo, ni tan siquiera de conocimientos —un problema muy fácil de resolver, puesto que nunca es tarde para aprender si uno quiere—, básicamente se trata de un problema de voluntad y de actitud.
No
hay ningún motivo para sentirse inferior. Nadie es más que nadie,
podemos «tener» más conocimientos, experiencia, prestigio, poder,
más recursos…, pero no «somos» ni más ni menos que nadie. Es
muy fácil caer en la soberbia de sentirnos superiores por tener más,
quizá deberíamos recordar que «los hombres verdaderamente
grandes se miden por cómo tratan a los pequeños». Tampoco
deberíamos sentirnos inferiores por el hecho de que todavía no
hayamos alcanzado nuestros sueños. Que no lo hayamos hecho hasta
ahora no significa que no se pueda hacer; algunas personas han tenido
la suerte de venir a este mundo arropados por toda clase de
privilegios que no siempre han sabido aprovechar, mientras que otras
personas han tenido la suerte de venir desnudos a este mundo y cuando
se vayan lo harán satisfechos por haber contribuido a dejarlo mejor
de lo que lo encontraron.
- No querer pagar el precio a pesar de tener superadas todas las condiciones anteriores
El
precio de aprender, el precio de intentar, el precio de equivocarse,
de caerse y levantarse una y otra vez, el precio de comprometerse con
su sueño y su gente, el precio de reconocer que el éxito es
estrictamente personal y que si uno no hace nada al respecto, no
puede echarle la culpa a nadie, el precio de saber que cuando con un
dedo se señala al culpable hay tres dedos que señalan al
responsable, el precio de correr riesgos —la gente fracasada ve el
riesgo donde están las oportunidades, mientras que la gente de éxito
ve la oportunidad donde hay un cierto riesgo—. No busque
seguridad, no existe ninguna, la seguridad no va ligada a la vida,
la vida es riesgo, busque una vida plena, no sea que un día llegue a
viejo y al mirar atrás se dé cuenta de que en realidad no ha vivido
y que lo único que ha hecho ha sido acumular años vacíos. Piense
que desde el instante de nacer estamos en riesgo de morir. Hasta tal
punto la vida tiene riesgo que usted no saldrá vivo de ella. ¿Qué
riesgo es mayor que no querer correr ninguno? ¿Por qué la
mayoría de la gente mide qué le va a costar hacer algo y casi nadie
tiene en cuenta también qué le costará si no lo hace? Será
por esto que lo que es popular casi nunca es lo correcto y lo que es
correcto casi nunca es popular.
Además,
¿de qué tiene miedo? ¿De equivocarse? ¿Quién le ha dicho que
equivocarse sea malo?, sólo se equivocan las personas que hacen
cosas, lo que hay que hacer es corregir los errores y seguir
avanzando. Para llegar a hacer algo bien hay que estar dispuesto a
hacerlo mal, ¿cómo habría aprendido a hacer todo lo que sabe
ahora si no hubiera cometido ningún error mientras aprendía? Si lo
piensa bien verá que pasó una temporada aprendiendo unas cuantas
cosas y sin embargo, lleva un montón de años usufructuando los
conocimientos adquiridos.
Debe
preguntarse qué quiere de la vida, ya sea a nivel personal,
familiar, social, cultural, laboral, económico… ¿Tiene claro lo
que quiere? ¿Cuáles son sus sueños? Imagínese que tuviera la
lámpara de Aladino pero usted no lo supiera o ignorara cómo usarla.
Allí está el pobre genio deseoso de concederle sus tres deseos (el
día que se le aparezca le sugiero que uno de los deseos sea pedirle
mil deseos más, por si acaso) y usted le ignora completamente o
sencillamente no sabe qué pedirle. ¿Se imagina qué desperdicio de
oportunidades?, ¡con el bien que podría hacerle a su familia y al
resto de la humanidad! Así que si se lo encuentra pida en grande,
no vaya con miserias. Recuerde que tiene todo lo que quiera
pedirle en cantidades inagotables (si tuviera el padre más rico del
mundo ¿le pediría unas moneditas o sencillamente lo que
necesitase?). Vaya a buscarlo, mírele a los ojos y pida con
determinación. No tenga miedo, aunque primero tiene que tener muy
claro qué es lo que quiere. Si no sabe dónde encontrar al genio yo
se lo diré…, efectivamente, en el espejo. Su cuerpo es la lámpara
y el subconsciente es el genio. Todo lo que la mente humana es
capaz de imaginar acaba materializándose. Todos los logros de la
humanidad han empezado siendo una idea, el sueño de un loco (¿o los
locos son los que tienen miedo de soñar?). ¿Se imagina una vida sin
ninguna ilusión?, ¿es esto lo que quiere? Ya sé que habrá oído
miles de veces que no hay que soñar, que hay que ser realista que
hay que tocar con los pies en el suelo. Estoy de acuerdo en que hay
que tocar con los pies en el suelo, pero encima del suelo, no
clavados hasta el cuello, con los pies bien apoyados en el suelo y
caminando hacia sus sueños ¿Qué tiene de malo soñar? Lo malo no
es soñar, lo malo es no conseguir sus sueños, ¿acaso lo que usted
desea para sí y los suyos es deshonesto?, ¿o es quizás imposible y
nadie lo consiguió antes? ¿Quizás usted no lo merece? ¿Qué le
diferencia de las personas exitosas? ¿Se requiere ser joven o quizá
viejo, alto o bajo, hombre o mujer, de un lugar o de otro? Estará de
acuerdo conmigo en que la clave no está en ninguno de estos aspectos
¿Dónde
está entonces la clave? Está en la actitud de cada uno,
a dos personas le suceden las mismas cosas y uno se hace rico y el
otro se arruina, uno es feliz y el otro desgraciado. Son
las formas pobres de pensar las que mantienen a la gente pobre
—y no me estoy refiriendo sólo a la pobreza material—, no es por
falta de oportunidades.
Todo
empieza con la actitud. En una ocasión, después de un seminario en
Santiago de Chile, se me acercó un señor y me dijo: «Señor Vila
llevo un montón de años dedicado a lo mismo, soy un buen
profesional, hago bien mi trabajo, soy buena persona…, pero no
consigo despegar. Me suben el sueldo y entonces sube la vida y me
quedo igual… ¿Qué puedo hacer?, ¿cuándo van a cambiar las
cosas?» «La respuesta es muy sencilla, le dije, si sigue haciendo
lo mismo y de la misma manera desde hace un montón de años, ¿qué
cree que pasará?
Si
quiere que las cosas cambien tendrá que cambiar usted, de lo
contrario no cambiarán, no para usted, y se quedará agarrado a la
seguridad de lo que aprendió no se sabe hace cuánto y lamentándose
de su mala suerte.
Déjeme
decirle algo, la mala suerte no existe, se la hace uno, así que si
quiere que las
cosas cambien ¡cámbielas! Tómelas como vienen y hágalas como las
desea, usted no es un árbol ni una piedra o un perro, es un ser
humano con una mente más poderosa de lo que se imagina.
El
problema es que no nos han enseñado de lo que somos capaces. Nacemos
fruto de una relación sexual, y de los 23 pares de cromosomas
tenemos lo mejor de nuestra madre y de nuestro padre. Antes de nacer
ya somos unos ganadores porque de los treinta millones de
espermatozoides sólo uno ganó la carrera, usted. ¿Pero con qué
nos encontramos al llegar aquí?, ¿se ha fijado cómo educamos a los
niños? ¿Sabía que un niño a los 5 años ha escuchado una media de
30.000 veces la palabra «no»? No toques, no hagas, no molestes,
esto no, aquello tampoco no, no, no…, y lo malo no es esto, lo malo
es el «no y basta», es decir, que ni siquiera les decimos la razón
de la negativa; y lo que es más triste, les cerramos las puertas a
la experiencia pero no les damos una alternativa válida. ¿Qué
pasaría si les dijéramos «mira hijo, papá cree que no deberías
hacerlo por tal razón, pero qué te parece si hicieras tal o cual
cosa»? Si a los niños les explicamos los porqués, tienen una
salida y aprenden a buscar distintas alternativas, lo que les hace
más seguros y mejor preparados para la vida.
«Si
quiere saber qué le está pasando, sólo tiene que fijarse en cómo
habla. Simplemente con que una pequeña parte del tiempo que
dedica a pensar y hablar de lo que no puede hacer se centrara
en lo que sí puede hacer y lo hiciera, aunque fuera pasito a
pasito, se daría cuenta de que no tiene ningún límite, de que los
únicos límites que verdaderamente tiene están en su manera de
pensar.
Jordi
Vila Porta
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