lunes, 27 de abril de 2015

MEMORIA EXTRACEREBRAL (MEC)



Caso típico publicado por el Dr. Guépin, en marzo de 1917:  Un joven, Luis B., hoy jardinero cerca de París, había sufrido la ablación de una parte considerable de su hemisferio cerebral izquierdo (substancia cortical, substancia blanca, núcleos corticales) y, a pesar de ello, continuó intelectualmente normal, no obstante la privación de circunvoluciones consideradas como asiento de funciones esenciales. Casos análogos, algunos de los cuales se han hecho clásicos, han sido publicados en todas partes. Las heridas de guerra han proporcionado nuevos e importantes ejemplos.

El Dr. Tourde, que ha hecho un estudio especial de estos casos, no ha temido terminarlo con estas líneas: Si la teoría de las localizaciones se hace cada día más difícil de defender, no es menos cierto que ella arrastra en su caída a la tesis del paralelismo estricto. Si es aún posible creer, aunque desgraciadamente no se puede demostrar, que a todo fenómeno psíquico corresponde una modificación cerebral, ya no se puede sostener más que toda modificación cerebral provoca un fenómeno psíquico y, en todo caso, no se tiene ya derecho a pretender que a toda pérdida de substancia encefálica corresponde un déficit psicológico. Al mismo tiempo, hay que renunciar de una buena vez, como ya lo había previsto el Sr. Bergson, en 1897, a la hipótesis del cerebro conservador de recuerdos-imágenes y adoptar otras ideas acerca de la naturaleza de su papel en el proceso del acto de la memoria. Lejos de ser la condición indispensable del pensamiento, el cerebro no sería sino su prolongación en el espacio, el “acompañamiento motor”. Podríamos considerarlo, en relación con él, como un órgano de “pantomima”. Como puede verse, el Dr. Tourde se ve llevado por el análisis de los hechos a una conclusión absolutamente concordante con las teorías de Bergson, de James, del Dr. Geley y con la que nosotros sostenemos, teorías todas que establecen la independencia del pensamiento en su relación con el cerebro, aunque difieran ligeramente entre sí en la interpretación de las atribuciones del cerebro con respecto al espíritu. Así, por ejemplo, entre la teoría de Bergson aceptada por el Dr. Tourde y la que nosotros sostenemos, existe esta diferencia: que, según Bergson, las funciones del cerebro se limitarían a ser “un acompañamiento motor del pensamiento”, lo que hace que el cerebro se reduciría a ser “un órgano de pantomima”.

Por el contrario, a nosotros nos parece que los hechos nos autorizan a conceder más importancia funcional al órgano del pensamiento. De cualquier manera, estas diferencias son teóricamente insignificantes frente a la circunstancia capital de hallamos de acuerdo para asignar a la conciencia individual el lugar que le corresponde en la vida. No ignoramos que los partidarios de la fórmula de que “el pensamiento es una función del cerebro” han intentado explicar los casos de que acabamos de ocuparnos suponiendo que, en esas circunstancias, los lóbulos cerebrales que quedaban intactos reemplazaron a los que fueron destruidos. Pero esta hipótesis no es solamente gratuita, no sólo contradice la doctrina de las localizaciones y la del “paralelismo psicofisiológico”, es que además, halla un obstáculo insuperable en la circunstancia de que se conocen ejemplos en los que el órgano cerebral ha sido encontrado en la autopsia totalmente destruido por un tumor, aun cuando el enfermo conservó hasta el último momento el uso de sus facultades intelectuales. He aquí el primer ejemplo. El caballero Le Clément de Saint-Marcq, ex-coronel del ejército belga, cita el siguiente caso que le ha sido comunicado por el médico que lo observó: Se trata de un suboficial de guarnición en Amberes que, desde hacía dos años se quejaba de violentos dolores de cabeza que, no obstante, le permitían cumplir con todos los deberes de su cargo. Un día murió repentinamente y fue llevado al hospital para que le fuera practicada la autopsia. Cuando se abrió su cráneo no se encontró sino una papilla de pus; no existía allí ni una sola célula de materia cerebral. Y como esta transformación de las células en pus, es decir, su destrucción por la enfermedad, no pudo verificarse instantáneamente sino que, por el contrario, era el resultado de la lenta evolución de un absceso, podemos llegar a la conclusión de que, durante un tiempo bastante largo, este suboficial había podido cumplir su servicio no poseyendo más que residuos del cerebro. Lo que es una buena prueba de que el pensamiento no está tan íntimamente ligado a este órgano como les place decir a los defensores de la tesis materialista. (Revue Scientifique et Morale du Spiritisme, 1907, pág. 275-276). He aquí otro ejemplo análogo al anterior, observado por el Dr. R. Robinson y expuesto por el profesor Edmundo Perrier en la Academia de Ciencias, de París: Se trata de un individuo de 62 años que, a consecuencia de una ligera herida en la región occipital, presentó algunas perturbaciones visuales que llamaron la atención; sin embargo no se produjo ningún síntoma alarmante, ni parálisis ni convulsiones.

Los demás sentidos permanecieron en estado normal.  Al cabo de un año, el enfermo falleció bruscamente de un ataque epileptiforme. Al hacerle la autopsia, el doctor Robinson comprobó que el cerebro de este hombre tenía la forma de una cáscara muy delgada que, al cortarla, dejó brotar una enorme cantidad de pus. ¿Cómo es posible que una destrucción tan completa del órgano cerebral no haya producido ningún síntoma grave y característico? ¿Y qué se hace, ante un hecho de esta índole, la doctrina de las “localizaciones” que atribuye a las distintas regiones o zonas del cerebro funciones bien determinadas? El doctor Robinson, apoyándose en este caso singular y en los sabios estudios de los doctores Van Gehuchten y Pedro Marie, llega a la conclusión de que esta teoría debe ser revisada (Annales des Sciences Psychiques, 1914, pág. 29).



Fragmento del libro "Cerebro y pensamiento", de Bozzano








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