“La gente es muy negativa, se pasa el día quejándose”. Seguramente hemos escuchado esta frase o alguna parecida en muchas ocasiones. Detectamos a nuestro alrededor a muchas personas que parecen vivir instalados en la queja, que nunca están conformes con nada, a las que todo les parece mal y con las que cuando intentas mantener un diálogosiempre parecen estar enfadados con el mundo.
Esto no sería un problema que debiera preocuparnos si se quedara ahí, en el ámbito personal de quien muestra estas actitudes. La dificultad se presenta cuando lo que hacen o dicen estas personas sí que nos afecta, cuando comenzamos a sentir que tanto a nivel emocional como físico, el contacto con ellas nos generan un desgaste y un malestar que realmente nos daña.
Todos conocemos a alguna persona que tras pasar un rato con ella, nos genera la sensación de que nos ha “vaciado”, que nos ha dejado sin fuerzas, sin energías. Algo así como una esponja que nos absorbe la alegría, la motivación, que se lleva lo positivo y nos deja en un estado de gran malestar. Y lo que es peor: en muchas ocasiones una profunda tristeza. Estas son las personas “tóxicas”.
Bernardo Stamateas, psicólogo argentino muy conocido por sus libros “Gente tóxica” y “Emociones tóxicas”, nos recuerda que todos a lo largo de nuestras vidas nos hemos cruzado alguna vez con personas problemáticas (un jefe, un amigo, un familiar, un compañero de trabajo,…).
Stamateas nos visibiliza lo común de la presencia de estas compañías dañinas, haciéndose la siguiente pregunta: “¿quién no se ha enfrentado con un manipulador que quería que hiciera todo lo que él disponía, con un psicópata que se había predispuesto a hacerle la vida imposible, con un jefe autoritario que pensaba que podía disponer de su vida las veinticuatro horas del día, con un amigo envidioso que celaba todo lo que obtenía, o con un vecino chismoso que controlaba a qué hora salía y entraba a su casa y con quién?”.
Debemos aprender a identificar a las personas tóxicas, lesivas, y reconocer sus estrategias de cara a desactivarlas, para impedir que logren su objetivo de afectarnos y dejarnos esa huella de malestar y sentimientos negativos.
Estos sujetos disponen de muchas vías para “vampirizarnos”. Suelen atacar a través del chantaje emocional, de instalar en nosotros el sentimiento de culpa. También pueden descalificar cualquier cosa que hagamos, haciéndonos sentir inútiles y socavando nuestra autoestima. O directamente siendo verbalmente agresivos con nosotros, intentando hacernos sentir débiles e inseguros, haciéndonos dudar de nuestras capacidades.
También nos podemos encontrar con un perfil “psicópata”, el camaleón experto en cambiar de máscara, manipulador, engañando siempre en su propio beneficio.Añadiríamos también al chismoso, que nos puede intoxicar regando su veneno esparciendo rumores. Y nos podemos encontrar con otro espécimen especialmente irritante: el orgulloso, narcisista, quien cree que todo lo que hace es perfecto, que él mismo es perfecto, y que nadie puede llevarle la contraria, habiéndoles sido concedida la potestad de pisotear y descalificar a las personas que tiene cerca.
Y finalmente, uno de los perfiles más agotadores es el del quejoso, quien siempre tiene un motivo para pensar que el mundo está contra él, que hagas lo que hagas para ayudarle a solucionar su problema tiene otra queja más, que lo primero que hace cuando te ve es vomitar una perorata de quejas, reproches, lamentos y disgustos.
¿A quién le gusta estar cerca de personas que te dejan emocionalmente anémico?Cuando los encuentras en la calle, la reacción instintiva suele ser cambiar de acera inmediatamente mientras cruzamos los dedos para que no nos reconozca.
Otra manera de denominar a estos “ladrones del bienestar” es la que emplea la psicóloga Patricia Ramírez, quien utiliza el concepto “personas víricas”, definiéndolas como “aquellas que llegan y le contagian de mal humor, de tristeza, de miedo, de envidia o de cualquier otro tipo de emoción negativa que hasta ese momento no se había manifestado en su cuerpo. Es igual que un virus: llega, se expande, le hace sentir mal y cuando se aleja, poco a poco, usted recobra su estado natural y, con suerte, lo olvida”.
Patricia Ramírez nos presenta una completa tipología de “víricos”:
- Víricos pasivos. Los victimistas, los que echan la culpa de sus males a los que tienen alrededor. Nunca son responsables de lo que les ocurre. Obtienen la atención a través de la queja, y hacen sentirse mal al que no les presta la atención que ellos creen merecer. Estas personas nos contagian tristeza, frustración y apatía.
- Víricos caraduras. Los que siempre piden favores, pero nunca dan nada, y cuando se deja de satisfacer sus necesidades comienza la crítica y el chantaje emocional. Estos víricos nos generan el sentimiento de aprovecharse de nosotros.
- Víricos criticones. Su vida es aburrida o frustrante, así que destrozan todo lo que les rodea. Nunca reconocen los méritos de los demás ni hablan positivamente de nadie. Nos transmiten desesperanza, vergüenza e incluso culpa si participamos en su juego.
- Víricos con mala idea. Todo lo anticipan y lo interpretan como algo negativo, a todo el mundo le ven una mala intención. Transmiten indefensión, inseguridad y ansiedad.
- Víricos psicópatas. Son los que humillan, faltan al respeto, pegan, amenazan, provocan que te sientas ridículo y menospreciado, dinamitando tu autoestima. Contagian miedo y odio.
Las personas somos animales sociales, necesitamos el contacto y las relaciones personales, así que ante un ambiente cargado de tanta toxicidad, ¿qué podemos hacer? Aquí les dejamos algunas “recetas”:
- Reconocer, identificar, tomar conciencia de estar ante una persona tóxica y cómo nos afecta.
- Marque los límites. Haga visible la situación que le molesta, háblelo abiertamente y de manera asertiva. Y si es necesario, ¡márchese! Recuerde que las personas tóxicas no intoxican a quien quieren, sino a quien pueden.
- Mantenga como arma fundamental la amabilidad y las actitudes positivas (aunque cueste). Si se mantiene en su sitio, frenará los ataques.
- Si sólo le hablan de problemas, y siempre es ese el único tema en sus contactos con alguien,hágale reflexionar, pídale que se active, y que busque soluciones. Usted no es un paño de lágrimas perpetuo ni un solucionador.
- No permita que nadie critique delante suyo a personas que no están presentes. Si entra en ese juego, será igual que ellos.
- Nunca deje que nadie le maltrate, le minusvalore ni le falte al respeto. Aleje de usted a los “psicópatas”.
- Quíteles el poder: evite a estas personas, no les permita el acceso a su intimidad, abstráigase mentalmente de su presencia y comportamientos (no haga caso, no le dé importancia, no se ofenda).
Y sobre todo: no permita nunca que nadie le inocule el virus que le haga mutar en una persona tóxica.
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