El Trastorno Explosivo Intermitente (TEI) está clasificado como un trastorno del control de impulsos, y la persona que lo sufre suele presentar de forma recurrente episodios rápidos de enfado extremo, ira descontrolada y agresión impulsiva, totalmente desproporcionadas a la situación en que se producen. En cuanto a su prevalencia, se estima que un 4-6% de la población cumple los criterios para TEI en algún momento de la vida, siendo al parecer más frecuente en varones. Aunque el trastorno puede comenzar en la infancia, el inicio es más habitual en la adolescencia, entre los 13 y los 18 años y se ha sugerido que es una entidad clínica crónica.
Coccaro & McCloskey (2010) proponen una serie de criterios diagnósticos procedentes de las observaciones clínicas y la investigación en el libro Impulse Control Disorders. Por un lado, episodios recurrentes de descontrol de impulsos agresivos que llevan a la agresión verbal o física a otras personas, animales o propiedades, con un mínimo de dos veces semanales durante un mes. También puede tomarse el criterio de tres episodios de agresión física hacia otra persona o destrucción de la propiedad durante el curso de un año. Por otra parte, la agresión en grado desproporcionado a la provocación o estímulo precipitante, y no es premeditada o con la intención de conseguir un objetivo (dinero, intimidación…). Los autores también destacan de forma importante, el comportamiento agresivo produce remordimientos una vez terminado el episodio explosivo y dificulta el funcionamiento diario de la persona. Por último apuntan que no pueda explicarse por otros trastornos médicos, mentales o abuso de sustancias.
El TEI se ha asociado a una alteración de los niveles de serotonina e insulina, a un menor metabolismo de la corteza prefrontal y también a una mayor actividad de la amígdala.
El tratamiento más habitual incluye terapia psicológica cognitivo-conductual y farmacológica. En estos pacientes es importante enseñar a controlar impulsos, aumentar la conciencia sobre la ira y aprender cómo controlarla, así como tratar el estrés emocional que se presenta. Generalmente la relajación forma parte de este tipo de intervenciones. De forma más novedosa, la práctica de entrenamiento cognitivo como con juegos de atención y control inhibitorio parece haberse mostrado eficaz en el tratamiento de otros trastornos de control de impulsos como el síndrome de Tourette o el Déficit de Atención con Hiperactividad.
Marisa Fernández, Neuropsicóloga Senior, Unobrain
FUENTE: MUY INTERESANTE
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