A veces no necesitas a alguien que te levante del suelo, sino alguien que se acueste a tu lado hasta que te puedas levantar…
Hace ya algún tiempo, leí una historia que resaltaba lo importante que es, en ocasiones, acompañar a una persona que está sufriendo, pero hacerlo de una manera especial: “con el corazón”…
La historia hablaba de un psicólogo que atendía adolescentes en un hospital. En cierta ocasión, le derivaron a un joven de 14 años que se había negado a hablar desde hacía un año; él estaba interno en un centro de menores. ¡Un año sin pronunciar palabra alguna…! Poco a poco, el psicólogo fue conociendo su historia: siendo el muchacho muy pequeño, su padre falleció, y vivió junto a su madre y abuelo hasta el pasado año, en el que falleció su abuelo a causa de una enfermedad, y tres meses después perdió también a su madre en un accidente de tráfico. Se había quedado solo, desprotegido…
El chico, cada semana llegaba a la consulta y se limitaba a sentarse en su silla y mirar a las paredes, sin hablar. Él estaba pálido y aparentemente nervioso.
Tras varios intentos fallidos de hacerle hablar, el psicólogo entendió que era la profundidad del dolor del muchacho la que le impedía expresarse. Y por mucho que él le dijera para consolarlo, no iba a servir; a veces, las palabras se quedan cortas para lo que uno quiere expresar… Finalmente, optó por sentarse a su lado y quedarse en silencio…, solamente acompañando su dolor.
Después de la segunda consulta, sin aparentes resultados, cuando el chico se disponía a marcharse, el psicólogo le puso una mano en el hombro y mirándolo a los ojos, le dijo: “Ven la próxima semana, si quieres… Duele, ¿verdad…?” El muchacho simplemente le devolvió la mirada, sin sorprenderse. Solo le miró y se fue.
A la semana siguiente el psicólogo le estaba esperando con un flamante tablero de ajedrez sobre la mesa. Se había enterado de parte de los educadores del centro donde vivía, de la afición del chico por este juego. Y así fue como pasaron los meses siguientes: jugando al ajedrez… sin hablar. Pero algo iba cambiando; el chico ya no parecía tan nervioso, y su palidez también había desaparecido. Un día, mientras el psicólogo observaba al muchacho, que estudiaba concentrado la posición de las piezas en el tablero, pensaba distraído en lo poco que sabemos del misterioso proceso de las heridas del alma…
En ese momento, inesperadamente el chico alzó la vista y le miró: “Le toca”, dijo.
Ese fue el día que volvió a hablar. Volvió a relacionarse poco a poco con los amigos del instituto. Entró en un equipo de ciclismo… Y comenzó una nueva vida: ¡Su vida!
Posiblemente el psicólogo le había estado dando algo, todo ese tiempo; pero también había estado aprendiendo mucho de él. Aprendió que el transcurso del tiempo hace posible lo que parece imposible de superar. Aprendió a ESTAR cuando alguien lo necesita, a comunicarse sin necesidad de usar palabras. Basta un abrazo, un gesto de cariño, un hombro para llorar… Basta un corazón dispuesto a escuchar lo que los oídos no pueden oír.
Maria Jesús Núñez
FUENTE: enterapia
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