El cuerpo, en constante cambio y movimiento, nos va informando acerca de nuestro estado físico y emocional. Su lenguaje es a veces difícil de comprender, sobre todo cuando la mente se encuentra ajena a las sensaciones.
Cuando no se conecta lo que sucede en el cuerpo con las vivencias cotidianas, la interpretación de síntomas físicos puede llegar a distorsionarse hasta el punto de convertir cualquier expresión corporal en un inminente peligro de grave enfermedad. Así, la hipocondría puede ocupar un importante lugar en la psique, convirtiéndose en -nunca mejor dicho- un verdadero dolor de cabeza tanto para la persona que la padece, como para quienes le rodean.
Por ejemplo, si ante una decepción amorosa se ignora su efecto somático, al aparecer taquicardia, sudoración o insomnio, el hipocondriaco suele interpretar que su vida se acaba debido a una enfermedad que no se sabe de donde viene. Esa preocupación puede causar otros síntomas o aumentar los ya existentes, convirtiéndose en un círculo vicioso que, desde luego, más y cada vez más visitas al médico no podrán cortar.
Ante los cambios vitales, la imperiosa necesidad de tomar decisiones, los duelos, las crisis, las separaciones de pareja, los cambios de trabajo, etc., cada cual tiene su equipo de recursos caracteriales dispuestos a ponerse en marcha cuando se ve amenazado el equilibrio, debido a las reacciones emocionales que vienen acompañadas de estos cambios, las cuales hay que afrontar de alguna manera. Si no ha existido en la historia personal un aprendizaje previo o modelos que hayan ayudado a comprender y a gestionar las emociones que suponen esos cambios, es fácil que la desconexión mente-cuerpo traduzca erróneamente un síntoma.
Ya se sabe que la interpretación de las sensaciones corporales está íntimamente relacionada con el aprendizaje familiar y social. El miedo a la enfermedad y a la muerte, relacionado con la hipocondría, es en parte propiciado en la vida cotidiana. Una escena típica es la familia en la que las reuniones domingueras, cumpleaños, navidades y otras celebraciones se convierten en una procesión interminable de historias relacionadas con la enfermedad, las medicinas que toman, los dolores que padecen, las experiencias de vecinos, amigos, abuelos y bisabuelos que murieron enfermos y, todo esto, acompañado de ansiosos consejos para ahogar cualquier indicio de malestar físico. Así es como se puede aprender que el cuerpo es frágil y que cualquier signo es un aviso de algo muy grave, cuando podría significar simple y llanamente vida, emoción y cuerpo.
Es por esto que algunos psicólogos y médicos insistimos tanto, hasta el cansancio, en la importancia de propiciar desde los primeros años de vida la comprensión y la expresión de las emociones. Por supuesto, esto no se enseña en un tablero ni con papel y lápiz. Se enseña estando, siendo, conviviendo con las propias emociones y transmitiendo al niño o a la niña la experiencia de una vida consciente.
Bien, todo en el papel o en la pantalla del ordenador suena bien y fácil. Pero la cosa cambia cuando nos ponemos en el lugar de quien lo padece y también de quien convive con una persona hipocondriaca.
El hecho de imaginar enfermedades no es algo sencillo. No es cuestión de dominarse simplemente decidiendo no inventárselas. Tomemos en cuenta lo que sí es real. Son reales el miedo, la ansiedad, la propia sensación, que la psique no consigue interpretar de otra manera. La hipocondría no es simplemente una tontería de alguien para llamar la atención porque sí. Es una forma distorsionada de expresar, ya sea la necesidad de reconocimiento, la impotencia frente a algún hecho, la petición de ayuda, de cariño, de cuidado. El problema no es que la persona no sienta lo que describe, sino que no sabe a qué achacar la sensación y cada visita al médico o cada queja en casa, es una petición de ayuda para esclarecer los motivos de lo que siente.
Conviviendo con una persona hipocondriaca:
Es comprensible que quienes conviven con una persona hipocondriaca se sientan confusos, enfadados o desconcertados. Pero es necesario comprender los hilos que se mueven en el interior de esta persona, para poder ayudarle a encontrar otras vías de expresión emocional. Estas son algunas pautas que pueden ayudar:
- La persona hipocondriaca se siente incomprendida. No es que tenga ganas de perder el tiempo y el dinero yendo de médico en médico, o que le apetezca crear un mal ambiente en casa. Es que experimenta que nadie encuentra la solución a su supuesta enfermedad, que vive como real, y esto es motivo de angustia y depresión.
- Decirle: “No tienes nada, todo es psicológico” ó “Estás somatizando”, no va a calmar esa angustia. Al contrario, puede acentuarla. Recordemos que los procesos psicológicos también se reflejan en el cuerpo y que estos reflejos son realmente sentidos como síntomas físicos. Lamentablemente respuestas como estas se han convertido en una forma indirecta de decir: “no te creo, estás mintiendo”.
- Ir al médico para comprobar si hay una enfermedad no es siempre una mala idea. Aunque sea por un momento, contrastar las sensaciones con los datos objetivos puede significar un alivio importante. Lo que no es tan recomendable es quedarse con la angustia y con la duda, sufriendo en silencio o alterando el equilibrio laboral, familiar y social, producido por la angustia y el miedo permanente.
- La persona hipocondriaca no necesita que se le lleve la corriente o que se le ayude a angustiarse más, aconsejándole otros miles de médicos y medicamentos. Pero tampoco necesita sentirse burlada, lo cual es muy frecuente. Lo que necesita es, ante todo, ser escuchada y después ser apoyada. Escuchar y apoyar no significa decirle sí a todo. Significa ayudarle a encontrar otras posibles interpretaciones de sus síntomas, desde el respeto y la empatía.
- A veces, más de las que creemos, para acompañar y ayudar sobran las palabras. Un buen abrazo, una propuesta lúdica, una invitación a hacer algo infrecuente, son excelentes maneras de expresar el cariño. Y seguro que tienen más éxito que una tarde de sermones, consejos y reproches que de todas maneras no van a solucionar nada.
- Darse cuenta de cuándo es el momento oportuno para pedir ayuda psicológica es un gran valor. La Psicoterapia suele ser una buena alternativa para conocer los mecanismos que llevan a algunas personas a una distorsionada interpretación de los signos corporales.
El cuerpo tiene mucho que decir. Sus movimientos, sus cambios, sus placeres, sus dolores, son como un mapa de nuestro pasado y de nuestro presente. Viajar por el mundo corporal supone una oportunidad para conocernos realmente. Encontrar las coordenadas, comprender las emociones y poder interpretarlas adecuadamente, son síntomas de salud de los que nadie debería prescindir.
FUENTE: Psicoterapia y otras posibilidades
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