Ni la sangre, ni el sudor ni las lágrimas, que diría Winston Churchill. Ni siquiera una gran inteligencia, una billetera voluminosa o un carisma sobrenatural pueden explicar por sí mismos por qué una persona llega lejos en su carrera y por qué otras fracasan a pesar de contar, en apariencia, con las condiciones necesarias. Hay tantos factores que explican el éxito personal que, en muchos casos, resulta trabajo baldío intentar seleccionar uno de ellos por encima de los demás. Sin embargo, seguimos haciéndolo, seguramente porque nos gusta simplificar un mundo que cada vez parece más complejo a nuestros ojos.
No obstante, en ocasiones este tipo de fórmulas pueden ayudarnos a comprender el mundo que nos rodea y, aunque quizá no sean la panacea, sí contribuye a enfrentarnos con el día a día con otra filosofía. Por eso resulta particularmente interesante la breve pero sustanciosa charla que Angela Lee Duckworth impartió en Ted el pasado mes de abril, en la que señalaba cuál es, tras diversas investigaciones, la cualidad que poseen todas las personas que triunfan: las agallas, o en inglés, grit, como en la película de los hermanos Coen Valor de ley (True Grit, 2011).
La relativa importancia de la inteligencia
Poco después de comenzar su andadura como profesora, y tras analizar por primera vez las calificaciones académicas obtenidas de exámenes y trabajos, Duckworth reparó en que el coeficiente intelectual de los estudiantes tan sólo marcaba una pequeña diferencia. Es más, muchos de los mejores alumnos no tenían una inteligencia explosiva. Trabajando duro, todos los alumnos podían alcanzar los objetivos, por muy complicados que estos fuesen. ¿Qué era, entonces, lo que estaba ocurriendo?
“La vida y la escuela dependen de mucho más que de la habilidad para aprender rápida y fácilmente”, explicó la docente de origen asiático durante su paso por Ted. Una afirmación que le hizo acudir a la Universidad a estudiar psicología y, posteriormente, a analizar grupos de estudiantes, de militares de la escuela de West Point y del concurso de Gramática nacional para conocer el perfil de aquellos que continuaron con su trabajo hasta las últimas consecuencias y salieron victoriosos en el intento. Dicha encuesta tuvo en cuenta un gran número de variables, que iban desde el nivel socioeconómico de la familia hasta la seguridad que sentían los niños cuando iban a la escuela. Los resultados fueron claros: la determinación es lo más importante, especialmente en aquellos casos en los que los niños tenían peligro de abandonar la escuela por sus circunstancias personales o por el entorno del que provenían.
Como recuerda Duckworth citando a Carol Dwerck, profesora de psicología de la Universidad de Stanford, “la habilidad para aprender no es siempre la misma, sino que se puede cambiar a través del esfuerzo”. Obvio pero acertado: el esfuerzo contribuye a la neuroplasticidad del cerebro, y aquellos más perseverantes lo eran aún más después de incurrir en un fallo, como explica la profesora, puesto que “no creen que ese fallo sea una condición permanente”.
Fuerza, voluntad y éxito
La profesora ha creado un grupo de investigación en la Universidad de Pensilvania destinado a analizar de manera cuantitativa la determinación, con el objetivo de comprender de qué manera esta puede determinar el éxito profesional y personal. “Tenemos que tomar nuestros datos y justificar nuestras ideas a través de ellos y comprobar que realmente funcionan”, explicó Duckworth para concluir la charla. “Tenemos que estar dispuestos a fracasar, a equivocarnos, a volver a comenzar de nuevo, pero esta vez, con la lección aprendida”.
El cociente agallas. Como aseguraba el antiguo neurocirujano en una reciente columna, este nuevo coeficiente es “la fuerza que desarrolla el carácter de una persona, la que nos permite que sigamos adelante contra viento y marea”.
Parece ser que las agallas están de moda, puesto que también dan su nombre al último trabajo del colaborador de El Confidencial Mario Alonso Puig y Premio Espasa de Ensayo,
Puig recuerda que, hasta la irrupción de Daniel Goleman y su reivindicación de la inteligencia emocional, lo racional siempre había prevalecido por encima de las emociones. Sin embargo, las últimas investigaciones han puesto de manifiesto que el aprendizaje utiliza casi por igual ambos aspectos de la experiencia humana, que se complementan entre sí y no pueden entenderse de manera separada. Una persona inteligente pero desmotivada llegará mucho menos lejos que aquel que quizá no pueda presumir por su brillantez, pero sí persevere en su cometido y no se rinda cuando las primeras dificultades aparezcan. Y como bien sabe todo ciudadano del siglo XXI, las dificultades aparecerán, y en abundancia.
FUENTE: EL CONFIDENCIAL
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