Palabras talismán y esquemas mentales. La manipulación del hombre (III)
Enviado por A. López-Quintás en Mié, 20/02/2013 - 17:18
DESTACADOS:
- Toda forma de manipulación es una especie de malabarismo intelectual.
- Del mal uso de los términos se deriva una interpretación errónea de los “esquemas” que vertebran nuestra vida mental.
- lo distinto, si es asumido por el hombre como un campo de posibilidades de juego creador, se convierte en impulso del obrar, y se hace íntimo.
Cómo se manipula
El tirano lo tiene difícil en una democracia. Quiere dominar al pueblo, y ha de hacerlo de forma dolosa para que el pueblo no lo advierta, pues lo que prometen los gobernantes en una democracia es, ante todo, libertad, “libertad de maniobra”
En las dictaduras se promete eficacia, a costa –si es necesario- de las libertades, libertades asimismo de maniobra. En las democracias se prometen cotas nunca alcanzadas de “libertad” –así, en general, sin especificar-, aunque sea con merma de la eficacia. ¿Qué medios tiene en su mano el tirano para someter al pueblo mientras lo convence de que es más libre que nunca?
Ese medio es el lenguaje y la imagen, que, por ser elocuente, constituye una forma peculiar de lenguaje. El lenguaje es el mayor don que posee el hombre, pero el más arriesgado, por ser ambivalente: puede ser tierno o cruel, amable o displicente, difusor de la verdad o propalador de la mentira. El lenguaje ofrece posibilidades para descubrir en común la verdad, y facilita recursos para tergiversar las cosas y sembrar la confusión. Con sólo conocer tales recursos y manejarlos hábilmente, una persona poco preparada pero astuta puede dominar fácilmente a personas y pueblos enteros si éstos no están sobre aviso. Para comprender el poder seductor del lenguaje manipulador debemos estudiar cuatro puntos: los términos, los esquemas, los planteamientos y los procedimientos.
a) Los términos
El lenguaje crea palabras, y, en cada época de la historia, algunas de ellas se cargan de un prestigio tal que apenas hay quien ose ponerlas en tela de juicio. Son palabras "talismán", que parecen condensar en sí todas las excelencias de la vida humana. La palabra talismán por excelencia de nuestra época es libertad. Una palabra talismán tiene el poder de prestigiar a las palabras que se le avecinan y desprestigiar a las que se le oponen o parecen oponérsele. Hoy se da por supuesto (el manipulador nunca demuestra nada, da por supuesto lo que le conviene) que la censura –todo tipo de censura- se opone siempre a la libertad, entendida, superficialmente, como “libertad de maniobra”. En consecuencia, la palabra “censura” está actualmente desprestigiada. En cambio, las palabras independencia, autonomía, democracia, cambio, cogestión... van unidas con la palabra libertad y quedan convertidas, por ello, en una especie de términos talismán por adherencia.
El manipulador saca amplio partido de este poder de los términos talismán. Sabe que, al introducirlos en un discurso, el pueblo queda intimidado, no ejerce su poder crítico, acepta ingenuamente lo que se le propone. Cuando, en cierto país, se llevó a cabo una campaña a favor de la introducción de una ley proabortista, el ministro responsable de tal ley intentó justificarla con este razonamiento: «La mujer tiene un cuerpo y hay que darle libertad para disponer de ese cuerpo y de cuanto en él acontezca». La afirmación de que "la mujer tiene un cuerpo" está pulverizada por la mejor Antropología Filosófica desde hace casi un siglo. Ni la mujer ni el varón tenemos cuerpo; somos corpóreos. Media un abismo entre ambas expresiones. El verbo tener es adecuado cuando se refiere a realidades poseibles, es decir: a objetos (nivel 1). Pero el cuerpo humano -el de la mujer y el del varón- no es algo poseíble de lo que podamos disponer; es una vertiente de nuestro ser personal, como lo es el espíritu (nivel 2). Te doy la mano para saludarte y sientes en ella la vibración de mi afecto personal. Es toda mi persona la que te sale al encuentro. El hecho de que en la palma de mi mano vibre mi ser personal entero pone de manifiesto que el cuerpo no es un objeto. No hay objeto alguno, por excelente que sea, que tenga ese poder. Pues bien, el ministro intuyó sin duda que la frase "la mujer tiene un cuerpo" no se sostiene en el estado actual de la investigación filosófica, y, para reforzar su argumento, introdujo inmediatamente el término talismán libertad: «Hay que dar libertad a la mujer para disponer de su cuerpo...». Sabía que, con la mera utilización de ese término supervalorado en el momento actual, millones de personas iban a replegarse tímidamente y a decirse: «No te opongas a esa proposición porque está la libertad en juego y serás tachado de antidemócrata, de fascista, de ultra...». Y así sucedió, efectivamente.
Si queremos ser de verdad libres interiormente, debemos perder el miedo al lenguaje manipulador y matizar el sentido de las palabras. El ministro no indicó a qué tipo de libertad se refería, pues la primera ley del demagogo es no matizar el lenguaje. De hecho aludía a la "libertad de maniobra", la libertad -en este caso- de maniobrar cada uno a su antojo respecto a la vida naciente: respetarla o eliminarla. Pero esta forma de libertad no es la única ni la suprema. Uno comienza a ser libre plenamente –libre no sólo de trabas para actuar, sino libre para ser creativo- cuando, pudiendo elegir entre diversas posibilidades, opta por las que le permiten desarrollar su personalidad de modo pleno.
Ahora respondamos a esta pregunta: Quien utilice la libertad de maniobra contra un germen de vida que marcha aceleradamente hacia la plena constitución de un ser humano ¿se orienta hacia la plenitud de su ser personal? Vivir personalmente es vivir fundando relaciones comunitarias, creando vínculos. El que rompe los vínculos fecundísimos con la vida que nace destruye de raíz su poder creador y, por tanto, bloquea su desarrollo como persona.
Esto lo vemos claramente cuando reflexionamos. Pero el demagogo, el tirano, el que desea conquistar el poder por la vía rápida de la manipulación opera con extrema celeridad para no dar tiempo a pensar y someter a reflexión detenida cada uno de los temas. Por eso no se detiene nunca a matizar los conceptos y justificar lo que afirma; da por consabido lo que le interesa y lo expone con términos ambiguos, faltos de precisión. Ello le permite destacar, en cada momento, el aspecto de los conceptos que le interesa para sus fines. Cuando subraya un aspecto, lo hace como si fuera el único, como si todo el alcance de un concepto se limitara a esa vertiente. Así evita que las gentes a las que se dirige tengan elementos de juicio suficientes para clarificar las cuestiones y hacerse una idea serena y bien aquilatada de las mismas. Al no poder profundizar en una cuestión, la persona desorientada tiende a dejarse arrastrar. Es un árbol sin raíces que lo lleva cualquier viento, sobre todo si éste sopla a favor de las propias tendencias elementales. Para facilitar su labor de arrastre y seducción, el manipulador halaga las tendencias innatas de las gentes y se esfuerza en cegar su sentido crítico.
Toda forma de manipulación es una especie de malabarismo intelectual. Un mago, un ilusionista hace trueques que resultan sorprendentes e incluso "mágicos" a quien no perciba sus rapidísimos movimientos. El demagogo procede, asimismo, con meditada precipitación, a fin de que las multitudes no adviertan sus trucos intelectuales y acepten como posibles los escamoteos más inverosímiles de conceptos. Por ejemplo, un manipulador proclama ante las gentes que “les ha devuelto las libertades”, pero no se detiene a precisar a qué tipo de libertades se refiere: si a las libertades de maniobra -que pueden llevarlas a experiencias de fascinación y despeñarlas hacia la asfixia- o a la libertad para ser creativas y realizar experiencias de encuentro, libertad que las conduce al pleno desarrollo de su personalidad. Basta pedirle a un demagogo que matice un concepto para neutralizar sus artes hipnotizadoras.
b) Los esquemas mentales
Del mal uso de los términos se deriva una interpretación errónea de los “esquemas” que vertebran nuestra vida mental. Cuando pensamos, hablamos y escribimos, somos guiados por ciertos “esquemas” o pares de términos: libertad-norma, autonomía-heteronomía, dentro-fuera... Si pensamos que los términos que forman estos esquemas se oponen siempre entre sí, de modo que debemos escoger entre uno u otro de los mismos, no podemos realizar actividades creativas, pues éstas sólo son posibles cuando nos unimos a las realidades que nos rodean y asumimos las posibilidades que nos ofrecen. Si estimo, por ejemplo, que fuera se opone a dentro y que cuanto se halla fuera de mí es inevitablemente distinto, distante, externo y extraño a mí, no puedo colaborar con cuanto me rodea y anulo mi capacidad creativa en todos los órdenes.
Una alumna manifestó un día en clase lo siguiente: «En la vida hay que escoger: o somos libres o aceptamos normas; o actuamos conforme a lo que nos sale de dentro o conforme a lo que nos viene impuesto de fuera. Como yo quiero ser libre, dejo de lado las normas». Esta joven entendía el esquema libertad-norma como un dilema. En consecuencia, para ser auténtica y actuar con libertad interior se sentía obligada a prescindir de cuanto le habían dicho de fuera acerca de normas morales, dogmas religiosos, prácticas piadosas, usos y costumbres... Con ello se alejaba de la moral y la religión de sus mayores y -lo que es todavía más grave- hacía imposible toda actividad verdaderamente creativa.
He aquí el poder temible de los esquemas mentales. Si un manipulador te sugiere que para ser autónomo en tu obrar debes dejar de ser heterónomo y no aceptar norma alguna de conducta que te venga propuesta del exterior, dile que eso es verdad pero sólo en un caso: cuando actuamos de modo pasivo, no creativo. Tus padres te piden que hagas algo, y obedeces forzado. Entonces no actúas autónomamente. Pero suponte que percibes el valor de lo que te sugieren y lo asumes como propio. Esa actuación tuya es, a la vez, autónoma y heterónoma, porque es creativa.
Ahora vemos con claridad la importancia decisiva de los esquemas mentales. Un especialista en revoluciones y conquista del poder, José Stalin, afirmó lo siguiente: «De todos los monopolios de que disfruta el Estado, ninguno será tan crucial como su monopolio sobre la definición de las palabras. El arma esencial para el control político será el diccionario». Nada más cierto, a condición de que veamos los términos dentro del marco dinámico de los esquemas, que son el contexto en que juegan su papel expresivo.
Una clase manipuladora de ética. La peligrosidad de los esquemas utilizados con intención manipuladora queda patente en esta clase de ética. Me dirijo a los alumnos de la forma siguiente: “Ustedes convendrán conmigo en que toda persona adulta debe actuar en virtud de criterios propios, surgidos dentro de nosotros, en nuestro interior. Dentro se opone a fuera, e interior a exterior. Ordenemos estos pares de conceptos -o esquemas mentales- en forma de columna:
Propio - ajeno
Dentro - fuera
Interior - exterior, distinto, distante, extraño, ajeno»
Los alumnos muestran su conformidad. Y prosigo:
«El que actúa con criterios interiores manifiesta ser autónomo, se rige por leyes propias, con la libertad y la independencia propias de una persona que ha sabido tomar las riendas de su vida. El antónimo del término autónomo es heterónomo; el de libertad, sumisión; el de independencia, dependencia o vasallaje. Tenemos estos tres esquemas más:
Autónomo - heterónomo
Libre - sumiso
Independiente - dependiente»
Los alumnos siguen conformes. Yo continúo, tranquilamente, mi razonamiento:
«Ustedes saben que, en la actualidad, la palabra libertad ostenta la condición de término talismán, posee automáticamente un inmenso prestigio. Este prestigio lo irradia aquí sobre los términos de la columna de la izquierda. Actuar de modo libre -por tanto, autónomo e independiente-, con criterios internos, es comportarse de modo auténtico, adecuado a nuestra plena realización. Añadamos estos dos esquemas:
Auténtico - inauténtico
Realizado - frustrado
Unamos ahora todos los esquemas:
Propio - ajeno
Dentro - fuera
Interior - exterior, distante, extraño
Autónomo - heterónomo
Libre - sumiso
Independiente - dependiente
Auténtico - inauténtico
Realizado - frustrado»
A la vista está que los términos de la columna de la izquierda quedan prestigiados por su vecindad con los vocablos libre, independiente, autónomo, auténtico, realizado. Es el momento para proseguir la clase de esta forma:
«Si ustedes quieren realizarse en la vida, ser auténticos en su obrar, independientes en su conducta, libres y autónomos, como personas que se rigen por criterios internos y propios -por cuanto surgieron en su interior-, deben apresurarse a prescindir de cuanto les ha venido sugerido de fuera y del exterior en cuestiones de usos y costumbres, de vida ética y creencias religiosas, pues lo que nos viene dado desde fuera y propuesto como norma de acción, impulso y meta de la existencia en una u otra vertiente, es algo distinto de nosotros y en principio distante, externo, extraño y ajeno a nuestra vida. Si es tomado sumisamente como cauce y norma de acción, nos enajena o aliena y nos vuelve inauténticos. ¿Admiten ustedes todo esto?»
Los alumnos permanecen en silencio, un tanto perplejos. Yo pongo entonces las cartas boca arriba: «Si lo aceptan -les advierto-, corren riesgo de anular de raíz la posibilidad misma de edificar una vida ética, estética y religiosa, por la razón decisiva de que todas las realidades que hacen posible al hombre desde el nacimiento troquelar su ser personal son distintas de él, le vienen dadas, propuestas, y le son en principio distantes, externas y extrañas. ¿Cómo va a ser posible hacer un juego creador y encontrarse rigurosamente con realidades que no han surgido de la interioridad humana, tales como la madre, el padre, el hogar, el lenguaje, los usos y costumbres, las instituciones, la escuela, los valores estéticos, éticos y religiosos…? Si se admite que lo distinto del hombre es siempre distante, externo y extraño, esta pregunta no admite respuesta. Pero tal afirmación es, por fortuna, insostenible.
Darla por supuesto fue el eje de mi demagógica argumentación. Ése es justamente el punto en el que hubieran debido ustedes detener mi discurso e invitarme enérgicamente a realizar las debidas matizaciones. ¿Se oponen siempre el fuera y el dentro, lo exterior y lo interior? En el nivel 1 sí; en los niveles 2 y 3, no. ¿Por qué lo distinto va a ser siempre e inevitablemente distante, externo, extraño y ajeno? Si no actuamos con creatividad, lo distinto no se nos puede hacer íntimo; es siempre distante, externo, extraño, ajeno. En cambio, lo distinto, si es asumido por el hombre como un campo de posibilidades de juego creador, se convierte en impulso del obrar, y se hace íntimo, sin dejar de ser distinto. Pierde, con ello, el carácter de distante, externo y extraño y, por tanto, impositivo, coaccionante, alienante, promotor de inautenticidad. Cuando lo distinto, lo dado desde fuera, lo propuesto al hombre deja de ser distante, externo y extraño, para convertirse en íntimo -en una especie de voz interior, promocionante de las mejores virtualidades creadoras del hombre-, éste inicia de verdad su vida estética, ética y religiosa».
Queda aquí patente que la falta de un pensar bien aquilatado deja a los jóvenes en manos de los manipuladores. Nada es más urgente en los años escolares que acostumbrar a niños y jóvenes a pensar y razonar con la debida precisión.
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SOBRE EL AUTOR
A. López-Quintás
Alfonso López Quintás realizó estudios de filología, filosofía y música en Salamanca, Madrid, Múnich y Viena. Es doctor en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y catedrático emérito de filosofía de dicho centro.
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