Destacado: “Nada produce más ambiciosos del poder que el miedo a que, una vez alejados de él, no se sepa qué hacer en la vida”.
Lo que distingue al político de bien del corrupto es la integridad. Una persona íntegra en el ámbito público pone siempre como prioridad cumplir con sus tareas de modo responsable, esto es, ofreciendo lo mejor de sí mismo para servir con la mayor eficacia posible a la comunidad que le ha elegido. La integridad incluye, de este modo, unos valores comprometidos con el bienestar de los demás y una conciencia firme que le recuerda todos los días que su bienestar personal pasa por respetar esos principios éticos.
Ahora bien, qué políticos tendrán más claros esos valores cuando les llegue el turno de gobernar? Esta pregunta es importante, porque si pudiéramos saber con antelación las cualidades reales del que aspira al poder podríamos excluir de forma preventiva a aquellos que muestran signos preocupantes de querer mandar con el único objetivo de su beneficio personal.
Una de esas cualidades es la prudencia y el juicio crítico, es decir, la capacidad de observar con detenimiento los hechos sociales y extraer conclusiones apropiadas después de obtener toda la información disponible. La prudencia ayuda a desconfiar de todos los aspirantes a obtener privilegios por el solo mérito de alabarnos o de presentar como aval de sus pretensiones conocidos importantes, “nombres” cuya mención implica prestigio y quizás promesa de favores para el futuro. Otra cualidad es la humildad como antídoto contra el narcisismo, el cual, inflando nuestra propia valía y minusvalorando los riesgos de las decisiones, nos hace proclives a cometer errores de gran trascendencia para el peculio y el bienestar de los ciudadanos.
Claro está, es necesario saber gestionar el ámbito en el que estamos actuando. Si un político llega a un cargo por el mero hecho de su filiación entusiasta y su adherencia inquebrantable a los miembros del partido que le proporcionan el puesto de trabajo, su incapacidad solo servirá para avergonzarnos a todos y perder el tiempo. Ayuda en esta misión haber demostrado ser alguien en la vida antes de obtener el cargo, entendiendo por esto el disponer de una profesión con la que puede sustentarse con dignidad. Nada produce más ambiciosos del poder que el miedo a que, una vez alejados de él, no se sepa qué hacer en la vida.
En resumen: alguien cuyos valores son la ambición personal y el poder, que se deja seducir por los halagos de los corifeos y desestima la prudencia, cuyo narcisismo le lleva a creerse infalible y que sólo ha demostrado ser hábil para moverse dentro de la carrera política, es un perfil que tendríamos que tener en cuenta cuando ponemos nuestro voto en la urna. Y también quienes les abren el camino hacia nosotros, porque ellos son igual de responsables que sus protegidos.
VICENTE GARRIDO GENOVÉS
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