En 2005, un artículo titulado Monkey Business y publicado en el New York Times por Stephen J. Dubner y Steven D. Levitt me hizo comprender a todos aquellos que sostienen que el dinero es la causa de todos los males. Veamos por qué.
El artículo en cuestión trataba sobre el trabajo científico que cierto investigador realizaba con monos capuchinos. Estos primates del nuevo mundo, del tamaño de un bebé, no destacan por su inteligencia; sus dos grandes pasiones en la vida son: comer y el sexo.
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La originalidad del trabajo, realizado por este estadounidense hijo de emigrantes chinos y llamado Keith Chen, venía del hecho de que no era biólogo, sino economista. Nuestro protagonista, graduado en Stanford, consiguió la colaboración de una psicóloga de Yale llamada Laurie Santos, y fue en esta última universidad donde ambos se encargaron de enseñar a los capuchinos, con grandes dosis de paciencia, el concepto del dinero.
Como él mismo sostenía: "la idea esencial era darle un dólar a un mono y ver qué hacía". Chen entregaba pequeñas piezas redondas a los monos; después, les mostraban bandejas con hasta 12 elementos (uvas, galletas o malvaviscos) que podían canjear por sus monedas. Pronto los gustos de cada mono quedaron claros.
Más tarde, Chen introdujo el concepto de reducción de precio. Cuando por ejemplo, hacían caer el precio de la gelatina (les daban dos por una sola moneda) los monos compraban menos uvas y destinaban racionalmente más dinero a la gelatina.Poco después Chen les enseñó un par de juegos 'tragaperras'. En uno de ellos, primero le daban al capuchino una uva y luego una moneda que, dependiendo de si caía de cara o cruz, podía hacerles ganar una uva extra. En el segundo de los juegos, al mono comenzaba poseyendo ya la uva extra, que dependiendo del lanzamiento de la moneda podía perder o finalmente comer.
Pese a que el juego es intrínsecamente igual en ambas variedades, los monos demostraron cierta irracionalidad prefiriendo el juego en el comenzaban con las dos uvas a la vista. Para sorpresa de Chen, cuando el experimento se llevó a cabo con humanos, las preferencias irracionales del Homo sapiens resultaron idénticas en casi la misma proporción que las de los capuchinos.
Pero, ¿entendían los monos realmente el concepto de dinero? Para descubrirlo Chen se propuso aprovecharse de su apetito sin fondo. Cuando en un experimento se les dio a los monos pepino cortado en rodajas (hasta ese momento se les daba en cubos) un capuchino intentó hacer pasar su rodaja por una moneda para comprar algo más dulce. ¿El primer mono falsificador? Todo parecía indicar que en efecto los capuchinos conocían el poder del dinero, aunque al parecer desconocían el concepto del ahorro ya que en toda ocasión canjeaban sus monedas de forma inmediata por comida.
Un día Santos descubrió que en ciertos experimentos, los monos hurtaban algunas monedas. Los siete monos participantes compartían un hábitat principal de 21 m3. De tanto en tanto se sacaba a uno de ellos a un reducido hábitat secundario donde se experimentaba con ellos. En una ocasión el mono que se encontraba en el hábitat de experimentos se hizo con una bandeja completa de frutas, la cual lanzó por la ventanita hacia el habitáculo común. Tras eso se fugó siguiendo a la bandeja, como si fuera consciente de que estaba haciendo algo prohibido. En la misma acción, el mono había perpetrado una especie de fuga de la cárcel y atraco al banco.
Durante el revuelo que se originó en el habitáculo principal con la llegada de la bandeja, Chen contempló algo con el rabillo del ojo que le dejó atónito. Recordemos que, el rasgo más definitorio de un capuchino es su insaciable apetito. Sin embargo en un rincón de la jaula el economista vio como una mona aceptaba una moneda de un congénere macho a cambio de un poco de sexo. Tras concluir el acto la hembra canjeó su moneda por una uva. Chen había sido testigo del primer acto de prostitución capuchina de la historia.
Si hay algo cierto es que cuanto más estudiamos a los animales, más se empeñan en recordarnos a cierta especie racional que compra más cuando baja el precio, responde de forma irracional al juego, se olvida de ahorrar, roba cuando puede, y gasta su dinero en comida y, ocasionalmente, en sexo. Seguro que sabéis de qué especie estoy hablando ;-)
Leído en New York Times
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