lunes, 8 de agosto de 2011

La Conciencia Colectiva. Investigaciones Sobre la Mente Compartida


Hasta hace muy pocos años, se creía que los pensamientos eran producto de la actividad cerebral. Las tomografías por emisión de positrones, también llamadas PET, revelaban qué área del cerebro se activaba en diferentes conductas del paciente, y los primeros neurólogos que utilizaron esta técnica, asumieron que esa actividad cerebral estaba mostrando la actividad mental. Pero más tarde, se entendió que las PET captaban actividades netamente físicas y metabólicas.

Hasta ahora ningún científico pudo probar fehacientemente que la mente esté alojada en el cerebro. Si fuese así, no podrían explicarse ciertos fenómenos como la sincronicidad en el nado de ciertas especies como las sardinas, o las manifestaciones sincrónicas de la conciencia humana global como está siendo captada actualmente por el Proyecto Conciencia Global de la Universidad de Princeton.

Aparentemente la conciencia humana tiene varios niveles o “capas”, entendiendo esto como manifestaciones no físicas, (sin forma) y de carácter no local (no tiene un lugar determinado en el espacio).

Una de estas capas correspondería a la esfera mental individual, a los pensamientos generados desde la experiencia y el sentir propios. Esta esfera se comunicaría con otra más grande (por dar una idea de extensión aunque estamos hablando de una manifestación que no tiene un tamaño cuantificable) con una mente compartida con la pareja o el ser más próximo en la intimidad.

Luego aparecería la conciencia de manada, algo que nos viene desde nuestros anteriores estados evolutivos como primates o cetáceos en los que compartíamos una conciencia con nuestra manada, que hoy podríamos entender como familia o grupo humano más cercano (a veces, los compañeros de trabajo).

La conciencia de manada se extiende sincrónicamente a la conciencia de especie. Esta se manifiesta en la naturaleza muy claramente en las conductas globales de varias especies como en los cetáceos, los cardúmenes de peces o en ciertos insectos como las termitas. En los primeros tenemos el ejemplo de las ballenas del Atlántico Sur y del Atlántico Norte. En ambos hemisferios del planeta existen familias de la misma especie de ballenas, las ballenas Francas o Eubalaenas. Estas suelen cantar distintas melodías para comunicarse con especímenes de su propia manada, canciones que suelen cambiar una vez al año. Si bien la distancia entre las manadas de los mares del sur y los mares del norte impide cualquier tipo de comunicación conocida entre ellas, sincrónicamente y al mismo tiempo, cuando las ballenas de uno de los hemisferios comienzan a cambiar su melodía, las del otro, inician la misma canción, exactamente al mismo tiempo.

Esta es la conciencia de especie, una información que se transmite sincrónicamente a todos los miembros de la misma especie, no importa en qué lugar del planeta se encuentren.

Uno de los experimentos más asombrosos sobre éste fenómeno de comunicación no local y sincrónica fue realizado por Rupert Sheldrake, el investigador que propuso la teoría de los campos morfogenéticos. Sheldrake dividió un grupo de ratones de laboratorio en dos. A un grupo lo envió a un laboratorio en Australia y al otro lo dejó en Inglaterra. Se diseñaron dos laberintos exactamente iguales en ambos países, con la misma forma, tamaño, color y texturas, y en cada país se metió a los ratoncillos en los laberintos. Cuando los ratones del laboratorio de Inglaterra descubrieron el camino más corto en el laberinto para encontrar el pedacito de queso, el grupo de ratones que estaban en Australia aprendió el mismo camino casi un segundo más tarde. Este experimento fue repetido luego por varios grupos de científicos llegando a los mismos resultados.

También conocemos la teoría de la masa crítica: cuando un determinado número de individuos de la misma especie aprende algo nuevo, toda la especie en cualquier lugar del planeta, incorpora el conocimiento.

La prueba la tenemos en los delfines: en este momento los delfines que están en los océanos en estado salvaje y que jamás han tenido contacto con el ser humano, están comenzando a hacer las mismas piruetas que se les enseña a los delfines en los delfinarios de los zoológicos. Hemos domesticado a un número tan grande de delfines, que ahora toda la especie ha aprendido por ejemplo a caminar con la cola sobre el agua. Esto ha sido revelado hace poco por la (WDCS) Sociedad de Conservación de las Ballenas y los Delfines de Australia.

¿Y en la especie humana? ¿Aprendemos los humanos globalmente en todo el planeta y sincrónicamente al mismo tiempo, lo que acaba de aprender un grupo numeroso de personas? Bueno, no existe aparentemente ningún impedimento para ello. Esta propiedad de comunicación no local de especie, parece ser una propiedad netamente evolutiva que facilita justamente la incorporación de nuevos conocimientos que puedan beneficiar a toda la especie culturalmente, por ejemplo nuevas formas más eficaces de cazar.

De la mente humana compartida ya hablaban el jesuita y teólogo Teilhard de Chardin y el cosmólogo ruso Vladímir Verdnaski. Esta mente se extendería también a la mente planetaria, a la mente del planeta Tierra, llamada Noosfera, de la que nos llegaría información relevante para nuestra supervivencia.

Es muy tentador pensar en que podríamos los humanos hacer una gran revolución mundial por la paz, si un gran número de personas en el mundo aprendiesen a pacificarse a sí mismos. Lo mismo sucedería si un gran número de personas aprendiésemos no sólo a ser no violentos, sino a amarnos incondicionalmente y a ser felices. Toda la humanidad aprendería a hacerlo en solo un segundo.

Con ese objetivo, un gran número de personas está realizando acciones de masa crítica utilizando las grandes redes sociales de la tecnosfera (Internet), para crear una conciencia colectiva que destruya finalmente el sistema agobiante que nos esclaviza y lo reemplace por una forma de vida más justa y feliz para todos. Parece una utopía, sin embargo la imposibilidad de realizar una acción colectiva de esas características sólo está dada por un condicionamiento cultural muy antiguo y sostenido por una pequeña élite de personas que ostentan el poder sobre toda la masa humana.

A través de los siglos nos han inculcado ideas de división que pudiesen disolver todo intento masivo de cambio. Nos dividieron en razas (genéticamente las razas no existen), en partidos políticos de derecha e izquierda, en equipos de fútbol, en niveles socioeconómicos, en distintos países y nacionalidades, y en toda manifestación ideológica que pueda hacernos olvidar nuestra verdadera unicidad de especie.

Pero la ciencia viene a recordarnos que la humanidad entera tiene una conciencia natural de especie aún vivita y coleando, e íntimamente conectada con nuestro ser simbionte, el planeta Tierra, que en estos momentos está experimentando un cambio radical en su naturaleza cósmica.

Es el momento, amigos, de recordar la unidad, puesta allí para ayudarnos a aprender juntos y al mismo tiempo, todo aquello que beneficie nuestra supervivencia. La división que nos inculcaron ha producido demasiadas guerras y genocidios. Es el momento de volver a la unidad en la paz.

Pero hay algo a tener en cuenta: cuando estudiamos el proceso de cómo se genera una acción colectiva global, nos damos cuenta que es la suma de las conciencias individuales. Es decir que para conseguir una humanidad pacífica, habremos de tomar la decisión cada uno de nosotros en nuestro pequeño entorno privado, de acabar con la división, el odio y el resentimiento dentro de nosotros mismos.

Somos cada uno de nosotros los que estamos sosteniendo con nuestras mentes individuales, la conducta humana global.

Vaya responsabilidad.

Bianca Atwell













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