lunes, 18 de julio de 2011

EL PODER DE LAS IMAGENES


Hay muy pocas posibilidades de que alguien a quien se le pidan cien euros para combatir el hambre y la enfermedad en Ghana acceda a desprenderse de su dinero. Pero si circula en su coche por una autopista y ve en la cuneta un cuerpo ensangrentado, le parecerá normal detenerse, transportar al herido a un hospital y pagar los cien euros que costará, como mínimo, la limpieza de su vehículo.

Poner imágenes a un concepto abstracto en el cerebro surte un efecto inmediato. No visualizamos fácilmente el hambre en abstracto en Ghana, pero, en cambio, la imagen de alguien herido en la carretera activa reacciones de solidaridad inmediatas.

En los laboratorios estamos comprobando el impacto, hasta ahora desconocido, de las imágenes en los procesos cognitivos. Las últimas investigaciones aclaran que la imagen cuenta como instrumento de permanencia o duración de la memoria. Sin imagen es difícil que algo se asiente en la memoria a largo plazo. Y sin memoria a largo plazo no se produce la reaccion querida: un sentido determinado del voto.

Los políticos acaban de descubrirlo. El video que hizo Al Gore sobre el cambio climático tuvo una repercusión insospechada en la opinión pública. Y ahora, en España, tanto el partido popular como el partido socialista están recurriendo a cortometrajes que respalden con imágenes sus propuestas electorales. Sus asesores los han convencido por fin, de que una propuesta casual se transforma en algo perdurable en la mente del votante si existe un apoyo audiovisual.

Llevo muchos años sugiriendo lo mismo a mis amigos empresarios cada vez que me piden ayuda para organizar un ciclo de conferencias científicas. Ahora “No lo hagáis -les repito- sin preceder o concluir la perorata de un busto parlante explicativo”. Hasta hace poco lo único que parecía importarle era que algún medio escrito publicase una noticia relativa a la conferencia, sin percatarse que esa nota aislada no hacia mella en la memoria a largo plazo.

Igual ocurre con la educación de los hijos, o incluso con el amor. Para que un código social, como dar las gracias por algo recibido, se instale en el proceso cognitivo del niño, se requiere repetir una y otra vez, el consabido mensaje: “Gracias Abuelo”, “Gracias Papá”. Con suerte puede que arraigue. Igual ocurre con el Amor. Se equivoca quien crea que su amor puede sobrevivir sin los pequeños detalles que lo sustentan a diario.

En los distintos ejemplos citados hasta ahora, la decisión tomada no responde a un nexo de causalidad real: -la imagen no convierte la noticia en algo más verdadero, ni la frecuencia de las señales amorosas dan cuenta de una realidad distinta-. De hecho no tiene nada que ver una cosa con otra. Es nuestra manera peregrina de tomar decisiones. El cerebro atribuye una relación de causa-efecto a hechos que no tiene nada que ver con el resultado.

Otras veces, las decisiones se toman en función de enunciados baladíes. Se trata del poder del marco de presentación, lo que los anglosajanes llaman FLAMING EFFECT. Está comprobado que se compra más fácilmente una medicina cuando el prospecto reza: “sin efectos secundarios en un 80 por ciento de los casos” que cuando el mismo prospecto dice lo mismo de otra manera: “en un 20 por ciento de los casos de han registrado efectos secundarios”. Existen otros muchos ejemplos de decisiones que tomamos simulando relaciones de causa-efecto que son sólo aparentes, por lo que no deberíamos tomarnosla demasiado en serio, ni las que toman los demás ni nosotros mismos.


EXCUSAS PARA NO PENSAR, pág 64-66 Edit. Destino, EDUARDO PUNSET















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