Hace tiempo no había coche ni trenes y se viajaba a caballo.
Un hombre cabalgaba por el campo acompañado de un perro y se puso a descansar y a reponer fuerzas. Para que se refrescara el caballo, le quitó la montura, en la que llevaba una bolsa de dinero, y la colgó en un árbol. Pero vio otro árbol que tenía mejor sombra que aquel y decidió cambiar de lugar.
Trasladó la montura, pero se olvidó de la bolsa del dinero. El perro, viendo que su amo se dejaba la bolsa del dinero, se quedó junto a la bolsa.
Entonces el hombre empezó a comer y llamaba al perro para que comiera con él, pero el perro no se movía del lado del árbol en el que estaba el dinero.
Cuando descansó y refrescó un poco la tarde, aparejó su caballo y, cuando se iba a montar, el perro empezó a ladrarle y a tirarle del pantalón. El hombre lo acariciaba y el perro movía su rabo. Intentó otra vez subirse al caballo, pero el perro estaba más furioso, dando saltos a su alrededor. Lo volvía a acariciar y el perro se tranquilizaba un poco.
Cuando ya por fin, porque la tarde se le echaba encima, se dispuso a marcharse, el perro le daba bocados al caballo en el pecho y a su amo en las botas. Hasta que su amo, sin saber lo que pasaba, sacó una escopeta y lo mató.
El hombre continuó varias leguas torturado por lo que le había pasado a su perro, y de pronto recordó que la bolsa del dinero se la habría dejado en el primer árbol. Cuál no sería su sorpresa al ver que el perro, en las ansias de muerte, descolgó la bolsa y murió encima de ella. El hombre, al ver aquella acción, dijo: «No hay nada en el mundo mejor que un perro fiel».
Tomado de La flor de la florentena, cuentos tradicionales, recogidos en Arahal por Alfonso Jiménez Romero
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