sábado, 10 de octubre de 2009

¿Por qué algunas personas necesitan cambiar de pareja continuamente?


El cambio constante de pareja puede ocurrir en cualquier persona, a cualquier edad, y no necesariamente se trata de un problema. En la adolescencia, se relaciona con el descubrimiento y la exploración, el intento de reconocer preferencias y gustos, explorándose a si mismo en ese encuentro con otros; es decir, conocerse como individuo sexualmente activo. En otras etapas de la vida, puede tener que ver con que alguien no desee establecer una pareja monógama, no tenga esto como ideal en su vida y prefiera relaciones casuales.

El límite entre lo que se considera un problema, un síntoma, y lo que no, está trazado en gran medida por el malestar que produce. A veces, este malestar no aparece directamente relacionado a la fuente que lo causa, sintiéndose como indeterminado, o apareciendo sensaciones de vacío, de pérdida del sentido, de pérdida de la capacidad de disfrutar escenas que en otro momento fueron gratas. Otras veces, las personas tienen claro qué es lo que les produce sufrimiento, pero no pueden cambiarlo; y la sensación es la de estar frente a algo que no se puede dejar de hacer, que repetimos insistentemente aunque nos genere molestia.

Si una persona cambia constantemente de pareja y siente que no es esto lo que quiere, que le gustaría enamorarse, armar una relación estable; si el interés por el otro sexo se pierde recurrentemente o aparece -con distintas personas- ideas casi “invasivas”, desagradables; si pequeños rasgos empiezan a parecer irritantes, o aparecen sensaciones como el asco, el rechazo, la desestima del otro, es muy probable que estemos frente a un síntoma.

La causas asociadas a esto pueden ser tantas como personas e historias de vida, ya que cada uno configura su modo de vincularse (en especial en lo relativo a las elecciones amorosas) en función de su historia personal, los ideales sostenidos familiarmente, el “estilo” afectivo que se haya priorizado en sus vínculos primarios.

Pero podríamos situar entre los motivos distintos posibles grupos:

  • Por un lado los asociados al “Ideal”. Todos tenemos y sostenemos ideales que llevamos adelante en nuestras vidas y nos hacen en gran medida ser quienes somos. Sostener dichos ideales no es un problema en si mismo, puede ser muy productivo para nuestra vida, pero si el ideal presenta un carácter demasiado exigente, si nuestros logros nunca están a la altura de lo que el ideal nos pide, el resultado puede ser de una insatisfacción constante.
  • Que la persona a nuestro lado sea permanentemente sometido a la comparación cruel con un ideal imposible de alcanzar, es un modo indirecto de no estar a la altura tampoco uno mismo.
  • Otro motivo puede ser el de permanecer ligadas a ciertos roles, con los que nos hemos construido una identidad, un modo de vincularnos. Si el rol asumido es el de la que puede todo sola, o la mujer fatal, por ejemplo, sostenerlo puede implicar renunciar a la posibilidad de una pareja.
  • Los vínculos íntimos implican exponerse, ligarse al otro desde aspectos aún vulnerables. Compartir nuestra intimidad, nuestro cuerpo, nuestros temores y fantasías con otro requiere de una dimensión de entrega, de estar dispuestos a abrir una puerta, un puente con el otro, y esto implica asumir riesgos.
  • Otra razón puede ser la de una desestima al género opuesto en sí mismo, en una continua posición de hostilidad o competencia. Las parejas serían enemigos, en tanto representan aquello que nos recuerda lo diferente. El encuentro entre los cuerpos, la diferencia de necesidades, de interrogantes, todo aquello que sea marca de una imposibilidad de pensarnos autoabastecidas, completas.
  • Por ultimo podríamos situar la razón de “aguarse la fiesta”, es decir, dejar caer personas o situaciones que nos hagan bien, que nos permitan realizar algo deseado, valorado. Esta última tiene que ver con suponer que no merecemos algo bueno, con cierta necesidad de castigo.


¿Qué se puede hacer para pasar a un “nivel superior” en la pareja?

El cambio no tiene porque ser “desechar y renovar”, el cambio es también profundizar lo que ya existe. El cambio puede implicar crecimiento, y una pareja puede crecer, modificarse, cambiar. Enfocarse en compartir con el otro inquietudes y ganas de investigar cosas nuevas, tanto en materia sexual como en entretenimientos compartidos, o en temas a explorar juntos.

Preguntarnos qué queremos de una relación, qué esperamos que el otro nos brinde, y ubicar si no estamos depositando en ese pedido necesidades que nos vienen de otro lado, de otras carencias que no necesariamente la pareja tiene que resolvernos, que no necesariamente el otro tiene que completar. Someter a revisión crítica no al otro, sino a nuestras propias ideas o apreciaciones.

Poner todo esto en juego en una pareja implica estar dispuestos a exponerse, y mostrarle al otro zonas íntimas, incluso vulnerables, pero en la medida en que “humanicemos” la relación, le quitemos el carácter de “guión cinematográfico” y la transformemos en un lugar posible, es que será viable “quedarnos” en ella. Las películas sólo se pueden mirar, en cambio “habitar” una relación, implica vivirla, explorarla y para eso se necesitan poner en juego otros sentidos: escuchar, hablar, tocar, son buenas maneras de “embarrarse” en la cancha.


Lic. Valeria Casali

Psicoanalista de la Fundación Buenos Aires

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