La cooperación y la agresión nunca pueden ir juntas. La cooperación es absolutamente necesaria en un mundo que está sumamente fragmentado por creencias nacionales y religiosas, disparidades económicas e hiperdesarrollo y subdesarrollo intelectual. En las relaciones más íntimas, como en la familia, existe cierta clase de cooperación, pero aparte de eso siempre hay diferencias de opinión, de inclinación y conocimiento. Estas diferencias se ven exacerbadas por la ambición y la envidia y, evidentemente, esto impide la cooperación. Tradicionalmente por cooperación se ha entendido la acción de colaborar en torno a un individuo dominante o por una ideología o ideal utópico, cooperación que cesa o se desintegra cuando el individuo o la ideología desaparecen. Ésta es la pauta que el hombre ha seguido, confiando en operar un cambio en las circunstancias del mundo o en beneficio propio. Colaborar con un fin, teniendo cada individuo su motivo personal para alcanzarlo, debe ineluctablemente generar conflicto. Dicha colaboración obedece a un concepto y no a una necesidad real. La colaboración deja de ser una fórmula no sólo cuando se comprende su necesidad sino cuando además existe una relación resultante del amor. Esta relación desaparece cuando hay agresión. El hombre es agresivo por naturaleza; su agresión proviene del animal. Esta agresividad, esta violencia se potencia en la familia, en la educación, en el mundo de los negocios y en las instituciones religiosas. La agresividad adopta la forma de la ambición, la cual a su vez es fomentada y respetada. La agresión es violencia y, para contrarrestar esta violencia, que es tan preponderante en el mundo, se han elaborado distintas clases de ideología; pero esto sólo contribuye a esquivar el hecho concreto de la violencia. La violencia no se limita sólo al campo de batalla sino que es ira, odio y envidia. La envidia es lo que nos hace competitivos, cosa que también es sumamente respetada en la sociedad, cuya estructura misma se basa en la violencia. La mayoría de nosotros puede percibir la pauta de todo esto, al menos de forma intelectual, pero lo que nos hace actuar no es el entendimiento intelectual sino percibir la verdad de la cuestión. Ver la verdad es el único elemento liberador, no todos los argumentos intelectuales, los ajustes emocionales o las meras racionalizaciones. Ver es actuar y esta acción no es el resultado de la ideación. Tiene que haber cooperación y ésta no podrá existir jamás mientras cada individuo esté compitiendo con otros seres humanos y persiguiendo su propia realización. Si queremos cooperar no puede haber nada de realización individual, familiar o nacional, porque dicha realización acentúa la separación y niega la cooperación. Cuando se ve todo esto como un peligro para el bienestar íntegro de la humanidad y no como idea descriptiva, entonces ese mismo ver produce una acción que no es agresiva y que, en consecuencia, es solidaria. Ver es amar y alguien que ama se encuentra en un estado de cooperación. Al comprender la cooperación, también comprenderá cuando no cooperar. En la plenitud de la cooperación, la bondad, que no es sentimentalismo, puede florecer. La autoridad es lo que destruye la cooperación, pues el amor no puede existir jamás donde haya autoridad. Nos hemos mantenido durante tanto tiempo dentro de las pautas establecidas de vida que éstas se han vuelto tradicionales y la libertad, el amor y la cooperación han perdido sus significados fundamentales. La educación consiste en romper estos moldes. En esa misma ruptura reside la percepción de la verdad de lo nuevo. Tomado de Fundación Krishnamurti Latinoamericana Gentileza de Adriana TENORIO Cali, Colombia | ||
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