Un ejemplo claro son los formularios de las compañías aseguradoras rellenados que han sido redactados por los participante en accidentes de tráfico. Myers cita como ejemplo de cómo las personas tienden a achacar el accidente, no a símismas, sino al “otro” o a cualquier suceso ajeno, las siguientes redacciones: “Un automóvil invisible surgió de la nada, golpeó al mío y desapareció”. “Cuando yo llegaba al cruce brotó un vallado, me oscureció la vista y no vi al otro coche”. “Un peatón me chocó y se metió debajo de mi coche”.
Este fenómeno es especialmente notorio cuando la situación requiere además una combinación de destreza y azar.
Por ejemplo en un juego, un examen o en una solicitud de empleo. Los ganadores atribuirán su éxito a su capacidad, mientras que los perdedores tienden a hacerlo a la mala suerte.
En los experimentos en los que se requiere la participación y colaboración de un compañero para ganar, en el caso del fracaso, la tendencia es a culpar al compañero. Sin embargo si se trata de recabar cuanta responsabilidad tenemos en el éxito o fracaso de una labor en grupo, entonces asumimos más responsabilidad si la tarea fue un éxito, y menos si un fracaso.
Según una encuesta, las parejas que estaban tramitando su divorcio eran 10 veces más propensas a culpar al cónyuge del fracaso matrimonial que atribuírselo (Kitson y Sussman, 1992)3.
“En nueve investigaciones distintas, Schelenker hizo trabajar a varias personas juntas en determinada tareas; luego, les comunicó datos falsos según los cuales el grupo se había desempeñado bien o mal. En todos los estudios,cada uno de los integrantes de los grupos exitosos se adjudicaba más responsabilidad por el rendimiento de su grupo que los integrantes de los grupos que, aparentemente, habían fallado en el trabajo. Del mismo modo, la mayoría se ufanaba de haber contribuido más que sus compañeros de grupo cuando, supuestamente, se habían desempeñado bien: muy pocos admitían haber contribuido menos”.
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