domingo, 2 de diciembre de 2007
SEÑALES
Las señales que nos anticipan el drama y que no sabemos ver
Los familiares de un criminal suelen no actuar a tiempo
ROMA.- Un muchacho mata a su padre, una mujer se suicida junto a sus dos hijos pequeños, un hombre masacra a una quinceañera, un joven acuchilla a un conocido.
Interrogados los vecinos de la casa, los familiares, el padre y la madre, los hermanos, la respuesta es siempre la misma: era gente tranquila, de bien, él un buen muchacho.
¿Quién jamás se hubiera podido imaginar algo similar?
Jamás un síntoma, un indicador, un indicio que pudiera hacer temer un estallido de tanta violencia.
Pero ¿en verdad no lo hubo? O la gente simplemente no presta atención, ¿o mira de una manera distraída porque no son hechos que les incumban? ¿O en cambio ha visto algo pero ha preferido no preocuparse, olvidarlo?
O, finalmente, ¿ha comprendido que había un problema pero ha callado, lo ha mantenido escondido? Cuántos padres, sobre todo madres, saben en realidad que su hijo es violento pero esperan cambiarlo tratándolo con dulzura, y ellos les hacen el juego comportándose de manera afectuosa con ella.
Y no quieren saber qué hace fuera de casa y, si alguien se lo hace ver, saltan en su defensa como leonas. Con lo cual todos terminan por callar y no ver.
Es más fácil que lo advierta un desconocido, quizás en un encuentro casual e intercambiando sólo unas pocas palabras.
Mirada objetiva Es como la primera impresión de una placa fotográfica virgen que registra de manera objetiva, sin las deformaciones del trato formal.
Les habrá pasado haber entrado en una casa, ver a los cónyuges y darse cuenta de que entre ellos existe una dolorosa, dramática tensión.
O encontrarse con una persona que tiene en los ojos el vacío de la desesperación.
O a un automovilista que desciende de su auto, después de haber interceptado al que estaba adelante, lleno de odio.
O encontrarse con un funcionario, un magistrado y percibir el hielo mortal, la fría maldad de su ánimo. O comprender por el sudor, por la tensión del cuerpo y de sus músculos que ese joven está listo a violar o matar.
Más difícil de prever es lo que los psiquiatras llamaban el rapto melancólico, la depresión que sobreviene de repente como violencia y hace que alguien se mate a sí mismo o a sus seres queridos.
O, en la mujer, el placer de acumular tensión que luego explotará dejando al hombre en un estallido, y en el hombre así dejado, la violencia escondida detrás de las declaraciones de amor, la plegarias, el llanto, pero listo a matar. Si tenemos despierta nuestra inteligencia y nuestra atención, señales las hay siempre.
Por Francesco Alberoni Del Corriere della Sera
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